ntra el aire y sale. Entra el aire, atraviesa tu laringe y llega a tus pulmones, que se hinchan como si fuera un globo, una breve pausa y vuelve a salir. Este acto tan monótono y cotidiano, que nos acompaña desde el nacimiento, y estará presente hasta el último aliento, pasa muchas veces inadvertido, hasta que su dificultad nos recuerda su esencial necesidad para la continuidad de la vida.

La respiración, acción donde la vida se sustenta. Es ella quien contribuye, con su radicalidad, a ese mandato existencial de Ser.

Se llama respiración al proceso mediante el cual se intercambia gases entre el exterior, es decir, la atmósfera y la sangre. Proceso por el cual las células toman oxígeno y expulsan dióxido de carbono. Este proceso se lleva a cabo en dos fases: inspiración y espiración. Siguiendo leyes de la física, los gases se desplazan de áreas de mayor a menor presión. Si la presión atmosférica es mayor que la pulmonar, el aire entra, y si la presión atmosférica es menor, entonces el aire sale de los pulmones. Como la presión atmosférica es constante, lo que va a cambiar continuamente es la presión torácica propiciada por el diafragma que, en consonancia con la física, nos señala que la presión de un gas es inversamente proporcional al volumen del compartimento que lo contiene. Es decir, que cuanto más pequeño es un compartimento habrá más presión que si el compartimento es mayor para albergar la misma cantidad de gas.

La respiración es un elemento clave en la vida con los trece kilos y medio de aire que pasan por nuestros pulmones todos los días y los casi ochocientos gramos de oxígeno que consumen nuestras células.

Para mantener la absorción de oxígeno y la emisión de dióxido de carbono de manera óptima entran y salen de los pulmones entre 5 y 8 litros de aire por minuto.

Mi experiencia respiratoria reciente, vivida a raíz de contraer la enfermedad y verme durante un mes ingresado en una planta hospitalaria de covid, con dos ingresos en UCI, y dependiente del Oxigeno de Alto Flujo, una de las herramientas que se ha demostrado como más eficaz y que probablemente más vidas ha salvado durante esta pandemia, fue fruto de una reacción inflamatoria grave.

El virus SARS-CoV-2, causante del síndrome respiratorio agudo severo (del inglés severe acute respiratory syndrome coronavirus 2) presenta en sus casos graves neumonía.

La neumonía es una enfermedad del sistema respiratorio que limita la absorción de oxígeno, y es la causante de la gravedad de muchas personas que contrajeron la covid-19.

La falta de oxigenación la he vivido como limitación, o quizás sea más exacto decir como incertidumbre, ¿hasta cuándo? Como una expectativa, eso es, como esperar algo. La esperanza es un gran asidero, y su ausencia es el peor de los castigos, tal y como señalaba la entrada en el infierno de Dante Perded toda esperanza. ¿Cuándo podré salir? ¿Podré correr, saltar, subir al monte, andar en bicicleta, coger pesos?

La experiencia de las personas que han visto comprometida su capacidad respiratoria debido al SARS CoV-2 va mucho más allá de un acto meramente bioquímico o físico de trasvase de gases, es sobre todo biográfica y personal, llena de sentimientos, vivencias, anhelos y esperanzas, en la que el protagonismo recae ineludiblemente en quien la vivencia.

La experiencia física de que tus pulmones no pueden llenarse de aire resulta pesarosa, y uno debe aprender a tomárselo con calma para evitar añadir a esa desagradable sensación la ansiedad. Ese peculiar dolor humano.

No se puede escapar de esa limitación, está siempre presente en cada instante, me interpela, no hay tregua, es como un barniz que todo lo impregna. Estás solo, con tu dificultosa respiración, vivida como una emotiva y serena fragilidad en la que contemplaba la posibilidad, no descabellada, de morir.

El vacío, la soledad, la impotencia, el aislamiento sometido por el protocolo covid, el amor, la esperanza, la búsqueda de sentido a tanto pesar, son componentes de la experiencia.

Nunca había pensado que la dificultad para respirar cambiara tan radicalmente la perspectiva del mundo conocido. Lo que hasta ese momento eran pasiones con las que disfrutaba intensamente, ahora todo estaba envuelto en una especie de desidia, sin pena ni gloria. La pasión radicaba en respirar, en poder lavarme los dientes sin ahogarme, en hablar sin sofocarme, y en el mejor de los casos poder caminar unos pasos o estar sentado un rato sin estar unido a la máquina de oxígeno.

En aquel tiempo, hace menos de tres meses, yo no sabía que una baja saturación de oxígeno relacionado con un intercambio de gases defectuoso y una limitación severa de la capacidad pulmonar generara una sensación de estar vendido, nada puedes hacer contra eso. En los momentos que ocurría, te encuentras aislado, como fuera del tiempo, solamente dependes de que tu organismo responda, si lo hace, sales adelante, y si no lo hace€ supongo que al estar ingresado en el hospital correrían para entubarte con un respirador artificial.

Todo era un esfuerzo, la vida tal y como la conocía estaba muy lejos de mí, y solamente anhelaba respirar. La vida se reducía a respirar, un minuto, y otro y otro más, una hora y otra y otra que forman un día y otro y otro. Respirar, ese es el sentido.

El autor es psicólogo clínico

El vacío, la soledad, la impotencia, el aislamiento sometido por el protocolo covid, el amor, la esperanza, la búsqueda de sentido a tanto pesar, son componentes de la experiencia