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Ideológico condominio comunitario

Ideológico condominio comunitarioCedida

Continuando con lo recogido de las enseñanzas de Georges Politzer sobre el papel a desempeñar dentro del materialismo dialéctico por la contradicción, constataremos el hecho de que toda afirmación generalmente surja y contenga, a la vez, de y a su contrario. Luego no es de extrañar que hablando del sentido que hayamos de darle a la comunidad, algunos quieran aprovecharse de ello llevándola hacia la particularidad, cualesquiera sean los principios por los que venga a regirse tal apropiación. En nuestras, a veces acaloradas, discusiones en torno a la comunidad, nos dimos cuenta cómo la comunitaria figura compensatoria del labaki y la corraliza eran grados de esa particularización que terminara al paso del tiempo convirtiéndose directamente en propiedad privada de quien en ocasiones durante generaciones la había disfrutado aprovechándose de la misma. Y si esto fue así, siguiendo las enseñanzas de David Harvey, en urbanismo y desigualdad social, también pudimos comprobar cómo el aserto de éste sobre la característica totalitaria de la disposición del espacio en propiedad se iba haciendo realidad. “Por ejemplo – según nos dice –, la relación de propiedad crea espacios absolutos dentro de los cuales puede funcionar un monopolio de control”. (Eran éstas, no obstante, figuras de la comunidad ya institucionalizada respondiendo al grado de ideologización del momento dado).

Posteriormente, avanzando críticamente con el esquema del antropólogo escocés Victor Turner, pudimos otorgar carta de naturaleza a otro grado de ideologización que hubo de surgir como fruto de la adopción, particular y grupal, de una idea. Por dar con otro ejemplo, la comunidad ideologizada que aparece como trasfondo de determinadas consignas partidarias fundamentalmente en la órbita del comunismo, del nacionalismo y, también, de la mayor parte de los considerados actualmente como fuerzas representativas del populismo. Y esto último aun a expensas del hecho constatado fehacientemente, de que toda comunidad plural participe de una o varias concepciones del mundo, cosmovisiones, y, por tanto, ideologías. “Llamaremos –así – a la manera como vemos el universo, una concepción, y a la manera como buscamos las explicaciones, un método”, argumentaba Politzer ante sus discípulos en el ámbito de aquella parisina Universidad Obrera, puesto que como todo el mundo debiera saber “la base del materialismo es el reconocimiento del ser como creador del pensamiento”, y éste último constituye a su vez “la idea que nos hacemos de las cosas”. (¿Hay algo más idealista que estas afirmaciones?). Las ideologías, en este marco, son el cuerpo de ideas que bien de forma hegemónica, subordinada, insurgente o emergente luchan por regular la manera en que experimentamos la vida. En este sentido, nos hallamos en la era de un asimétrico condominio de lo individual y lo masificado, en el umbral transicional de los ámbitos público y privado. Ambos como espacios de la propiedad y del monopolio de control por parte conglomerado institucional público-privado, que como en el caso del reciente rescate de la Banca, aspira a funcionar en régimen de perfecta, homeostática, hibridación. Aunque como es sabido, todo lo homeostático se encuentra condicionado por un precario equilibrio.

Otro era el mundo, en principio, de la casa/etxea, que como se ha podido apreciar anteriormente pertenece desde hace décadas a esa comunidad de la experiencia pasada, tan sólo mantenida marginalmente en testimonial huella. El psicólogo Miguel Olza Zubiri lo constató en su pionero estudio de Psicología de una población compuesto de dos partes: la del habitante de la Ribera tudelana y la de una población rural vasca (IPV 1975 y 1979, respectivamente, estando el primero de ellos prologado por Caro Baroja), cuando en el último describe el declive del modelo económico-productivo basado en la casa-familia, reflexionando sobre la consideración de que todo el trabajo realizado estaba bajo el influjo de la “sensación de estar contemplando algo que se acaba”. Dicho autor avanza, no obstante, la idea de la casa/etxe, que él matiza no estar en el convencimiento, a pesar de denominarla como casa-familia, de que sea su formulación más adecuada: nunca es la mía, puesto que “la casa pertenece a todos los que la habitan y los padres que la dirigen también son de todos, como se refleja en la lengua. No se dice “nere etxea” (mi casa) sino “gure etxea” (nuestra casa). Igualmente no se dice “nere aita”, “nere ama” (mi padre, mi madre) sino “gure aita”, “gure ama” (nuestro padre, nuestra madre)”. Siguiendo la pauta, no son los vecinos sino nuestros vecinos los que hayan de dar lugar al auzo, sentimiento comunitario basado en la proximidad y la exigencia de mutualista colaboración.

Desgraciadamente, nada de esto se encuentra recogido en las consignas partidistas e institucionales que apelan, como hemos podido comprobar más al interés individual situándolo muy por encima de aquél otro de la colectividad. En aquella obra localmente pionera Miguel Olza Zubiri reclamaba la aplicación constructivista de los principios recogidos por Berger y Luckman en su obra, La construcción social de la realidad, como la guía más adecuada del momento al poner en relación la dialéctica del hombre productor con el medio social, su producto: “El hombre en su colectividad y el mundo social interactúan y el producto vuelve a actuar sobre el productor. La exteriorización, la objetivación y la interiorización no son sino momentos de un proceso dialéctico continuo y cada uno de ellos corresponde a una caracterización del mundo social”.

No otra cosa, tal vez, quisiera traernos a colación Politzer cuando afirmara que la realidad dialéctica para la constatada presencia del capitalismo es asimismo aquélla que diera lugar a la necesidad de su superación por el socialismo. Pero en ello, la comunidad del marxismo no deja de ser sino esa posición polarizada en la que la realidad adopta al menos parte del sentido de su contrario. Así, abandonados los modos existenciales comunitarios, mientras domine el capitalismo habría de darse la posibilidad de un socialismo sustitutorio; mientras sea el imperativo consumista lo que mueve al individuo, la posibilidad de una alternativa comunitaria, etcétera. Y admitiéndolo de esta forma todo ello no significa otra cosa que para la existencia de uno haya de darse la del otro también. Ambos se complementan y necesitan formando ese extraño bucle de retroalimentación sistémica, debido al cual deviene ser imposible, en lógica dialéctica, la alternativa al otro. Por lo mismo, la comunidad es aquello que está antes y después de la ideología.l

Autor de ‘Encuesta etnográfica de la Villa de Uharte’