La primera acepción que la Real Academia Española hace de la palabra “privilegio” es: “exención de una obligación, o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia”.

Leída esta definición, no parece que el día a día de las personas euskaldunes o vascohablantes en Navarra se caracterice por contar con “exención de obligaciones” o por “ventajas exclusivas o especiales”. Muy al contrario, quienes intentamos vivir, comunicarnos y relacionarnos en euskera, utilizarlo con normalidad y acceder en este idioma a los servicios públicos o privados existentes en nuestra comunidad nos enfrentamos continuamente a una tensión lingüística que, seguramente, sonará desconocida para nuestros compañeros erdaldunes o no vascohablantes. Algo típico de una situación de diglosia como la que vivimos en Navarra respecto de nuestras dos lenguas.

En esta situación, que la comunidad lingüística con menos posibilidades de uso social reclame servicios dignos en su idioma, no debería suponer ninguna amenaza para las personas que forman parte de la mayoritaria. Tal y como recoge la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias (firmada por el Estado español en 1992, y ratificada en 2001): “La adopción de medidas especiales en favor de las lenguas regionales o minoritarias, destinadas a promover una igualdad entre los parlantes de esas lenguas y el resto de la población, o destinadas a tener en cuenta sus situaciones particulares, no es considerado como un acto de discriminación hacia los parlantes de las lenguas más extendidas”. O, como expresaba de manera más sencilla y clara Pedro Miguel Etxenike en la recepción del Premio Príncipe de Viana, frente al entonces príncipe Felipe de Borbón, “ningún hermano se enfada porque se cuide más al hermano enfermo”.

Frente a esta situación hay quien sigue, lamentablemente, buscando el camino fácil: la confrontación entre lenguas y, lo que es peor, entre sus hablantes. Lo uno o lo otro parece ser el eslogan vital de quienes, ya hace años, pretendían darnos a elegir entre idiomas extranjeros o la lengua propia, y ahora quieren revivir ese debate estéril con nuestros dos idiomas. La respuesta ejemplar de miles de navarros y navarras, que abrazamos el multilingüismo desde la inmejorable base que ofrecen tanto el castellano como el euskera, es el mejor argumento ante acusaciones que no resisten el mínimo análisis.

Lejos de caer en provocaciones, de introducir a la política lingüística en el barro que tanto gusta a quienes carecen de argumentos, en Euskarabidea abogamos por seguir trabajando en positivo hacia la normalización lingüística. Porque los y las navarras, todos y todas, sepamos euskera o no, tenemos el privilegio –éste sí– de contar con una lengua propia milenaria que sigue provocando curiosidad y admiración entre quienes nos visitan. Idioma vivo que, además de una riqueza cultural incalculable, supone un excelente elemento de comunicación y de relación, y debería serlo también de cohesión social y territorial. ¿Quién no tiene un apellido euskaldun, o pasea, se relaciona y vive alrededor de topónimos vascos, o utiliza el euskera sin ser consciente de ello? (txistorra, Osasuna, mandarra…)

Las políticas públicas de fomento del euskera deben ir en esta línea, huyendo de polémicas, y apostando por visibilizar la joya lingüística, comunicativa y relacional que es el euskera, por prestigiarla, por convertirla en fuente de oportunidades para toda Navarra y, por supuesto, por dar a todas las personas opciones reales de aprendizaje y uso en cualquier contexto social. En ello estamos, y en ello seguiremos.

El autor es director gerente de Euskarabidea-Instituto Navarro del Euskera