Todos hemos sentido alguna vez la sensación de estar solos ante la abrumante pesadez de la monotonía. A lo largo del día, enfrentamos diversos retos, superándolos con mayor o menor dificultad en función de nuestras capacidades y expectativas. Ya sean desafíos laborales o personales, en ocasiones, atravesamos etapas vitales que parecen una sucesión de responsabilidades sin fin, con días que se funden sin horizonte a la vista. Afloran las dudas y el miedo: ¿Estaré haciendo todo lo posible? ¿Soy la persona adecuada para encargarme de esto? ¿Estoy abarcando más de lo que puedo? Parece un equilibrio complicado: confiar en el propio criterio mientras navegamos un mar de incertidumbre. Aumentan la presión y la sensación de descontrol. En esta situación, ¿tenemos con quién desahogarnos? Puede llegar un momento en el que las aguas se tambalean y aparecen los primeros síntomas clínicos: no puedo dormir, tardo más tiempo de lo normal en hacer las tareas diarias, me siento vacío. Entonces, la barca se hunde. La metáfora se convierte en realidad tomando la forma de una baja laboral por burnout. Necesaria e indeseada a partes iguales.

Aunque el burnout es una realidad que toca todos los sectores laborales, desde el covid-19 se ha observado un incremento significativo de su incidencia en los profesionales de la salud a nivel global, afectando en España a más del 25% del personal sanitario. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el burnout es un síndrome psicosocial conceptualizado como el resultado de un estrés laboral crónico no gestionado con éxito. Se caracteriza por un cansancio emocional elevado, alta despersonalización y baja realización personal y puede conducir a diversos problemas psicológicos, entre ellos, ansiedad y depresión. Debido a las implicaciones que puede tener en la vida de los profesionales sanitarios –disminución del entusiasmo y la motivación, comunicación ineficaz, prácticas clínicas menos seguras, errores debidos a la fatiga o el deterioro de la capacidad para tomar decisiones–, implica consecuencias graves tanto para el profesional como para los pacientes.

Jim Campbell, director del Departamento de Personal Sanitario de la OMS, afirmó en un encuentro sobre salud mental de los profesionales celebrado en Lovaina en abril de 2024 que “tras la pandemia de covid-19, existe la obligación moral de abordar la crisis de larga duración de agotamiento y daño moral en todo el sector de la salud mediante la protección del trabajo decente, la mejora del entorno de trabajo y el abordaje de las causas profundas de los problemas de salud mental en nuestro entorno laboral”.

Aunque el burnout es multifacético, cobran especial importancia la soledad y la pérdida de esperanza, aun estando rodeados de gente que nos quiere. La sensación de estar solos ante la adversidad, de que las responsabilidades nos superan. Vivir se convierte en una carrera contrarreloj contra nosotros mismos en un mundo que quiere ayudar pero que no sabe cómo.

Contar con una buena red de apoyo es fundamental. En psicología existe un término llamado “ilusión de invulnerabilidad” por el cual distorsionamos la percepción de las amenazas o riesgos externos cuando nos afectan a nosotros mismos. Nuestro cerebro lo utiliza para protegernos ante el estrés que supone el miedo a una realidad que vemos ajena. Por eso, todos pensamos “a mí no me va a pasar”. Pero la realidad es que la salud mental es una lotería y, aunque la probabilidad varía, todos somos susceptibles de sufrir un cuadro clínico.

Y usted, ¿con quién se desahoga? Los profesionales de la salud mental se ven obligados a enfrentar esta pregunta en numerosas ocasiones, tantas que es inevitable no programar una respuesta estándar para salir del paso con elegancia. Sin embargo, las palabras resuenan de manera diferente en una reunión de amigos con una cerveza o en el silencio del coche después de un día difícil. El eco, en este caso, se amplifica: “Y yo, ¿con quién me desahogo?”.

Esta pregunta evoca interrogantes previos: ¿Cómo estoy? ¿Qué necesito desahogar? ¿Qué problemáticas me agobian? Requiere un ejercicio de introspección a fondo. Antes del burnout, aparecen varios factores: la sobrecarga de información, un ritmo de vida que sobrepasa nuestra capacidad de procesar todo in situ, el deseo de realizar un buen trabajo y conciliar la vida profesional con la vida familiar, el deseo de ser felices y lograr una vida plena… La sensación de que la vida es finita, de que cada momento es único y queremos exprimirlo al máximo.

En este contexto, la investigación puede aportar información valiosa. Existen numerosos estudios para mejorar la calidad de vida de los profesionales de salud desde distintas áreas: identificando factores de riesgo para establecer programas de prevención, desarrollando investigaciones basadas en la evidencia para reducir los primeros síntomas de burnout, mejorando los modelos de organización del trabajo, empleando la tecnología para mejorar el bienestar (telemedicina o IA) u ofreciendo herramientas de actuación a los profesionales de la salud, entre otras.

Desde las universidades se está trabajando para implementar modelos que permitan la creación de redes de apoyo en la comunidad sanitaria, que faciliten la conciliación y que aborden el aspecto moral o trascendental del trato con las personas, poniendo a disposición de los profesionales programas de apoyo social en el entorno laboral, como mentoría, coaching, grupos de apoyo psicológico o acompañamiento espiritual. La guía Our duty of care: A global call to action to protect the mental health of health and care workers es un buen ejemplo. A nivel macro, la certeza de saber que se está trabajando en la dirección correcta nos anima a mirar al futuro con esperanza. A nivel micro, el sabernos necesitados por el otro nos anima a vivir el presente con ilusión, sabiendo que cada uno somos motor de cambio en nuestro entorno laboral, creando redes de apoyo fuertes y estables. Así, cuando alguien nos pregunte “Y usted, ¿con quién se desahoga?”, todos sabremos qué responder.

Instituto Cultura y Sociedad Universidad de Navarra