Aitor Esteban se despidió de su escaño en el Congreso de Madrid con un discurso breve pero efectivo, y con una afirmación de su ideario político condensado en tres palabras: Gora Euskadi askatuta. Y como a una le platean los cabellos y le crujen los huesos en este marzo húmedo y frío de Nabarra, recuerdo sucedidos de los otros marzos antecedentes. Inaugurado el primer Aberri Eguna y los sucesivos en tiempos de la república en las capitales baskas, aunque fue prohibido en Iruña tras el golpe militar y la dictadura que le siguió, que todo suprimió, surge en 1964 el de Gernika, un reto libertario. Mis recuerdos se detienen en el Aberri Eguna de Iruña, 1967. Nacido nuestro primer hijo decidimos venir a Euskadi a mostrarlo a los aitonas Irujo Elizalde, aunque me quedé en Washington por una visita familiar. Ahí me enteré, y casi al momento, que en el Aberri Eguna celebrado en la Plaza del Castillo había sido abortado por la policía y detenido Pello Irujo. Me lo comunicó Jon Bilbao. Cuando días después Irujo me recogió en el aeropuerto de Barcelona, me horroricé al verle el rostro desfigurado por los golpes recibidos en los días de su confinamiento. Irujo formaba parte del grupo Radio Euskadi, que desde Caracas fue convocando personas y preparando los actos para la celebración del Aberri Eguna, nuestro día de la patria. Entre las recomendaciones que se dieron se determinaba caminar por la plaza, evitar cualquier gesto expresivo para impedir que la policía tomara acción. Se habían colocado en lo alto de los edificios que rodean la plaza los dispositivos para la gran traca de las 1as doce del día: un aluvión de ikurriñas, cual mariposas, se dispararon al aire para caer con precisión sobre la gente que circulaba sin descanso, dotando alegría en sus almas al verlas y sentirlas deslizarse sobre los hombros. Ahí estaba Pello Irujo, gozando del impacto de una obra que llevó meses de trabajo de su vida, junto a tantos compatriotas, cuando delante suyo cayó una ikurriña y un guardia civil, enojado de aquel despliegue, la agarró con sus manos, la trituró y, echándola al suelo, la pisoteó. Por el ánimo de Irujo pasaron los días de ilusiones, trabajos y dineros que aquella aventura había significado, los tiempos históricos que procuraron el exilio de sus aitas, el suyo y el de su propio hijo, que nació con otra nacionalidad, y, quebrantando las normas proclamadas, le gritó al guardia civil: Gora Euskadi askatuta, que resonó en los rincones de la vieja Plaza del Castillo asaltada desde el día de la conquista del reino de Nabarra.
Inmediatamente le arrestaron, reduciéndole a trompicones y metiéndole en el furgón policial, trasladado a comisaría donde fue torturado, casi perdió un ojo, y lo soltaron a los 3 días por su condición de venezolano. Pero cuando llegamos de Barcelona al hogar patriarcal de Lizarra, la policía franqueaba la casa exhibiendo la orden de expulsión que pesaba sobre él, y de la inmediata traslación a la frontera de Irun. Era tarde y, con un bebé por medio, tuvieron la consideración de hacer el traslado al día siguiente bajo juramento de no intentar escape alguno. A la mañana nos despedimos de mis suegros, que en ningún momento perdieron la compostura pues sabían del precio de cualquier rebelión, y marchamos en nuestro coche pero escoltados por la Guardia Civil hacia Irún. Allí entregaron a Irujo a las autoridades francesas con la orden de expulsión del Estado español por siempre jamás.
Uno de los guardias civiles se me acercó, mientras Irujo atendía al papeleo por entonces para entrar en Franca, y me dijo en bajo de voz, como avergonzado de aquel suceso... sino hubiera dicho askatuta, señora. En su mirada habia compasión pero también un cierto respeto. Nos quedamos solos en la ciudad fronteriza demasiado jóvenes para realizar nuestra desgracia, aunque sin perder la esperanza del retorno a Euskadi que íbamos fraguando. Pasaron más de 10 años y muchas gestiones, se concedió la amistía, muerto el dictador, para que Pello Irujo pudiera normalizar su vida en Nabarra. Propició el resurgimiento de EAJJ/PNV con todas sus fuerzas, ilusión y capacidad, y vivimos días de gloria y también de desgracia en aquellos años en que se celebraron actos importantes como fue el regreso magnífico de Manuel Irujo, en que se desbordaron las carreteras de Nabarra y del propio aeropuerto, porque todo el mundo quería ver y aplaudir al león de Nabarra. Fue como un Gora Euskadi askatuta que cada quien mantenía en su corazón pese a los años la derrota procurados por la dictadura infame. Pello Irujo, entre otros, los sucesos siempre son colectivos en política, perfiló aquel retorno, hilando los hechos milagrosos pero tajantes que desde Sabino Arana y su abuelo Daniel Irujo y el euskalerriako Estanislao Aranzadi, entre otros. No se sabía de los 3.600 muertos, en un frente sin guerra, pero que sirvieron para sembrar el terror auspiciado por Mola.
El Gora Euskadi Askatatuta de Aitor Esteban remueve los recuerdos pues hemos avanzado en estos 50 años de trabajo comunitario, arduo, difícil, constante. Seguimos fieles a una ideología de leyes, usos y costumbres, de lengua renacida, logrando un cierto reconocimiento de los que no piensan igual y que quiza rechacen lo que se hizo a un Pello Irujo de 25 años, quien defendió con su voz lo que representaba la ikuriña para su pueblo. Un mensaje de afirmación del ser privativo, que de un pueblo que hace más de dos mil años estampó la palabra zorioneku en la puerta de una vivienda en nuestro Irulegi.
*La autora es bibliotecaria y escritora