Navarra es rica en agua pues por sus cauces incorpora a la cuenca del Ebro más de 4.000 hectómetros cúbicos (Hm³) al año. Pero Navarra es pobre en regulación, pues el volumen de agua que discurre por los embalses es de tan solo 1.270 Hm³, lo que supone un control del 31% del recurso hídrico que circula por el territorio de la Comunidad Foral. Para poner estas cifras en perspectiva, en España la regulación media de recursos ronda el 50% y en cuencas como la del Guadiana y Guadalquivir supera el 70%. Este dato revela por una parte la alta vulnerabilidad hidráulica de Navarra y, por otra, la generosidad de este territorio que entrega al río Ebro un 70% del agua sin ningún tipo de aprovechamiento.

La Península Ibérica y, por tanto, Navarra, deberá afrontar en los próximos años y décadas los impactos del cambio climático y con ello la gran incertidumbre de la disponibilidad de agua, pues se acentuarán los fenómenos extremos: avenidas y sequías. Frente a los que dicen que no hay que construir más embalses porque no va a haber agua, la respuesta es justo la contraria, hay que tener una gran capacidad de almacenamiento para acumular agua en los años de grande lluvias y nevadas como el actual, y poder utilizarla es los años posteriores de sequía. En la reciente aprobada comunicación de la Comisión Estrategia europea de resiliencia hídrica se puede leer: “El almacenamiento de agua en embalses y otras estructuras artificiales requiere una atención especial y una planificación y coordinación cuidadosas, ya que muchos sectores económicos necesitan un suministro estable de agua y a menudo tienen necesidades diferentes a lo largo del año”.

El embalse de Yesa, construido en 1959 en el río Aragón, es una pieza fundamental para la regulación de los ríos Aragón y Esca y para el desarrollo agrícola, urbano y energético de la Cuenca del Ebro, además de evitar las terribles avenidas que ocasionaba este gran río pirenaico. Actualmente, dispone de una capacidad de almacenamiento de 470 Hm³, insuficiente para cubrir la creciente demanda y asegurar el abastecimiento en periodos prolongados de sequía. El embalse recrecido llegará hasta 1.070 Hm³. Y tenemos que lamentar que en 2011 se redujera en una tercera parte el proyecto original, ya aprobado y contratado por el Estado. Con aquella decisión, un tanto arbitraria, se perdieron otros 500 Hm³ de regulación hiperanual, hasta 1.575 Hm³ que, a buen seguro, serán necesarios en el futuro.

Por desgracia, se sigue debatiendo y discutiendo sobre si el recrecimiento de Yesa, impulsado desde hace décadas, resulta beneficioso o no para la región. Se habla de fallos técnicos, de inseguridad, de sobrecostes… Es cierto que el recrecimiento de Yesa ha generado preocupación respecto a la estabilidad de la ladera derecha del embalse. Por ello, desde 2013 hasta finales de 2023 se han desarrollado por la Confederación Hidrográfica del Ebro trabajos para la mejora y estabilización de dicha ladera. Y los análisis derivados de la instrumentación y los registros inclinométricos indican que los movimientos detectados en los planos de rotura en profundidad son mínimos y que los movimientos residuales se han anulado. Actualmente solo se registran movimientos habituales relacionados con la evolución del nivel de agua en el embalse, dentro del rango establecido y controlado.

Dicho esto, y una vez comprobado que la ladera derecha no presenta movimientos significativos y no está comprometida su estabilidad general, el proyecto de finalización de las obras se va a acometer ahora con un plazo estimado de 36 meses y un coste aproximado de 47 millones. Esperemos que sea, por fin, la actuación última para concluir esta gran obra hidráulica.

A nadie en su sano juicio se le escapa que, más allá de la seguridad hidráulica, el recrecimiento de Yesa aportará beneficios sociales, ambientales y económicos esenciales. Empezando por la garantía de caudales ecológicos para mantener el caudal ambiental del río Aragón durante todo el año, preservando la biodiversidad y los ecosistemas fluviales, apoyando también a los caudales ecológicos que salgan del embalse de Itoiz, y siguiendo por la seguridad en el abastecimiento urbano, no solo a lo largo del cauce, sino también a través del canal de Bardenas, asegurando recursos a otras poblaciones. Se logrará la consolidación y ampliación de regadíos en la margen izquierda del río Aragón, esenciales para la actividad agrícola, la industria agroalimentaria y el empleo rural. Además, se producirá, por fin, energía hidroeléctrica renovable, contribuyendo a la transición energética y eliminación de los gases de efecto invernadero que, en la actualidad, es el mayor problema de la humanidad.

De ahí que el retraso en el recrecimiento del embalse de Yesa, evaluable económicamente, significa aplazar la solución a una problemática estructural que afecta a Navarra y Aragón. La controversia social y política, en muchas ocasiones basada en la desinformación y falta de criterios técnicos, no debe obstaculizar un proyecto de infraestructura que ofrece soluciones tangibles para el futuro, basadas en la sostenibilidad, seguridad y desarrollo equilibrado.

El recrecimiento del embalse de Yesa es una inversión estratégica, pese a quien pese, que garantiza la gestión racional y sostenible del recurso hídrico en el noreste español. Así se puso de manifiesto en la recientemente celebrada jornada Infraestructuras y sostenibilidad del agua en Navarra, organizada por la Institución Futuro y los tres Colegios de Ingenieros de Navarra, en la que tuve el placer de participar como ponente. Decir sí al recrecimiento de Yesa, y hacerlo cuanto antes, es apostar por un futuro hídrico seguro y sostenible para Navarra, Aragón y toda la cuenca del Ebro.

El autor es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos