ecientemente he asistido a las I Jornadas sobre Convivencia y Derechos Humanos organizadas por la Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra. En ellas se ha incidido mucho en la post pandemia y en las vías más convenientes para superar las desigualdades sociales que la covid-19 y el sistema capitalista han ampliado, tomando como base el respeto a los derechos humanos.

Una de las claves para avanzar hacia una sociedad plural, igualitaria, cohesionada y más justa es gestionar de manera correcta nuestras propias contradicciones y saber replantearnos nuestro posicionamiento ideológico tras realizar un proceso de aprendizaje interno que nos lleve a la conclusión de que nuestra postura impedía avanzar al conjunto.

Ahí va un ejemplo que seguramente esté muy extendido. ¿Cuántos de nosotros y nosotras no hemos utilizado de pequeños el término mariquita para referirnos, en modo despectivo, a compañeros de clase que, simplemente, no querían, o no podían, hacer lo que imponía el modelo patriarcal de la sociedad? Yo mismo lo hice, lo asumí como algo normal, era lo que habíamos mamado de los mayores: "el hombre es fuerte y dominante, el hombre no llora, no se queja, y, si lo hace, es un maricón".

Hace tiempo que pasé la infancia y mi adolescencia. No se trata ahora de arrepentirme de lo que hice y dije a este y otros respectos, pero he aprendido de mis vivencias, de las personas con las que he interactuado y compartido experiencias. Hoy educo a mis hijos -y desde siempre a todos los niños y niñas (soy maestro)- sobre la base del respeto hacia todas las personas, independientemente de sus creencias religiosas, su origen, su color de piel, su carácter o su identidad sexual. La base de esta sociedad somos las personas, y todas merecen el mismo respeto y consideración.

La pasada semana se celebró el Día Internacional de los Derechos Humanos, y en la Declaración Universal de los mismos se hace referencia a la familia humana como destinataria final de estos derechos. También se nombran otros dos conceptos que me gustaría destacar: respeto y dignidad humana.

La dignidad no es por sí misma un derecho, pero conseguirla para toda la familia humana es el fundamento último de los derechos humanos, y para ello es indispensable renunciar a posicionamientos absolutos y excluyentes que impiden dar cabida a otros diferentes, e, incluso, contrapuestos.

El sistema capitalista imperante es una máquina de crear desigualdades sociales, y quienes no tengan claro que la dignidad debe alcanzarse para toda la familia humana, es decir, para todas nuestras vecinas y vecinos, sean de la condición que sean y tengan el origen que tengan, estarán ahondando en la fracturación social.

Mensajes populistas y muy peligrosos, como "las ayudas primero para los de aquí" o "la ocupación es un delito que hay que perseguir", no hacen más que ahondar en esa fractura social sin querer abordar la verdadera raíz del problema: el propio sistema.

¿Por qué son tan necesarias las ayudas sociales? ¿Por qué las familias tienen que recurrir a la ocupación de una vivienda? Pues porque el sistema capitalista no garantiza la dignidad de todas las personas, sino que precariza el trabajo, que actualmente ejerce como motor del sistema, y, en consecuencia, empuja a muchas personas al abismo de la exclusión social al limitar sobremanera sus posibilidades de bienestar (el alquiler de la vivienda se come de media en Navarra el 34% del salario bruto, algo que se dispara si el único ingreso es una renta garantizada).

Se ha legitimado de tal manera el sistema capitalista que quienes no encuentran trabajo, y en consecuencia carecen de recursos suficientes para vivir dignamente, son vistos como un problema o peligro que hay que solventar, bien sea mediante ayudas públicas, bien sea mediante su exclusión de la sociedad.

Por desgracia, hay movimientos y formaciones políticas que abrazan esta segunda opción y fomentan el odio y el miedo hacia las minorías desfavorecidas con mensajes xenófobos y clasistas que calan entre aquellos sectores que, ante ese peligro, buscan la seguridad y protección que les ofrecen ciertos referentes políticos desde estrados y micrófonos.

La pandemia que vivimos ha acrecentado todas estas cuestiones, y, por ello, hoy más que nunca la sociedad debe ser consciente de que, para salir de esta crisis social y económica, debemos actuar con solidaridad (aportando más quien más tiene), apoyándonos en nuestra colectividad (sin crear desigualdades y asumiendo nuestros deberes para con el resto) y buscando la dignidad de todas las personas (derechos humanos para todas y todos).

Quiero invitar a todas esas personas que creen que excluyendo a las personas sin recursos, a las minorías, a quienes piensan diferente, etcétera, se consigue una sociedad mejor, a plantearse una contradicción: ¿y si destinando más recursos personales y esfuerzos colectivos a dignificar la vida de quienes peor lo están pasando conseguimos disminuir las desigualdades sociales y reducimos esas amenazas?

Para conseguirlo hay que apuntalar el sistema de protección social, y eso se consigue con una mayor financiación que debe ser acompañada de una fiscalidad progresiva en la que aporte más quien más tiene, para repartirlo entre quienes más lo necesitan. Estoy seguro de que a menor desigualdad social y económica, mayor cohesión y mejor convivencia habrá.

Si lo logramos no dejaremos a nadie atrás, y nuestra sociedad será más fuerte y cohesionada.

El autor es alcalde de Estella-Lizarra