Resulta habitual, en todo el mundo, que los partidarios de regímenes dictatoriales intenten salvaguardar sus símbolos. Lo mismo sucedió con quienes apoyaron al franquismo o al terrorismo de ETA durante la democracia (éste último, era un proyecto de dictadura). En Navarra ha habido una reacción, sistemática y necesaria, para suprimir ambas simbologías. Pero aún quedan algunas muestras.

En julio de 1936, parte del Ejército –bajo el mando aquí del general Mola– se sublevó contra la República, contando con el apoyo de un sector de la sociedad, especialmente del carlismo. Pero muchos militares, en toda España, permanecieron leales a la democracia y algunos lo pagaron con su vida. El conflicto fue horroroso y en ambas retaguardias se produjeron atrocidades. La totalidad de este territorio estuvo, desde el principio, en la llamada zona nacional, pero aún así, mataron a más de tres mil personas. Mediante decreto de 8 de noviembre de 1937, Franco concedió la Cruz Laureada de San Fernando Como recuerdo de las gestas heroicas de Navarra en el Movimiento Nacional... .

El proceso de eliminación física de esos símbolos comenzó bastante antes de las primeras elecciones democráticas, celebradas en 1977. El Parlamento de Navarra acordó en 1981 que nuestro escudo fuera utilizado sin la laureada. Creo que fue en esa época cuando pusieron la placa que aún se halla en la fachada de la Comandancia Militar de Navarra, en la calle General Chinchilla nº 12. Muestra dos símbolos. Uno es el águila del Ejército (ya con la corona real) y el otro el escudo de Navarra con la laureada y una trompa de infantería. Me parece que fue una injerencia en el debate político de algún concreto mando militar.

Eran años complicados. En 1983 o 1984, como secretario municipal, acudí al Gobierno Militar para hacer un trámite relacionado con las quintas. En ese edificio de la calle General Chinchilla había un gran despacho. Sobre una de sus mesas podía verse un retrato enmarcado de Franco. No dije nada pero dirigí una mirada de desaprobación a mi interlocutor, un joven capitán que se hallaba visiblemente incómodo. La decisión de mantener la foto ahí no le correspondería a él, sino a un superior jerárquico. Hay que recalcar que esto sucedía tras años en vigor de la Constitución de 1978 y también después de la toma del Congreso de los Diputados por el teniente coronel Tejero, en 1981. Por otra parte, hasta 2010, el centro deportivo militar de la Taconera aún se llamaba General Mola. La sala de entrada a las instalaciones estaba presidida por su retrato.

En agosto de 2019 inicié un procedimiento ante la Delegación de Defensa en Navarra, indicando que la placa de la Comandancia vulneraría lo establecido por el artículo 15.1 de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre. Tenía yo un pequeño margen de duda sobre que dicha condecoración pudiera haber sido concedida a una unidad militar con motivo de alguna de nuestras numerosas guerras coloniales o civiles del siglo XIX. El procedimiento se alargó y durante el mismo, según me indicaron, fueron emitidos informes por el Instituto de Historia y Cultura Militar y otros organismos oficiales. No tengo copia de ellos. Finalmente, un escrito de 19 de enero de 2021, de un teniente general (inspector general del Ejército) me indicó que el escudo fue el de la División de Montaña que “...tuvo un vínculo físico con Navarra“. Pero eso no responde a la cuestión de fondo. Además, para mostrar la relación con esta tierra, lo lógico es que se emplee el escudo vigente, utilizado por el Parlamento y Gobierno de Navarra. La placa con la laureada otorgada por Franco, sigue actualmente en su lugar, a la vista de cualquiera que pase por ahí.

Vayamos ahora con el otro símbolo. Hasta el año 2010, durante más de tres décadas de democracia, ETA asesinó a cientos de personas. Mientras tanto, era respaldada por una amplia minoría de la sociedad vasca. De esta forma coaccionaban a la totalidad de la población, en los territorios donde estaban bien implantados. Pero, al no alcanzar el poder, su huella simbólica fue mucho menor.

Hace décadas vi en Etxaleku un monolito en memoria de uno de sus vecinos, miembro de ETA, que murió de forma violenta en 1982. No recuerdo su texto, pero era ilógico que en un terreno público hubiera algo así. Recientemente me desplacé hasta el lugar para ver si seguía allí. Creo haber localizado su emplazamiento. Hay un tablón de madera (por su aspecto lleva ya muchos años), que reproduce los versos finales del hermoso poema de Gabriel Aresti Nire aitaren etxea (La casa de mi padre). No incluye ninguna otra referencia más. Pero resulta probable que la piedra sobre la que se apoya sea el antiguo monolito. Sucede algo así en el Monumento a los Caídos, en Pamplona/Iruña, donde sus placas perviven, aunque lleven más de cuatro décadas cubiertas con paneles.

Las personas viven en un entorno y época determinados y esto, frecuentemente, marca. He conocido a bastantes parientes o amigos de civiles y militares que defendieron a la dictadura. También a otros de miembros de ETA durante la democracia. Con cierta frecuencia y pese a disentir de sus ideas, guardaban hacia ellos cierta relación de afecto. Son sentimientos respetables y parecen indicar que esos individuos, junto a sus sombras, tuvieron también algunas buenas cualidades personales. Pero esto no obsta para que en un espacio público (o, peor aún, institucional), perduren dichos símbolos.

Una nota final. Existen paralelismos entre la dictadura franquista y ETA. Basándose en un supuesto patriotismo, las dos utilizaron la fuerza para imponerse, despreciando las pautas democráticas. Ambas recurrieron a la coacción y al asesinato. Pero el patriotismo auténtico resulta diferente. Es amable y trabaja por su país defendiendo la libertad individual y la voluntad de la mayoría. Respeta también a otras naciones y culturas.