Estupefacta ante la escandalosa conducta de la presidenta de la comunidad de Madrid, mis recuerdos fluyen briosos en mi mente, más estando en un frontón de una ikastola donde numerosos adolescentes, entre ellos mi nieto, se gradúan de bachiller.
Me retraigo, en mi vuelo mental, a los años en que esa ikastola fue levantada con el esfuerzo y la fuerza de una generación, la mía, que no parecía dispuesta a perder el euskera, arrebatado tras siglos de hostigamiento y persecución en todos los ámbitos posibles. Me retraigo más lejos, a mi infancia de Montevideo, al primer exilio americano de mis aitas, en el que la lengua ancestral del pueblo basko me fue entrando entre canciones de Euskal Herria, en los labios de mi aita, hombre de Algorta cuando, agotados los recursos para hacerles perder la lengua primordial, recurrieron al de la burla por su uso o mantener su acento, que todo era punible.
En los recuerdos de ama estaba estampada la imagen de su madre recitando el rosario en euskera. El exilio de aita se debió a su acción por el euskera y la cultura baska en general. Tradujo al idioma que solo servía para pastores, según frase triste de un escritor argentino. Pues obras de Shakespeare tradujo directamente del inglés al euskera y sin problema, y a los clásicos griegos y a los escritores europeos. Y a Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez le dio carta de nacionalidad. Recuerdo su presentación en Montevideo entre gente que no lo hablaba ni escribía, pero que admiraba que el idioma más antiguo de Europa occidental continuara vivo. Por los años 1960, pese a tantos esfuerzos, Amezaga y Monzon se lamentaban por tener que admitir con dolor que el régimen de Franco estaba logrando desmoronar nuestra lengua, nuestra cultura, es decir, pese a la actividad de las ikastolas clandestinas. Y eso afectaba también a la cultura europea.
Los hijos de los exiliados teníamos que remontar nuestras vidas en el aspecto económico de la nada absoluta en países extranjeros que, aunque bien nos acogieron, nada nos dieron gratis. Y así Pello Irujo, entre otros, forjó la tarea de dejar Venezuela, que era un poco nuestra por ese tiempo, y regresar al país de sus aitas, y lograr que su hijo Xabier, de 6 años y alumno de la Ikastola Euskadi Venezuela, pudiera ser admitido en la Ikastola San Fermin porque el nivel del euskera era bajo para la exigencia requerida, porque además tenía que adaptarse a las costumbres y hablares de un país que era suyo pero que se lo habían arrebatado. Las ikastolas funcionaban de forma casi clandestina en aquellos años 70, era un riesgo no solo trabajar para su constitución, sino para lograr que se reconociera su estatus académico. En el campo social de Iruña comportaba un riesgo añadido porque se manifestaba la condición de nacionalismo basko que daba al asunto.
Pero sentada en mi rincón del acto de la ikastola, sonreí porque el esfuerzo no había sido vano. El euskera, ese viejo idioma que desde Irulegi nos saluda con sus más de dos mil años de antigüedad escrita, había llegado a una tercera generación, a una exigencia de ser reconocido como idioma oficial no solo dentro de los estados en que convive, España y Francia, sino de Europa. Es un verdadero lujo que desborda los límites diplomáticos y se inserta en los culturales, que un pueblo que una vez fue reino, desmembrado y conquistado hace 500 años y cuyo idioma popular era el euskera, lo siga manteniendo pese a las graves condiciones que han pesado sobre él.
No se trata de victimismo, se trata de victoria. Lo hemos tenido todo para ser reducidos pero no lo hemos sido. Hijos y nietos de mi generación no solo lo hablan sino lo escriben, se comunican entre sí con las viejas palabras que sus antepasados usaron para entenderse entre sí. Un caso como el del pueblo basko es referencia cierta que ni los imperios valen para someter a los hombres y mujeres a la voluntad de los que por un espacio de tiempo quieren dominar el mundo a su manera. Somos ejemplo de resistencia y de bien hacer, remonte continuo como en el juego de pelota. Constancia de enfrentamiento humano no porque seamos mejores, sino porque somos como somos y hemos aprendido a convivir, comerciar, reír y soñar, pero desde nuestra propia óptica, y eso es un regalo para la humanidad en general.
Hurgo en Internet y veo que Ayuso proviene del adverbio a continuación, moderno abajo, de lengua castellana. No se cuál será la próxima acción de una política que intenta ganar votos sin ofrecer un mínimo de diplomacia en su gesto, pero parece que está de moda en los espacio que nos rodean. Quizá ese buen sentir, fluido diálogo y mano tendida que ha significado la política este destacándose, el caso Trump es uno de ellos. Pero siento desgarro porque nos afecta como seres humanos el no poder participar con inteligencia y generosidad con el otro, no poder conversar en vez de apabullar.
La autora es bibliotecaria y escritora