Sigo sorprendiéndome ante la capacidad que ostentan muchas personas a la hora de aseverar que las cosas son de una forma y no de otra, afirmando que la realidad se percibe en una sola tonalidad, la suya. Sobre todo en lo que se refiere al conocimiento de algo tan complejo como la evolución de las sociedades humanas, donde nunca se llega a certezas definitivas, tal y como J. Fontana nos señala en la Historia de las Españas.

Hace unos días el director general de Memoria y Convivencia firmó un artículo de opinión bajo el título Resignificación. Nadie tiene el derecho a obedecer, refiriéndose al edificio de los Caídos de esta ciudad. En mi opinión, desacreditando el objetivo del departamento que dirige. Como representante público no puede expresar su parecer inclinando la balanza de una decisión que desde otras instituciones, dicen, se va a poner en manos de la ciudadanía. Y menos respecto a un tema que hiere sentimientos por la vulneración de derechos que provocó. A título personal, como ciudadano, puede expresar la opinión que quiera, incluso apropiarse del contenido de un artículo sin citar a su autor, sin pasar más vergüenza que el sonrojo público. Pero como representante institucional de Memoria y Convivencia no puede tildar, ni a los y las familiares de las víctimas de una guerra que no provocaron, ni a las asociaciones memorialistas que defienden esa causa, como “una nueva ola iconoclasta y localista (por cierto, minoritaria social y políticamente en nuestra comunidad)”. ¿Somos una minoría social las familias de más de 3.500 asesinados en suelo navarro? ¿Es una cuestión localista la represión, el asesinato, las detenciones, las obstrucciones, el silencio impuesto, las vejaciones, el hambre, el enchufismo ocurrido en durante más de 40 años en el Estado español?

Una cosa es confirmar sobre el pasado a título personal, y otra avanzar sobre su comprensión desde las instituciones como debe de hacer Memoria y Convivencia respecto a este asunto. A nadie se nos escapa que para que cualquier integración surja efecto hay que recorrer un trecho largo y, sobre todo, delicadeza. Como hemos señalado, las transformaciones sociales requieren tiempo y algún elemento catalizador que aporte, al menos equilibrio entre diferentes. Evidentemente, a los hechos nos remitimos, esto no ha sucedido en este país. Los dos símbolos más representativos de la dictadura franquista siguen en pie: Cuelgamuros en el Escorial y los Caídos aquí. Además, en las autonomías gobernadas por la coalición PP/Vox están por eliminar las ayudas para la búsqueda y exhumación de los restos de los asesinados y asesinadas, con la aprobación de las llamadas Leyes de Concordia.

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Muestra procesionada de los cuadros del 'Dolor Irreparable' para pedir el derribo de Los Caídos José Ramón Urtasun

Es cierto que los poderes dominantes tras la muerte del dictador –no olvidemos, en la cama–dejaron trenzada la madeja a través de la Inmaculada Transición. Los medios nos han insistido en aquello de que dejó todo atado y bien atado. Pero no ha sido así. Tal y como apuntó el anarquista francés Daniel Guérin, a pesar de las derrotas sufridas, “la sociedad nunca se repliega hasta su punto de partida. El viejo topo continúa excavando. Así nuestra libertad reemprende un día su marcha sobrepasando el punto desde el que había iniciado su retroceso”. En Navarra, asesinaron a los que estaban a favor de la igualdad entre las personas, a los y las que demandaron justicia social para toda la ciudadanía. Silenciaron a los hijos e hijas de las víctimas. Se acuerdan o hagan recordar aquello de “no te metas en política…cállate, no digas eso…no hables, no pienses, no preguntes”. Pero no se acordaron de los nietos y las nietas. Lo que confirma que ningún pasado está definitivamente muerto. Ellos y ellas (yo) mantienen abierto el debate y la controversia a pesar de que el director general de Memoria y Convivencia nos diga que “las transformaciones inteligentes pueden decir verdades sin destruir las pruebas auténticas de la historia”. Parece que es más inteligente resignificar un símbolo franquista que rescatar las fosas todavía diseminadas por la geografía navarra. Parece que es más inteligente mantener un bien mostrenco que debatir en las aulas sobre estos sucesos para entender mejor el presente.

Que no nos impongan de nuevo cómo ha sido ese pasado, cómo va a ser usado y cómo va a ser tratado por nuestro presente. Que no vuelvan a insultar nuestra inteligencia, como ya hicieron, diciéndonos que somos un minoría social y política. Siguiendo a Jean Jaurès –pacifista francés asesinado a los tres días de empezar la IGM por un nacionalista de derecha a favor de ella– podemos decir que una forma de respetar la memoria de las víctimas es continuar hacia el futuro la obra puesta en marcha por los y las que trabajaron en el pasado, por los que pensaron, desearon, sufrieron y buscaron una salida a las injusticias. Somos nosotros, nietos y nietas, los que tenemos y debemos ser fieles a sus acciones como fuerzas de movimiento, impulso y transformación. No creo que ninguno y ninguna de las asesinadas quisiera ver un bien mostrenco en pie que representa a los que imponían obediencia mediante la fuerza. Por el derribo de los Caídos.

El autor es nieto de asesinados