Hace un un tiempo ya, leía una frase anónima que decía “Me gustan las consecuencias, porque son el fruto de haberlo intentado”. Y es que no somos precisamente pocos ni anónimos quienes en un momento dado asumimos una responsabilidad municipal, pero sí intentamos llevar a cabo ideas y proyectos de mejora y desarrollo en/de nuestros pueblos, teniendo estos consecuencias en las vidas de los demás, pero también en las nuestras propias. Y en la de nuestras familias.
Asumir un cargo público en un ayuntamiento significa dedicar a una labor comunitaria un tiempo que generalmente no te sobra; además significa una exposición pública que la mayoría no quiere para sí, y la mayoría ni reconoce, paga ni agradece. En algunos casos ese esfuerzo que se dedica no tiene retribución; en otros, esta es parcial; y en otros casos, puede ser una jornada completa, con la otra cara de la moneda que supone aparcar temporalmente tu trabajo y carrera profesional, con todo lo que eso también significa. Y qué decir de las críticas diarias a cualquiera de las decisiones que se toman, con mayor o menor acierto, pero con toda la información de que se dispone, y que ayuda en la toma de decisiones, desde la única voluntad de la búsqueda del máximo de ventajas y mejoras para el pueblo y nuestros vecinos y vecinas. Críticas que no solo uno las tiene que digerir, sino que es la familia también pagana de ello. Siempre lo he dicho: con todo lo descrito, si no fuera por la fuerza del sentimiento de pertenencia, es muy difícil que alguien dé el paso de estar, trabajar y permanecer unos cuantos años en el consistorio. El único pago que te merece la pena es el sentimiento de deber cumplido con tu pueblo, y acaso el reconocimiento de tu comunidad vecinal.
Nunca me ha asustado asumir responsabilidades; más bien las he tomado con gusto cuando he contado con motivación. Y es que en mi caso particular entré en el Ayuntamiento de Lekunberri con 19 años recién cumplidos, enlazando 7 años seguidos como concejal mientras compaginaba la carrera de LADE con la del trabajo en una empresa del pueblo, y que únicamente fueron interrumpidos por el año que marché al extranjero a reforzar mi entonces pobre inglés. Posteriormente, y tras más de 12 años enfocado en mi crecimiento profesional, volví a la vida municipal, esta vez como alcalde durante 4 años tras ganar las elecciones por apenas 40 votos, y sigo aún como concejal, esta vez en la oposición, tras perderlas por apenas otros 60 votos, con el cariño y reconocimiento de unos, y el silencio y olvido de otros, siendo por supuesto el más afectuoso y doloroso el de los más cercanos. Nadie me puede negar que “sé de lo que hablo”.
Tampoco me asusta ni avergüenza contar lo disfrutado, vivido y sufrido, pues es parte de lo que soy hoy, de mi crecimiento personal y profesional, de mi ser genuino y particular. Tras años de trabajo por cuenta ajena, esta experiencia, unida a la anterior en la empresa privada, me ha servido para encontrar el valor y ordenar las ideas necesarias para dejar de lado el trabajo por cuenta ajena y lanzarme al mundo del emprendimiento, creando mi propia consultoría estratégica y colaborar con diferentes entidades y empresas del ámbito público y privado.
Por todo ello, leo con empatía y también preocupación, y me uno al artículo de Ana Ibarra sobre alcaldes y alcaldesas en lucha, y lo amplío también a concejales y concejalas, por hechos tan tristes como por ejemplo el de Urroz Villa, donde personas que dan horas de su vida y la cara por su pueblo, se ven obligados a dejarlo por la incomprensión de personas que no aceptan una mínima compensación económica a su dedicación, pero tampoco se postulan como alternativa gratuita a realizar tan digna y encomiable labor. El perro del hortelano, que se decía. O el del nauseabundo ataque sufrido a la vivienda de la alcaldesa de Etxauri, sembrando el pánico y la incertidumbre, ya no solo en ella, sino en su familia y entorno. Y posiblemente otros que han ocurrido de manera más anónima. Por ello mi solidaridad y cariño, especialmente para ellos y ellas, pero también mi reconocimiento con todos los alcaldes, alcaldesas, concejales y concejalas de toda Navarra y de todo color y sigla política por su valor y labor. Porque esto no va de siglas. Va de dignidad y respeto a unas personas, y su trabajo y dedicación a su pueblo y sus convecinos.
Acoso, derribo, insultos, mentiras y críticas exacerbadas constantes, de individuos independientes en ocasiones, grupos también organizados, y a veces, no se puede negar, alimentados por algunos grupos municipales que dan cobertura a populismos de todos los signos. Algo pasa cuando 37 municipios navarros no presentan candidaturas a sus ayuntamientos y/o concejos, de un total de 43 en el conjunto del Estado español.
39 concejos y ocho municipios siguen sin representación en Navarra y el Gobierno nombrará una gestora
Y otros tantos o más seguramente se las vean y deseen para sacar listas sin que el motivo sea las ganas de trabajar o la falta de implicación con el pueblo, o que, habiendo sacado lista, las personas se acaben yendo una a una, o todas a la vez como el caso de Urroz Villa. Hay un lógico miedo, porque el miedo es muy personal, a la gente y sus feroces y despiadadas críticas, en su mayoría, nada constructivas, y en su mayoría también, sin más argumentos que los más manidos que todos y todas sabemos. No digamos si la violencia, coacción o amenazas veladas median… Y todo por un trabajo parcial y gratuito, retribuido mínimamente en casos de jornada parcial y en otros por debajo de la responsabilidad asumida y las competencias y capacitaciones profesionales adquiridas en su trayectoria profesional.
Una situación que, sin ser nueva, pues no podemos olvidar situaciones más beligerantes con los años de plomo de la violencia terrorista y de estado, no deja de ser preocupante para una comunidad como la nuestra que sufre la despoblación de su mundo rural, y que, sin duda, la falta de vocaciones y valores municipalistas ayudan y ayudarán con estas actitudes y comportamientos a aumentar esa brecha y cifra de ayuntamientos y concejos sin representación y gestión local natural.
Y en el cada vez más cercano final de mi etapa municipal tras más de 3 legislaturas y 12 años, me niego a pensar que no se pueda hacer nada; que nuestro esfuerzo, dedicación y sacrificio será baldío y que nadie por estos o por otros motivos desconocidos se involucrarán en el lógico y natural relevo de tantas generaciones que han dedicado parte de su vida al desarrollo de sus localidades. Y, por supuesto, me niego al silencio cómplice de dejar pasar estas situaciones en una tierra de diversidad como es Navarra, donde más allá de estar condenados a entendernos por obligación, la mayoría queremos entendernos por vocación democrática, viviendo en nuestra diversidad y respetándola. Por nosotros y las nuestras. Por aquí debe pasar también la llamada Agenda Navarra.
Porque las entidades locales, ayuntamientos y concejos son las instituciones más cercanas al pueblo, porque los cargos públicos somos también antes que nada vecinos y vecinas, participemos de su desarrollo, de su convivencia, activa o pasivamente, respetando a las personas sin obviar las discrepancias y/o debates políticos, pero siempre poniendo en el centro a las personas. Porque en los ayuntamientos y concejos están las personas y el futuro de los pueblos en Navarra.
El autor es exalcalde y concejal del Ayuntamiento de Lekunberri