En 1914 Ignacio Baleztena interrumpió la marcha a vísperas con el fin de mostrar así sus desacuerdos con la corporación municipal. La idea cuajó y desde entonces el llamado Riau Riau entorpeció la marcha a vísperas año tras año. A partir de 1965 la duración del acto se disparó, de hecho, toda la gracia del juego consistía en hacerlo cada vez más largo para poner a prueba la paciencia de la Corporación, fuera cual fuera el signo político de la misma. En definitiva, el Riau Riau se convirtió en un acto que aunaba en sí mismo fiesta y crítica a la autoridad, una simbiosis a veces perfecta y a veces conflictiva que a lo largo de su historia y en diferentes contextos políticos y sociales provocó su suspensión en diversas ocasiones hasta su suspensión y desaparición definitiva en 1991.

Desaparecido el Riau Riau, el único acto sanferminero en que el pueblo de Iruña “tenía al alcance” a la corporación para continuar con la tradicional, atávica y legítima crítica a la autoridad era la procesión y pasó lo que tenía que pasar, que la protesta saltase del día 6 al 7 era algo socialmente inevitable y predecible. Pero esta metamorfosis del Riau Riau topó con un gran obstáculo: paradójicamente, el acto destinado a acoger la protesta civil era un acto religioso y con la iglesia hemos topado... Era socialmente imposible –hoy lo sería aún menos– trasladar la fiesta popular, entorpecedora y hedonista del Riau Riau a una procesión católica con todas las de la ley... de Dios y del hombre.

Así, el Riau Riau del siglo XX se perdió para siempre, transformándose en una suerte de Riau Riau bajo palio donde el pueblo se conforma con lanzar algunos insultos y exabruptos a la corporación municipal al paso de la procesión. Nada que ver con el exceso lúdico del Riau Riau pero... menos es nada. Dado que la Riauprocesión nunca tuvo el punch del original, esta reconversión light nunca ha alcanzado el éxito que tuvo Baleztena, aun así la actitud beligerante y cuasi dictatorial de los sucesivos gobiernos municipales de UPN hacia esa parte de la sociedad de Pamplona que quiere y tiene derecho a vivir los Sanfermines a su manera ha sido combustible suficiente para que el “espíritu de Baleztena” continúe protestando la mañana del día 7 treinta y dos años después de la desaparición del añorado Riau Riau y 109 años después de su nacimiento.

Recuerdo con una sonrisa lo sucedido en una Riauprocesión de hace unos años cuando una niña de unos tres años contagiada del ambiente protestón y con la inocencia propia de su edad le gritó a la entonces alcaldesa señora Barcina: “¡Fea!”, provocando un exorcista giro de cabeza de la señora alcaldesa, quien hasta ese momento soportaba muy dignamente improperios bastante más furibundos, en busca de quien le había lanzado tamaña afrenta. Este simpático momentico sanferminero es buen ejemplo de la parte amable de la riauriaurización de la procesión, por el contrario, los lamentables hechos del año pasado –rastreramente utilizados como artillería electoral en las pasadas elecciones municipales por PSN Y UPN por cierto– son la cara oscura de la Riauprocesión. Unos hechos que no deben repetirse y que para que así sea, todas las partes involucradas por activa o por pasiva deben reconsiderar su papel: unos haciendo su Riau Riau de forma pacífica, jocosa y festiva, la clase política y eclesiástica soportando lo que les toca –va en el cargo– y el resto –policías incluidas– tolerando esa crítica a la autoridad que, guste o no, es parte intrínseca de nuestra fiesta desde hace más de un siglo.

Pero si ustedes, autoridades civiles, no están dispuestos/as a sufrir los improperios de la plebe ni siquiera un ratico, hay otra solución mucho más sencilla, sin discusiones y aspavientos estériles, sin costes y riesgos de ningún tipo y que no es otra que ustedes señores y señoras ediles de Pamplona, acaten el papel institucional que la Constitución les otorga. Hace ya 45 años que el Estado español es aconfesional y por tanto todas las instituciones que emanan del mismo son aconfesionales, incluidas el Excmo. Ayuntamiento de Pamplona y todos y cada uno de los cargos que ustedes ostentan. Asuman ya de una vez que desde 1978 la presencia de la corporación municipal en la procesión de San Fermín y otros oficios religiosos es tan anticonstitucional como la gallina rojigualda. En su mano está dejar de practicar roles institucionales heredados del régimen nacionalcatólico franquista y de paso evitar que la inevitable riauriaurización de la procesión se perpetue. Ustedes pierden el baño de masas –¿mola el traje de gala, eh?–, la procesión recupera su carácter religioso y la fiesta gana, la ciudad gana. Muy fácil, basta con un poquito de humildad y cumplir con esa Constitución de la que ustedes presumen día sí y día también –al menos algunos/as–.

Esta fórmula, por cierto, ya se aplicó con gran éxito hace ya casi un siglo: entre 1932 y 1936 con la laicización traída por la república, la corporación municipal no acudió a la función de vísperas y por tanto no hubo Riau Riau, simplemente porque no hubo clase política a la que tocar las narices. Aplíquese el cuento pues la autoridad municipal.