Cuando los objetos son recíprocamente convertibles, son sustanciales: si fueran esencias separadas de los cuerpos no sería ni necesario ni inteligible que una de ellas tuviera que ceder su lugar a otra en ningún orden, o con alguna proporción en lo tocante a la cantidad o a la cualidad. Pero cuando las cosas sustanciales perecen sabemos muy bien que sus elementos simplemente se dispersan, y pasan a henchir la sustancia de otras partes de la naturaleza

George Santayana en ‘Los reinos del Ser’

De rocambolesca historia bien pudiera calificarse esta aventura del árbol de la memoria, perteneciente al conjunto del parque Mokarte en la villa de Uharte, obra realizada en el año 2005 por el escultor José Urdin, y donada al pueblo, cuya finalidad última viene a formar parte tras su exhumación del parterre aledaño al acceso del Centro de Arte/Arte Garaikideko Zentroa, cumpliendo así con el lavoisieriano principio de conservación de la masa que afirma el que la “materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Esta vez en cadáver exquisito, dada la intervención no planificada en la obra de naturaleza en descomposición y humana depredadora apropiación de lo que alguna vez fuera, supongo. Queda no obstante, su espíritu, no siendo otro que aquél tan próximo a las exigencias de algunos de nuestros políticos, de reivindicación simbólica de la memoria de éste y otros países y culturas en cuanto a los orígenes de la propia comunidad.

Este conjunto formó parte de diferentes iniciativas que trataron de poner en valor el mundo del arte en nuestra ya milenaria población, y del que queda algún que otro logro absolutamente descontextualizado de su primigenio origen, como pueda ser la ya comentada presencia del oscuro centro del arte contemporáneo, caja negra, ahora bajo dirección de Oskia Ugarte, buscando una deslocalización de la política expositiva del mismo llevándola al corazón de Pamplona/Iruña, no solamente para aquél sino incluso, yendo más lejos en sus declaraciones, para la aledaña fundación Oteiza. Tal vez por aquello de que si la montaña no va hacia uno éste deberá ir hacia aquella. Sus lugares preferidos: Ciudadela y/o Baluarte. (Aunque, como de todos es sabido, ninguno de los dos cuente con las exigencias mínimas demandadas por organizadores de exposiciones con cierta entidad).

Oskia Ugarte nos habla encendidamente de cuestiones que comparto como son las de no confundir belleza con ocio, aunque en el fondo ella misma lo haga; entender la función del artista no tanto como realizador de obra, artesano, cuanto creador de procesos, desechando la apreciación del estructuralismo levi-straussiano del bricolage y el bricoleur por la habilidad manual; y, finalmente, de la necesidad de mediadores con que toda institución dedicada al arte actual al parecer necesita contar para intermediar entre su mundo y el mundo otro creado y por crear. Ahora bien, en este sentido debería tomar en cuenta –releyéndolos, pues a buen seguro que alguien con las capacidades intelectuales que demuestra y admiro conoce–, seis autores en busca de un destino, parodiando a Pirandello, cuales son: Enrique Lynch en Sobre la belleza (1999), o bien, Eric Hobswam en A la zaga (1998), respecto del primer asunto; puesto que para el segundo haríamos bien en repasar el imprescindible trabajo de Alfred North Withehead, Proceso y realidad (1929), así como del más reciente ecofilósofo Henryk Skolimowsky, Filosofía viva (la ecofilosofía como un árbol de la vida) (2017); y para el tercero, finalmente, las más cercanas obras del recién desaparecido Bruno Latour, Dónde aterrizar (2019) y de Graham Harman sobre el anterior, El príncipe de las redes (Bruno Latour y la metafísica) (2009).

Ello, al menos por mi parte, como mera sugerencia, puesto que con toda seguridad es de sobra conocido por nuestra directora el que la belleza, al menos tradicionalmente, no estuvo asociada al ocio y al entretenimiento, tal y como ahora se afirma, cuanto formando parte, primero en el mundo clásico, del metafísico debate en torno a apariencia y realidad, y, posteriormente, siéndole consignada la compañía nada menos ni más que de la verdad y de la bondad. Así también, respecto de la figura demandada por la directora orientada hacia la mediación, considere la observación del filósofo del realismo especulativo cuando afirma: “Un mediador no es un eunuco adulador que abanica a sus amos con palmas, sino que éste siempre realiza un nuevo trabajo propio para dar forma a la traslación de fuerzas de un punto de la realidad al siguiente”, aun contemplando la pertinencia de tener siempre en cuenta el que “[unos] mediadores comunican, y otros mediadores se resisten”.

Por otra parte, un proceso en bucle, carente de un objetivo a alcanzar, no conduce sino al proceso mismo. Una visión muy circular y nietzscheana de la realidad que consigue hacer, como la mascota en su jaula giratoria, estemos casi permanentemente en movimiento sin dejar el adjudicado lugar en el que nos encontramos. A diario comprobamos cómo al artista bricoleur se le va degradando desde el intelectualismo de la nueva academia al lugar anteriormente ocupado por el artesano superviviente de una cultura desaparecida o en vías de hacerlo definitivamente. El pintor de caballete, el escultor que talla, moldea y pule, etcétera, por tanto ya no cuentan con la acogida y el prestigio que en otros tiempos tuvieran, constatando el que tampoco lo haga el nuevo creador, salvo, eso sí, como disciplinado asalariado de la industria que lo emplea en su coyuntural éxito. Y en este sentido haría bien en tomar en consideración lo que ya en la primera mitad del XX el filósofo matemático Whitehead defendiera sobre el hecho muy a tener en cuenta de que “el proceso o concrescencia de cualquier entidad actual incluye entre sus componentes a las otras entidades actuales”.

Así, el devenir del desaparecido árbol de la memoria pasará por haber sido salvado de su extinta naturaleza gracias a la iniciativa del escultor que le diera vida como ancestral obra de apariencia ciertamente primitiva. “La obra semeja los antiguos tótem”, escribiría el crítico de arte José Mª Muruzábal del Solar en La escultura pública en la Merindad de Sangüesa. El árbol de este modo incorporó una segunda vida, fruto también del espíritu que hiciera participar en su ejecución a otros, artistas y trabajadores municipales, como Iñaki Bronte y Mitxel. Desde que la corporación anterior decidiera prescindir del mismo, su nuevo destino en espera de una tercera oportunidad se encontraba pseudo encriptado, cuan sarcófago real abierto en espera de los pertinentes salteadores, en los bajos del centro de arte destinado ahora a subterráneo parking, por lo que se ha decidido su traslado. Contaba este egregio cadáver con tres personajes de nuestra historia, Blanca de Navarra, en representación de las reinas habidas y de la presencia política de la mujer en nuestra historia, y dos de los Sancho, en representación de todos los habidos (entre ellos, el Mayor, Ramírez y el Fuerte, vinculados a la villa), la presencia del pueblo ascendente desde la base y la memoria del mismo personificada en un elefante y el emblema de la misma en espera de una tercera oportunidad reinterpretativa que pudiera darse por la nueva generación de artistas finalmente no concretizada. Siendo así como paradójicamente un árbol como éste de la memoria, aun a sabiendas de no contar ni con la capacidad, valor y determinación para suicidarse, puesto que en el mundo vegetal o bien se muere o lo mueren, esta vez pudo hacerlo. Es decir, como a nuestro mariscal Pedro de Navarra, dicho desde el cariño y el debido respeto, “lo suicidaron”.

El autor es escritor