Ur Tanta. Gota de agua. Así es el nombre de la escuelita de nuestra hija. Se encuentra en el valle de Ollo, en un sitio privilegiado de Navarra rodeado de naturaleza. Se trata de una escuela libre, una de esas escuelas que no conoce casi nadie porque además de que es pequeña, no pertenece al sistema educativo tradicional. Y que cuando respondes a la familia, amigos y conocidos a la pregunta: “¿Dónde va vuestra hija al colegio?”, se quedan boquiabiertos porque no entienden nada de lo que les estás contando; y tienes que, con las mejores palabras, explicarles en qué consiste este modelo de escuela y cuáles son los motivos para haberla elegido (y digo mejores palabras porque, indirectamente, los que te escuchan pueden sentir que estás atacando, sin querer, al modelo educativo que ellos han escogido para sus hijos) (¿Habrá algo que resuene en ellos para sentirse así? Me pregunto yo…). Y los motivos no son exactamente que la escuela está al lado de casa, o que de allí salen hablando 3 idiomas, o que 5 antiguos alumnos son gerentes actualmente de grandes multinacionales. La repuesta, resumida en pocas palabras, es que es una escuela humana. Una escuela en la que el protagonista es la niña o el niño, y el objetivo primordial su desarrollo como persona, quedando los resultados académicos relegados a un segundo lugar. Una escuela donde el contacto con la naturaleza vale más que cualquier libro y cuaderno, porque de la naturaleza es de donde se puede obtener el verdadero aprendizaje. Una escuela donde las emociones y el aprendizaje de su gestión es la asignatura estrella. Y donde la motivación, la creatividad y el movimiento corporal son intocables. Y donde la prisa no existe (¿realmente creemos que aprender o hacer las cosas más rápido es mejor? Bueno, en esta sociedad parece que sí…).

Yo soy médica de profesión, pero desde que soy madre he leído mucho sobre infancia, crianza, educación y los diferentes modelos educativos. Y he recordado mucho a mis compañeras del colegio (fui a un colegio concertado religioso) que sacaban malas notas, y a las que se les colgaba el cartel de “no vale”, “es una vaga”, “es de las malas de la clase”; y he podido sentir todo ese sufrimiento generado sin necesidad, a ellas y a sus familias. La mayoría (hablo sobre las que sigo teniendo contacto) son ahora estupendas profesionales (universitarias y no universitarias): ¿De verdad no valían? ¿De verdad eran unas vagas? ¿O quizás estaban desmotivadas, perdidas, machacadas con tanto mensaje negativo? ¿Era necesario tanto sufrimiento?

Y sé que mucha gente (sobre todo los relacionados con el mundo educativo) estarán pensando que zapatero a tus zapatos, pero creo que hay 3 cosas que no se me pueden discutir:

- Que el modelo educativo actual se sigue basando en el modelo educativo que se desarrolló durante la Revolución Industrial (basado en el sistema implantado en Prusia a finales del siglo XVIII y principios del XIX), que se regía por una estricta ética basada en la disciplina y la obediencia (con el objetivo de entrenar a las personas para trabajar en fábricas).

- Que la época más importante de una persona es su niñez y juventud, que es cuando se forja nuestra personalidad, cuando nuestra autoestima más puede verse dañada, y cuando nuestra motivación por aprender y nuestra creatividad pueden verse totalmente volatilizadas.

- Que este mundo no parece que vaya por muy buen camino, y quizás los sistemas educativos tengan algo que ver, ¿o no?

Sé que hay mucha gente que piensa de una forma similar a mí, pero que esto lo ve como algo idílico y se sienten más seguros siguiendo el mismo camino que sigue la mayoría. Pero, como dijo el gran Jiddu Krishnamurti: “No es signo de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.

Gracias Ur Tanta por dar a mi hija esta maravillosa oportunidad. Gracias Pilar y Javier.

La autora es madre de una niña de Ur Tanta eskola