El olvido es una doble traición a la vida, que debiera exigir, siempre, para todos, y especialmente para los más débiles, frágiles y vulnerables, ser acompañada, sostenida, defendida. Para algunos el olvido es la verdadera muerte. Es atroz ser olvidado en vida, lo que significa no ser visitado, no ser esperado, no darle importancia. Olvidado en medio de la ciudad, con la angustia del tiempo que pasa y la desesperación de que nadie se dé cuenta de mi vida, de que soy alguien, de que importo, de que intereso... No puedo evitar pensar en las horas previas a la muerte de alguien que muere dejado y olvidado. Horas deliberadamente olvidadas. Olvido que desvirtúa el libro que es cada uno de nosotros, siempre único y digno.

Cuando la vida no se cuida, se condena. Nos olvidamos y le dejamos olvidado. Y la persona, olvidada y dejada, muere. ¿Grande dolor? ¿Infinito dolor? ¿Alguna indignación? Entre nosotros, incluso hay seres humanos que no logran no ya vivir… ni siquiera sobrevivir. En realidad, incluso algunos están condenados en la tempestad del mar de la indiferencia, de las olas de la dejadez, en las olas de olvido. Por eso es un día triste, porque está lleno de dolor y sufrimiento, porque la belleza del mosaico de la vida, con sus rasgos humanos y divinos, todos resplandecientes de luz, se ha roto. Y ya no queda consuelo para el olvidado muerto. Le hemos ignorado.

No debiéramos aceptar que se cuestione la muy humana y responsable ley de la atención y cuidado al más débil, frágil, vulnerable entre nosotros. Cuando alguien está en peligro simplemente se le atiende y se le salva. Seguramente recordamos muchos de los nombres de los que ya se han ido. Nos fueron queridos, se nos hicieron queridos. Pero también sentimos la humillación de no poder recordar los nombres de todos aquellos, santos inocentes, que no encontraron quien los protegiera y murieron en la dejadez despreocupada del olvido. La realidad nos sigue invitando a mirar lo que está sucediendo concreta y realmente a nuestro alrededor, y nos hace conscientes de que puede suceder, de que sucede, ¡de que seguirá sucediendo! Estamos expuestos a perder humanidad vaciando nuestros corazones de compasión. Vemos tanta iniquidad que el amor se enfría, como siempre ocurre cuando no amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Perseverancia es recordar esta historia. La perseverancia es un acto de respeto y de compasión que siente el escándalo y la vergüenza por tanto sufrimiento enorme, no acostumbrándose a ello y haciendo de ello un motivo y una urgencia para elegir por fin un sistema de protección y acogida seguro para todos. Y somos nosotros los que debemos garantizar los derechos que tenemos todos y especialmente los más débiles, frágiles, vulnerables. ¡No se puede morir de esperanza! Los que mueren de esperanza nos piden que miremos rápido para que a otros no les pase lo mismo, que encontremos respuestas posibles, dignas de tanta historia nuestra, conscientes del futuro, de la grandeza una humanidad que atiende y cura también la vida más necesitada. Tal vez ésta sea una de las grandes oportunidades que no haya que perder y que no haya que desaprovechar, de ser lo que somos y de ser lo que deseamos con tanta esperanza. Porque es cierto que existe la banalidad del mal, pero también la belleza del bien. Y si esta muerte nos muestra de un modo conmovedor la triste realidad de la vida para no pocas personas entre nosotros, que nos dé la ocasión de redescubrir que hay otra manera más humana de vivir en este hogar común de Pamplona.

A la memoria del ser humano, de la persona, del anciano hallado muerto en un piso tutelado en Pamplona. Descanse en paz.