Presentamos a continuación un resumen de las conclusiones del debate que celebró el 25 de mayo de 2024 el grupo Solasbide/Pax Romana, en un encuentro abierto a otras personas significadas por su acción en diversos campos profesionales, sociales, políticos o sindicales de Navarra.
El debate partía sobre dos afirmaciones, “no habrá paz sin una convivencia humana fraterna y justa”, y “no hay convivencia posible sin personas de paz”. Nos interrogamos sobre las condiciones de una buena convivencia, sobre el punto de conexión más decisivo y determinante entre convivencia y paz, y sobre los compromisos concretos que podemos adoptar al respecto.
Se abordó la profunda brecha que existe entre los valores oficialmente admitidos y que todos decimos compartir (justicia, igualdad, solidaridad, paz, integración, diversidad) con los valores, o contravalores, que realmente practicamos (injusticia, desigualdad, discriminación, xenofobia, individualismo, belicismo, crecimiento insostenible), ante los que parecen poco efectivos los medios que consideramos indispensables para trabajar por la convivencia en paz: la escucha, la empatía, el diálogo, la aceptación de los otros, el respeto efectivo de los derechos humanos, la aplicación de las normas legales, internas o internacionales, aprobadas democráticamente.
Observamos que necesitamos profundizar en una visión crítica sobre nuestra sociedad y sus instituciones, y todavía más en una actitud autocrítica sobre cómo nos enfrentamos a los retos planteados, empezando por cuidar qué queremos decir con las palabras que empleamos para proclamar valores y objetivos, qué implican, qué nos exigen; por evitar un lenguaje agresivo, que descalifica y no ayuda a comprender. Hemos de partir de la recuperación de nuestra condición de sujetos responsables, que ante las dificultades generadas por unas dinámicas que nos superan y abruman no desertemos de nuestra condición de constructores de la historia, del compromiso ético por cambiar la realidad. Una realidad cuya compresión no es fácil, nos exige esfuerzo, empezando por el de estar bien informados ante el riesgo de desinformación sistemática que padecemos por una sobreinformación que atosiga y confunde, por las carencias de los medios de comunicación, sus sesgos, su habitual utilización como medios de manipulación y propaganda, ante el riesgo de huir y refugiarnos en la comodidad de nuestros prejuicios y convicciones ya asentadas.
Cuando hablamos de integración social, en particular de los inmigrantes, no es suficiente proclamar nuestra actitud positiva. Ante una sociedad cada vez más plural y multiétnica no podemos confiarlo todo a “que se integren ellos” por los mecanismos ya establecidos; quienes acogemos la inmigración también estamos obligados a cambiar, a acomodarnos a nuevas realidades, a admitir que en una sociedad cada vez más mestiza todos somos mestizos, a reconsiderar nuestras identidades de grupo (tan importantes, pero siempre subordinadas a la identidad humana), a ser conscientes de que no podemos exigir a los que vienen que acepten un sistema que nosotros sabemos injusto (“un sistema que mata”, en palabras del papa Francisco). Hemos de ser conscientes de que toda convivencia social produce conflictos y hemos de buscar cómo solucionarlos sin echar la culpa o la responsabilidad a otros.
Proclamamos también la solidaridad, pero no siempre interiorizando que no puede consistir solo en compartir lo que nos sobra (sobre todo, los puestos de trabajo que no queremos), sino también en redistribuir la riqueza. Nos hemos de preguntar hasta dónde estamos dispuestos a hacerlo, hasta dónde podemos renunciar a lo que ya tenemos o a lo que ambicionamos tener.
Aspiramos a un mundo en paz y seguridad y todos aseguramos trabajar por ello, pero debiéramos replantearnos si hoy, con el potencial destructivo de las armas modernas, con su capacidad de infligir sufrimiento, puede haber guerras justas; si es justificable proclamar el derecho a la defensa o el derecho a la rebelión para justificar un conflicto bélico. Nos hemos de preguntar si estamos dispuestos a dejar de fabricar y vender armas (España es el séptimo país exportador mundial, la Unión Europea tomada en conjunto sería el primero) aunque eso perjudique nuestra economía y suponga sacrificar puestos de trabajo. Hemos de preguntarnos hasta dónde, de verdad, somos personas de paz.
El cuidado del medio ambiente, la lucha contra el cambio climático en la que decimos estar empeñados, nos interpela sobre si podemos mantener un sistema económico basado en el crecimiento ilimitado, en el aumento de la producción y el consumo con simples parches verdes o de supuesta sostenibilidad. En particular, en Navarra nos debemos plantear si debemos seguir fabricando, vendiendo y utilizando automóviles como hasta ahora, si es sostenible mantener nuestra dependencia de esa industria, si no ha llegado el momento de dejar de crecer y empezar a decrecer ordenadamente.
Afrontar un cambio social que resulta indispensable, ante los retos que aborda la humanidad, nos interpela sobre si es posible hacerlo sin una conversión personal, si no nos replanteamos nuestra forma de vivir, nuestro nivel de consumo, nuestra forma de pensar, nuestra participación política y social. No podemos postergarlo pensando que nosotros, en Navarra, estamos mejor que otros, que nuestras estadísticas son más felices que en otros lugares.
El debate apuntó a algunos de los compromisos que debiéramos adoptar individual y colectivamente: no callar, no ser pasivos, no conformarnos, estar bien informados para poder entender y juzgar con criterio ético, debatir, participar, no dejar la política en manos de otros, empezar a salir del sistema en lo posible (ay, los hábitos de consumo), aceptar que la paz y la convivencia es responsabilidad de cada cual, abandonar los gritos de guerra por otros de paz y convivencia.
Por: Jesús Ariño, Pilar Beorlegui, Mertxe Berasategui, Jesús Bodegas, Camino Bueno, Guillermo Mújica, Miguel Izu, Fco. Javier Lasheras. Vicente Madoz, Ignacio Sánchez de la Yncera, Josep Mª Valls, Lucio Zorrilla (Solasbide)