Usted, que es usuario del Sistema Navarro de Salud (SNS-O), debe conocer bien sus entresijos para que sepa qué se hace y dónde va a parar el dinero que paga con sus impuestos. Hace pocos días se celebró la oposición de técnico especialista en radiodiagnóstico. Allí nos congregamos los encargados de irradiar al ciudadano por el bien de su salud. Profesionales en busca de una plaza fija; la mayoría habían estudiado, algunos durante años, restándoles mucho tiempo a sus familias y al descanso. Entre estos opositores huelga decir que los hay con más de veinte años de experiencia en radiodiagnóstico; pero claro, hay que demostrar que se sabe hacer el trabajo que se lleva realizando durante tantos años, el colmo de la estulticia, pero ese es otro tema. El que estudia tiene posibilidades, el que no, ninguna. Que nadie se engañe ya que el examinado participa en un sorteo envenenado en el que se penaliza con 0,33 puntos al fallar la respuesta. Aquí ya uno se empieza a mosquear cuando por agravio comparativo ve que no ha sido así en otras convocatorias sanitarias. Pero el recelo se convierte en cabreo monumental cuando se está frente a una prueba que busca la excelencia con un examen nefasto de enunciados retorcidos y mal redactados, imposibilitando su comprensión, con respuestas ambiguas y mal elaboradas, a lo que hay que sumarle el tiempo limitado a poco más de un minuto por respuesta. Este despropósito dejó como resultado dos plazas desiertas de diecisiete ofertadas, se ve que eran excesivas para los más de ochocientos inscritos en la convocatoria. Una criba injustificada en la que no se podía demostrar los conocimientos adquiridos por la práctica pero mucho menos el tiempo dedicado al estudio de un temario extenso en exceso y desmedido en la profundidad de sus temas; en el mejor de los casos, uno podía tener suerte en la ruleta rusa cuando rozaba el aprobado. El resultado, funesto: los que nunca han trabajado no conseguirán el primer contrato que les otorgue los tan codiciados puntos para hacer baremo y los que llevan años quizás trabajen intermitentemente como es lo habitual, pero no tendrán la oportunidad de aportar méritos ya que se trata de un concurso oposición y si no superas el examen da igual que seas la reencarnación de Marie Curie, que te comes literalmente los mocos. Un resultado demoledor, algo más del 2% de aprobados injustamente en tela de juicio y en boca de todos y casi un 98% tildados de mediocres debido a un proceso de selección de personal arcaico y que permite esta barbaridad que por resultado tiene personas a las que no se dan primeras oportunidades y excelentes profesionales a las que no se les valora la experiencia. Aunque lo realmente cínico y grotesco es que este 98% tachado de inútil y ese 2% más afortunado es el que sostiene el sistema. Ninguno de ellos ha dejado de formarse o de comprar los puntos necesarios, hablemos con propiedad, y si no, que se lo pregunten a las desinteresadas academias. Sustentan el sistema porque, por mucha plaza que se tenga, cuando las necesidades del servicio apremian a quien llaman de las listas de contratación es a esas ochocientas personas a las que prometen contratos estilo ETT que muchas veces se firman a posteriori bajo amenaza de penalización, que manda cataplines por cierto. Ese es el agradecimiento a un colectivo ya de por sí castigado. Así de perfecto es el sistema que usted mantiene pagando religiosamente. ¿Quiere resultados y obtiene negligencias? Ahí tiene una de las causas.

La autora escribe en representación de 113 compañeros/as más que han sufrido semejante injusticia