El 2 de septiembre de 1944, la judía Anna Frank era enviada al campo de concentración de Auschwitz (Polonia) después de pasar por el campo de Westerbock, en Holanda. Finalmente fue trasladada al de Bergen-Belsen, en Alemania, donde murió apátrida en marzo de 1945 sin haber cumplido 16 años.

Anneliese Marie Frank se trasladó a los Países Bajos con su familia en 1934 huyendo tras la llegada al poder de Hitler. Pero los judíos tampoco estaban seguros en Holanda, sobre todo cuando Alemania invadió los Países Bajos en 1940. Otto Frank, el padre de Anna, no logró un visado para Estados Unidos y decidió esconderse con su familia y algunas personas cercanas. En total, siete confinados que dependían de un pequeño grupo de amigos. Ellos les compraban comida en el mercado negro y daban apoyo al grupo poniendo en riesgo sus vidas. Sólo uno de los siete sobrevivió: Otto Frank, quien publicó el famoso diario.

Diario este escrito durante casi dos años y medio de hacinamiento –se dice pronto– para convertirse en un fenómeno cultural de un valor humano extraordinario, con más de 30 millones de copias publicadas en 70 idiomas. A medida que los días de cautiverio se prolongaban, y la presión de la guerra y la vida en clandestinidad se hacían insoportables, el diario se convirtió en el desahogo de Anna, contando las quejas sobre su madre hasta sus sentimientos más íntimos, sin obviar las reflexiones sobre la guerra y la persecución. Cuenta que se sentía como “un pájaro cantor al que le han cortado las alas y que se lanza en plena oscuridad contra los barrotes de su jaula”.

Debió ser terrible cada hora, día tras día, todos los días de la semana, cada semana del año, todos juntos, adolescentes y mayores, sin posibilidad de escapar del hacinamiento sin espacio propio siquiera unos minutos. Esa falta de libertad, siempre con las mismas personas en aquel reducido espacio, escondidos, puede enajenar a cualquiera. Anna Frank y los demás no tuvieron más opción que convivir sin descanso alguno para sobrevivir, soportándose envueltos en una monotonía inaceptable invadida por el miedo.

Leer este diario atrapa. Creo que una de las explicaciones del por qué se sigue leyendo se encuentra en que sus páginas destilan superación y esperanza en medio de semejante drama. El tono es el de una persona que se aferra a la vida manteniendo el espíritu positivo en medio del sufrimiento. Sería comprensible encontrar párrafos con momentos de desesperación en el diario escrito bajo semejante estrés, temiendo siempre que la Gestapo pudiera encontrar el refugio en el que se escondían, al que Anna llamaba la casa de atrás.

Con bastantes menos problemas que la familia Frank, a no pocas personas les cuesta mucho sonreír. A pesar de aquel contexto ominoso, Anna se negó a rendirse, a verlo todo negro. Con esa mirada del corazón encontraba consuelo en los pequeños detalles. Llegó a escribir: “Piensa en toda la belleza que todavía hay a tu alrededor y sé feliz”. Ella creía que las personas son realmente buenas en el fondo, lo cual resulta casi inconcebible. Sin embargo, tenía razón. Si algo me refuerza frente a las bajamares de la vida es constatar que hay bondad en este mundo, y personas que estando al límite buscan comportarse así, a pesar de todo. Muchos ejemplos tenemos en la historia de quienes decidieron ser generosos en medio de su tribulación; y cerca nuestro, si nos fijamos. Del resto, poco hay que aprender. ¿Qué sucedería si nos centramos en lo que está bien, en lo que sí funciona, en las actitudes buenas a nuestro alrededor y en el mundo? ¿Qué ocurriría si conociésemos todo el bien que fluye en torno a nosotros, que no es noticia, todo cuanto damos de lo nuestro a los demás con amor? Anna Frank entendió, a pesar de su corta edad, que los saberes y la experiencia no lo son todo. Que la actitud hecha conducta condiciona el resultado calando cual fina lluvia lo que proyectamos.

Ella fue consciente en aquel terrible encierro de que cualquiera puede empezar a mejorar el mundo, que siempre tenemos algo que ofrecer a los demás. Parece un simplismo si se mira desde la lógica cínica imperante, pero lo cierto es que ni siquiera su esperanza radical fue capaz de imaginar hasta qué punto una adolescente escondida con poco futuro por delante influyera para bien a tantos millones de personas. Siendo tan joven y en aquellas circunstancias, se mostró así de lúcida: “Las cosas sólo son tan malas como tú las veas”. Es bueno recordarlo ahora que las apariencias muestran tanta decadencia.