De todas las falsedades, insidias y paridas que la política –y también periódicamente la justicia con sentencias fundamentadas en argumentos surrealistas–, lleva años vertiendo contra el euskera en Navarra admito que la última de situar el conocimiento de esa lengua como un privilegio no la vi venir.

La intervención del alcalde socialista de Orkoien afirmando que los alumnos que manejan el castellano y el euskera pueden participar en actividades en ambas lenguas mientras que los que solo dominan el castellano no tienen esa oportunidad y que eso no son derechos, sino privilegios es una estupidez. No se sostiene como argumento ni un segundo. Seguramente, es un error o una boutade fuera de lugar de las que en el fragor del debate político y municipal se producen muchas veces y es posible que en este caso Alex López, uno de los alcaldes más jóvenes de Navarra, ya sea consciente de la equivocación. O al menos debiera dedicar un tiempo a darle una vuelta a sus palabras. Si extiende esa argumentación a los niños y niñas que estudian en inglés o francés o alemán, además de en castellano e incluso también en euskera, verá fácilmente que su reflexión cojea por todas partes. No tiene ni pies ni cabeza.

La formación, en cualquier materia o profesión, abre puertas en la vida y el plurilingüismo es un ejemplo claro de ello en el ámbito social y de convivencia o en el laboral y profesional. Simplemente, se trata de conocimiento y capacitación fruto del esfuerzo de su aprendizaje. Calificar ese camino en la vida como un privilegio es entrar en un camino ideológico peligroso que señala el saber como algo negativo. El acceso al conocimiento fue una conquista social y política. Es un derecho, no un privilegio. Hacerlo par atacar o despreciar a una de las lenguas de Navarra sitúa el debate allí donde lo quieren ubicar siempre los sectores más extremistas, en la confrontación entre ciudadanos, territorios y lenguas de Navarra.

Es el mismo recurso de esos grupos euskarafobos que alimentan con falsedades las ideas de imposición y discriminación como medios para estimular social y políticamente el miedo y el rechazo al euskera. Es un esfuerzo inútil, aunque también muy molesto. El euskera sigue avanzando, quizá más despacio y con menos apoyo institucional del que debiera en muchos lugares, en su camino a la normalización. El reto no es tener que responder periódicamente a estos discursos, sino su uso, presencia y socialización por parte de quienes dominan esta lengua. Y el alcalde de Orkoien cumpliría mejor su función representativa e institucional asumiendo que las lenguas se entienden también mejor en positivo. Solo le basta mirar los datos de matriculación de su localidad: 285 alumnos en el modelo D, 110 en el modelo A –con el euskera como asignatura–, y 93 en el modelo G en castellano.

No parece que la realidad sociolingüística de Orkoien, que el alcalde usa también como bandera para tratar de modificar la ordenanza municipal de euskera, camine en la misma dirección que sus desafortunadas palabras. La alcaldía, esta y todas, son una oportunidad de servicio público para impulsar medidas y propuestas en positivo y solucionar los problemas y necesidades de los vecinos y vecinas, no para azuzar el enfrentamiento, la división y la generación de nuevos problemas donde no los había.