Acoger y reconocer el dolor con cuidado y atención
En la Comisión de Presidencia de 18 de junio de 2024 del Ayuntamiento de Pamplona, dos miembros de la Red de personas torturadas de Navarra han solicitado el apoyo de todos los grupos políticos a la declaración que han presentado, también en otros ocho municipios navarros.
Pone los pelos de punta escuchar por lo que han pasado estas personas e intuir lo que omiten por tenerse que ajustar al marco institucional al que se dirigen: “Cada vez que hablamos del tema de la tortura nos duele mogollón y nos cuesta (…). Nos hace revivir lo que pasamos, aquellos días interminables en cuarteles y comisarías…” con palabras entrecortadas “donde nos desnudaron, nos manosearon, nos violaron, nos machacaron física y mentalmente (…). ¿Por qué se utilizó la tortura con total impunidad durante tanto tiempo y a tantas personas?”. Otro miembro de la Red prosigue: “En ese momento nadie tuvo duda de cuál es la razón que lleva a alguien a autoinculparse de un asesinato que no ha cometido, no es otra que la tortura (…). Muchos de los supervivientes no son capaces de hablarlo porque, como recuerda el Comité contra la tortura de la ONU, las consecuencias de la tortura son permanentes (…). Daños sufridos por la víctima tras los que, tal vez, no recupere plenamente su situación anterior, incluida su dignidad, salud y autonomía como consecuencia de los efectos permanentes que deja la tortura”.
Espeluznante, terriblemente espeluznante y tremendamente injusto. Es muy importante que todas esas voces puedan ser escuchadas, reconocidas y, en la medida de lo posible, reparadas por las instituciones públicas y por la sociedad en general. Es imperativo que nunca más vuelva a ocurrir nada parecido. Fundamental.
Creo, por otra parte, que ese “nuevo modelo de convivencia justa y digna para todas las gentes que habitan esta ciudad” al que ha hecho referencia la representante de un grupo en el gobierno municipal, no puede, en ningún caso, estar exento de empatía y consideración hacia el dolor padecido por todas las víctimas de vulneraciones graves de derechos humanos que, por desgracia, ha sido y sigue siendo muy profundo en muchos casos. Cuesta imaginar qué puede pasar por la cabeza y el cuerpo de alguien cuyo padre fue asesinado, al anunciar que su partido está dispuesto a suscribir la declaración presentada, siempre y cuando se añada un párrafo en el que se haga referencia a la “tortura que supuso la actividad criminal de ETA” y al recibir, como respuesta, un más que desafortunado “hoy no toca”.
Necesitamos ser capaces de acoger el dolor venga de donde venga, acogerlo y reconocerlo, con cuidado y atención. Ese nuevo modelo de convivencia requiere priorizar la parte humana y dejar en segundo (o tercer) lugar el interés partidista. De la misma manera que somos capaces de identificar la injusticia en carnes propias, necesitamos asumir que ésta y el dolor no son patrimonio de nadie, muy al contrario, son universales y contribuir a ellos, independientemente del fin, nos corrompe e inhumaniza, también el hecho de minimizarlos, negarlos o justificarlos de alguna manera.
Sanar las heridas no está exento de riesgos. Los procesos son largos y suele haber muchos factores en juego. Si hay algo que no hay que perder de vista es el hecho de que la sociedad tiene una deuda pendiente con las víctimas y que puede empezar a saldarla desde una escucha comprometida y mostrando compresión y solidaridad cada vez que surja la ocasión. Gracias.
La autora es vecina de Iruñea