demás de las dos comunidades de afectos/desafectos (o amigos y enemigos), la gestión de la memoria llevada a cabo por los golpistas de julio de 1936, generó otras dos: la de los homenajeados, conformada por aquellos muertos propios exaltados públicamente por las autoridades durante décadas mediante esquelas, necrológicas y monumentos a los mártires y rituales funerarios; y la denominada "comunidad del castigo", la de los asesinados en la salvaje limpieza política de 1936-1937 y sus familiares.

Se negaba así el reconocimiento público de los asesinatos, debiendo los familiares llevar su dolor y sufrimiento en la clandestinidad. Los familiares, debido al miedo que los atenazaba, se anegaron en el olvido y en la desmemoria. Atravesaron aquel desierto del dolor, del miedo y de la penuria económica, en absoluta soledad y desistimiento. Esas dos comunidades existieron durante la dictadura franquista y la Transición.

El establecimiento de la comunidad de los homenajeados respondió a la idiosincrasia del franquismo como ideología estructurada en forma de religión política, cuyo mito fundacional fue la victoria en la guerra civil. A partir de ella, se sacralizó una entidad colectiva secular, la Patria Española y Católica, el nacionalcatolicismo, situándose en el centro de la vida como elemento regulador de mitos y ritos que definían la identidad de la comunidad, conformada por quienes integraban el bando vencedor imponiendo fidelidad y devoción a los individuos, al mismo tiempo que los caracterizaba como elegidos y protagonistas de una misión histórica.

En Navarra el momento fundacional de estas comunidades paralelas se inicia el 23 de agosto de 1936 con la matanza de más de 50 izquierdistas conducidos en autobuses desde la prisión provincial de Pamplona al paraje bardenero de la Valcardera. Paralelamente a la matanza tendría lugar en Pamplona una macroprocesión en honor a Santa María la Real con un significado de comunión de las fuerzas implicadas en el levantamiento fascista, cuando se patentizó que el golpe no sería un breve paseo. Aquella matanza formó parte de un ritual complejo, de fortalecimiento de lazos entre los sublevados y de necesidad de expiación por parte de los enemigos sacrificados. La idea de la macroprocesión partió de uno de los ideólogos principales del alzamiento en Navarra, el lesakarra Eladio Esparza, subdirector de Diario de Navarra y encargado de las cuestiones ligadas a la propaganda del Requeté navarro. El diseño quedaba completado con la apelación ese mismo día del obispo Marcelino Olaechea a interpretar la guerra como una cruzada, la primera vez que un dignatario eclesiástico empleaba ese símil.

Los golpistas diseñaron una "política de la muerte" cuya finalidad era beneficiarse de la circunstancia de la pérdida de vidas en el frente, rentabilizando emociones y sentimientos a que daba lugar. El viaje hasta el pueblo del fallecido, el velatorio con banderas, la presencia de requetés y falangistas en cuerpo de guardia, el transporte a hombros del ataúd a la iglesia por milicianos conformando procesiones con profusión de banderas y símbolos, la homilía laudatoria, los discursos de las autoridades, la foto y la necrológica en la prensa, el agradecimiento a los familiares situados en primera fila, la ceremonia del entierro, todo se utilizaba para reforzar la lealtad del grupo en esos rituales. Completándose con llamamientos para la movilización de voluntarios y para la coacción y el castigo a los desafectos.

La prensa navarra (Diario de Navarra, El Pensamiento Navarro, Arriba España) coincidieron en la estrategia de agitación de los sentimientos a cuenta de los muertos. Día tras día, a lo largo de la guerra publicaron las esquelas, los nombres, las necrológicas y las fotografías, si las hubiera, de los caídos, presentándolos como categoría ontológica útil para el adoctrinamiento ideológico y la radicalización de posturas. Lo mismo se hizo con los asesinados en las sacas de San Sebastián, Fuerte de Guadalupe y Bilbao. Los periódicos publicaban sin cesar artículos de opinión insistiendo en que el homenaje a los muertos incentivaría en los vivos el amor por la patria, por la religión y categorías conceptuales en que se alababa a aquellos.

Las instituciones navarras generaron diversas iniciativas en relación con esa política de exaltación de los muertos propios, que conllevaba el paralelo olvido de los asesinados ajenos. En enero de 1937 la Diputación de Navarra tomó el primer acuerdo para efectuar un fichero de combatientes que serviría para un "libro dedicado a los Héroes Navarros" y con el que finalmente se confeccionó el volumen Caídos por Dios y por España, publicado en Pamplona en 1951, del que se entregaría una copia a Franco en Ayete.

La segunda iniciativa fue construir el Monumento a los Caídos. En plena sarracina, el cura Fermín Yzurdiaga, jefe de Propaganda de Falange, en Arriba España (30.8.1936), solicitó la erección de un Altar de los Muertos en el lugar que ocupaba el kiosco de la Plaza del Castillo. En octubre el Ayuntamiento de Pamplona aprobó por unanimidad una moción para "la erección de un monumento conmemorativo de la gran empresa nacional y como homenaje a sus héroes, en la plaza del Príncipe de Viana". Y en noviembre, la Diputación agradeció al Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro en Navarra su ofrecimiento para dicha construcción del "que perpetúe la memoria de los heroicos voluntarios navarros muertos al servicio de la Patria y de la Civilización Cristiana". Finalmente, el proyecto final se aprobaría en 1939, construyéndose, en la forma y condiciones como lo conocemos, a partir de 1942.

La tercera iniciativa fue la constitución de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz en Irache el 26 de diciembre de 1939, una entidad memorialista esencialmente requeté, bajo el manto protector de la Diputación, del Obispado, de El Pensamiento Navarro y del sector más afín al carlismo de Diario de Navarra. Su finalidad, destinada a "la conservación del genuino espíritu que lanzó a Navarra a tomar las armas en la Cruzada" y perpetuar el espíritu de la misma "para que no se olvide a los que murieron". Esta entidad ha monopolizado durante décadas el uso del Monumento a los Caídos e, increíblemente, continúa actualmente haciendo apología franquista en la cripta con el permiso del obispo, mientras la judicatura, tras una denuncia de la Hermandad, condenaba al fotógrafo y documentalista que trató de documentar esas prácticas. Atado y bien atado.

Firman este artículo: Fernando Mikelarena, Víctor Moreno, José Ramón Urtasun, Carlos Martínez, Clemente Bernad, Orreaga Oskotz, Txema Aranaz,del Ateneo Basilio Lacort