Una vez extinguidos los incendios y ya con la debida calma para valorar las causas reales de la velocidad y la extensión de los incendios ocurridos, el Consejo General de Colegios de Biólogos ha escrito un acertado comunicado que invito a leer.

Contrariamente a la frase tan popular que se quiere vender ahora de “los fuegos se apagan en invierno” retirando el mal llamado combustible, que no deja de ser parte esencial de un bosque, desde el CGCOB recuerdan que los fuegos, en esencia, no se previenen en invierno, sino antes, mucho antes, con una correcta planificación integral que busque soluciones más equilibradas y acordes con las dinámicas naturales.

Cuando nos dicen que “los bosques se queman”, debe saberse, por las cifras oficiales que publica el ministerio, que la inmensa mayoría de las masas arboladas de España ya distan mucho de ser bosques en el antiguo sentido de la palabra. Apenas el 1% de la superficie forestal presenta más de 10 de especies distintas, algo que sería lo ordinario en una masa arbolada con cierta dinámica natural. Según el propio Inventario Nacional, la inmensa mayoría son de una o dos especies. Es necesario preguntarse el por qué, y si eso está teniendo consecuencias.

La realidad de nuestras masas arboladas es que, lejos de tener una cierta evolución natural, en un 90 % son masas intervenidas, un 72% de propiedad privada y el resto, de colectivos, mancomunidades o municipales, que las tienen para su explotación. Como consecuencia, se planta de forma muy simplificada, priorizándose muy pocas especies, y se plantan y se recogen, en general coetáneamente. A cualquiera se le ocurre que esta uniformidad es la mejor garantía para que, un día, cualquier mal, sea incendio o plaga, se extienda fácil y rápidamente.

La dinámica de los últimos años no ha ido en pro de la mejora global de nuestras masas arboladas. Aunque el abandono de actividades se venda como “aumento de lo verde en comparación con hace un siglo”, en realidad, lo que se incentiva y ahí están nuevamente los datos cabezones, son las plantaciones de pino, que son las especies de árbol que más están subiendo en este siglo a costa de algunos robles, etc. Creo que todo el mundo sabe que los pinos y los eucaliptos son especies que no sólo arden con mucha facilidad, sino que además tienen un efecto desecante del suelo eliminando incluso escorrentía y arroyos, lo que facilita mucho los incendios en pleno contexto de cambio climático. Pero son mucho más fáciles de mantener por sus propietarios. Luego, por supuesto, cuando llegue el incendio, echaremos la culpa al cambio climático en exclusiva.

Se dice que no se deja cortar o pastorear, cuando es todo lo contrario ya que la la ley insta a ello y las masas arboladas, incluso en espacios naturales protegidos, están muy intervenidas y en general muy simplificadas. Y si alguien está hundiendo la ganadería extensiva no es otra que la propia ganadería estabulada y en particular las explotaciones intensivas de macrogranjas, que presentan mejor rentabilidad.

Y, una vez más, los datos están ahí: ni las contadísimas reservas integrales ni los espacios protegidos que llevan mucho tiempo sin cortarse y que presentan variedad de especies, se queman más por ello. El ministerio ya ha elaborado informes poco dudosos al respecto.

Navarra no es una excepción. En lugar de hacer una adecuada gestión de nuestro medio ambiente, se ha procurado usar del sucedáneo subterfugio de la “certificación forestal” que está bien lejos de ser lo mismo. En esencia, los incendios de Navarra de hace 3 años han sido los mayores de la historia, son un triste prolegómeno para quien lo quiera ver.

Y por cierto, en Navarra se sigue subvencionando con dinero público, a pesar de las solicitudes reiteradas del Colegio Oficial de Biólogos, más de 45 especies forestales exóticas, algunas con problemáticas ya detectadas en varios países, de más que dudosa rentabilidad. Su crecimiento rápido está en proporción directa con la desecación y pérdida de biodiversidad del suelo. En pleno cambio climático.

Luego vienen los propietarios y otros que les arropan, con mentalidades decimonónicas, que parecen apenarse por ver el suelo negro, calcinado, pidiendo más ingeniería de la de antes y más inversión pública. Mientras ellos lloran por verlo negro una vez, probablemente cuando pierden su inversión, otros vemos negra la generalidad del monte todos los días, incluso mucho antes de que llegue, inevitablemente, el incendio que a buen seguro va a llegar.

En resumen, los problemas de nuestros montes son la expresión más evidente del fracaso de décadas de gestión del medio, empeñada en tratar los montes como fábricas de madera o forraje. Y las soluciones basadas en estos mismos conceptos trasnochados, están condenadas al fracaso.

Otra gestión forestal sí es posible. Y necesaria.

Firman este artículo: Jokin Larumbe Arricibita, miembro del Consejo Nacional de Patrimonio Natural y Biodiversidad; y Nathalie Beaucourt Le Barzic, decana del Colegio Oficial de Biólogos