Es ante las adversidades cuando se demuestran válidas o inválidas las capacidades de gestión, previsión y resolución de los organismos, instituciones e, incluso, de las personas que asumen responsabilidades, retos y objetivos. El de la gestión sanitaria, desde luego es un compendio de todo ello, un reto difícil donde los haya, más si cabe cuando se basa en un modelo sanitario sabidamente obsoleto, donde la invertida pirámide poblacional ha forzado una asistencia a diario y en aumento de pluripatologías, cuidados, crónicos y agudos.

La falta de profesionales y el aumento de la demanda asistencial ya suponen durante todo el año un continuo esfuerzo para dar cobertura al mayor número de pacientes posible, a sabiendas de que parte de la población no es conocedora ni consciente de que las consultas de enfermería pueden solventar una parte importante de esa demanda. Algo que, como hemos advertido en tantísimas ocasiones, debiera obligar al Gobierno de Navarra a invertir en planes de comunicación efectivos que trasladen a una población a la que, durante años, se le ha bombardeado con el “acuda a su médico para prácticamente todo”, que la enfermera de su centro de salud puede dar solución a muchos de los problemas de salud iniciales que copan las consultas médicas. Es clave que la población confíe en las enfermeras y enfermeros, especialistas y fisioterapeutas de forma directa para poder aliviar y agilizar la presión.

Otra inversión clave es la de la educación en la salud y buenos hábitos, educación desde los primeros años, a través de la enfermera escolar en los centros educativos, así como la garantía de espacio y tiempo para que enfermeras y enfermeros puedan enseñar las bases del autocuidado en procesos comunes como catarros, gripes, virus, entre otros. Es una inversión a futuro adoptar hábitos saludables, así como saber gestionar aquellos procesos que cursan leves, por ejemplo, como los que están saturando ahora mismo los centros de salud y hospitales, gripe, COVID, sincitial, etc.

Sin esta inversión hecha (ni la de la concienciación ni la de la formación en la buena salud), mal llegamos a los momentos del año en los que, es sabido, se caracterizan por la mayor incidencia de virus respiratorios, no tanto por su gravedad -que también-, sino porque el frío, las reuniones familiares en fiestas, la ausencia de ventilación y la relajación en los hábitos preventivos (lavado de manos, tos al aire, etc) propician un rápido crecimiento y, por tanto, probabilidades de gravedad en grupos de riesgo como ancianos y niños, de la incidencia vírica.

A todo ello hay que añadir que este sistema sanitario, donde cada gestor, político, gobierno que lo adopta como punta de lanza del programa electoral (para luego pasar por encima parcheando con dinero de todos), acaba poniendo contra las cuerdas a su primer nivel asistencial, el de la Primaria, que se ha vuelto inefectiva debido a la enorme cantidad de bajas profesionales que causa y que no se sustituyen, y por efecto dominó, a la Hospitalaria. Y a aquellos que trabajan, lo hacen bajo condiciones laborales que no mejoran (más bien lo contrario) que no fomentan afección ni atracción, y que provocan que otros profesionales rechacen contratos, creando así un círculo vicioso entre trabajo y condiciones supeditadas a necesidades del servicio. Si no se cuida a los que cuidan, es imposible contar con el compromiso profesional que garantice una atención y unos cuidados tanto de calidad como en cantidad.

El incendio sanitario de cada invierno tiene múltiples focos, la mayoría de ellos previsibles desde hace años: falta de previsión, falta de inversión, falta de plantillas, falta de condiciones, etc. Un incendio que genera un absoluto impacto en la población, donde el paciente no se ve atendido por su médico de cabecera, no ha sido concienciado de las capacidades y competencias de la enfermera, no ha sido formado en el autocuidado y, por tanto, acude con todo el derecho y lógica a su servicio de urgencias más cercano. ¿Es su culpa? Por supuesto que no. Es ante las adversidades, como hemos dicho al inicio, cuando se demuestran válidas o inválidas las capacidades de gestión, previsión y resolución de quiénes pasan por los sillones del Gobierno, y aquí llevamos ya muchos años en los que nada cambia, las buenas intenciones son las mismas, las malas soluciones son las mismas, las culpas, las fotos y las ruedas de prensa, también son las mismas.

La autora es secretaria autonómica de SATSE Navarra