esde finales del siglo XIX se viene liberalizando el comercio mientras las finanzas especulativas han crecido de manera exponencial. Y en cuanto se expanden los movimientos migratorios a partir de la II Guerra Mundial, la globalización actual es un hecho sin obstáculos ni barreras. En este tiempo nuestro marcado por un virus, se hacen notar más claramente algunos signos de cierta desglobalización que no son nuevos, como es una mayor sensibilidad por las economías nacionales, lo cual significa un interés menor por esta globalización. De hecho, existen movimientos tipo reshoring de producción deslocalizada que vuelven a sus lugares de origen o a sus cercanías. Lo demuestra también el indicador para medir la globalización: el peso de las exportaciones y las importaciones sobre el PIB lleva un par de años a la baja cuando estuvo al alza varias décadas.

El destrozo que está causando el dichoso virus SARS-CoV-2 puede ser una coyuntura favorable para repensar un nuevo sistema global teniendo en cuenta que el modelo actual alcanza niveles de inequidad e iniquidad que lo sufren amplias capas de la sociedad mundial, incluido nuestro Primer Mundo, a pesar de los esfuerzos sociales y presupuestarios de algunos gobiernos sensibles a la pauperización social.

La globalización soñada podría generar beneficios mutuos equilibrados, tanto para los países ricos como para los países menos desarrollados. El problema nace de globalizar las finanzas y la economía productiva a base de reforzar el control sobre las materias primas en pocas manos mientras las desigualdades globales se mantienen porque los impuestos están muy desequilibrados; que para algo existen los paraísos fiscales. Y de la reducción de costes laborales a niveles de esclavitud mediante la deslocalización de importantes industrias, no beneficia a la mayoría con el añadido de sus efectos ecológicos nocivos que ya pocos discuten.

Resulta falaz hablar de esta globalización como la única posible, igual que resulta perversa la dicotomía entre capitalismo o comunismo. Existe un rechazo antiglobal de raíz solidaria contra el brexit, las políticas xenófobas o la insolencia de la que alardea Trump con su

America First. China tampoco sale bien parada, obviamente. Las tendencias sostenibles y el comercio de proximidad resurgen buscando una globalidad diferente que reclama equilibrio entre las actividades productivas y sus efectos sobre la habitabilidad del Planeta, en el que ni somos iguales ni partimos en igualdad. Por eso mismo, la vulnerabilidad vista con humildad no es una vergüenza, sino una oportunidad (Barbara Hallensleben).

Hemos nacido diferentes y es preciso que respetemos las diferencias esenciales en la manera de ser y sentir cultural. No es bueno asimilarnos al amparo de una globalización mercantil so pretexto de nacionalismos excluyentes tan agresivos como las políticas de uniformización que solo deshumanizan. Lo global no debe primar porque sí, sobre todo cuando resulta un modelo injusto a escala también global. Es probable, pues, que la covid-19 ayude a ver la realidad como un antes y un después que propicie un cierto desmarque de este modelo globalizador, aunque sea como medida preventiva ante otra posible amenaza venidera.

Es posible revisar la dependencia con otros países en cadena de suministros para volver, al menos en parte, al to return home, es decir, al incremento de la producción en territorio doméstico o cercano, pero no como una nueva forma de insolidaridad, sino pensando en un modelo global más inclusivo que tenga en cuenta la equidad mundial reflejada ahora en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (2015).

Nos estremecemos ante la inhumanidad de Bolsonaro y admiramos la entrega del papa Francisco. Pero lo cierto es que ambos generan seguidores. ¿Por qué no poner, entonces, el acento en las conductas que logran transformaciones positivas? Lo cierto es que abundan personas que se comportan como líderes locales para ayudar con gran esfuerzo a otras personas de aquí y de allí; ellas consiguen resultados, aunque tengan menos notoriedad que muchos líderes negativos. La solidaridad extraordinaria de tantos y tantas frente a la pandemia es un claro signo de lo que digo. ¿Por qué no pensar y centrarnos en esto? Porque cambiar se puede; si un diminuto virus ha logrado paralizar el mundo, cuánto más las personas si nos ponemos a reactivar la realidad mundial pensando ¡de verdad! en global.

Mientras tanto, se acumulan las evidencias de que no podremos sostenernos mucho tiempo actuando así. La avaricia, señoras y señores, siempre rompe el saco.