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La carta del día

Koldo Aldai

Marea palestina

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La bandera palestina ondea en la entrada de mi pequeño y perdido pueblo, adorna el balcón de muchos vecinos. Está en la solapa y el corazón de muchos amigos. Los rostros de ellos en el móvil han sido sustituidos por sus colores. Inunda las más anchas avenidas, bloquea macroeventos. Italia se paraliza y los institutos se vacían. Los ciclistas pedalean, bajo su inquieto algodón. Enciendo la tele y contemplo también su verde, negro, blanco y rojo en la chaqueta y el vestido de los famosos, sobre las lentejuelas de las estrellas de cine.

Vuelco sobre mi solapa y necesariamente me habré de preguntar por qué no la hallo. ¿Por qué no me hago uno con esta bandera que ha unificado tantos corazones desperdigados, que ha conseguido acercar a las voluntades dispersas, que ha logrado arrimar tras ella a las fuerzas progresistas?

“¿No bajas a la concentración…?”. Escribo porque el “no” seco, cortante se me antoja antipático, porque la negativa no puede expresar el anhelo que albergo en realidad de dejar todo y bajar a sumarme. No sé si sumo con estas letras, pero en nuestro mundo libre trato de exponer por qué me quedo junto a mi balcón contemplando este otoño intenso, sobrecargado de ocres e interrogantes. Bienvenido sea el disenso si éste brota del alma y se manifiesta con sinceridad y voluntad fraterna.

Somos con la bandera palestina en la medida que representa un clamor mundial contra el abuso y el atropello de los poderosos contra los débiles. Obvia en este escenario señalar que el poderoso se engalana con la Estrella de David. Somos con la popular enseña en la medida que encarna un urgido freno frente a la bárbara masacre de inocentes y ya van 66.000; que representa el apoyo a la más que legítima aspiración del pueblo palestino a constituirse en Estado, a tomar las riendas de su porvenir; en la medida que signifique defensa de vida y apuesta de convivencia entre los diferentes. ¿Qué desalmado puede dudar de la urgencia de detener tan cruel masacre de la población palestina?

Sin embargo, nadie habla de la cruz, de la otra cara de esta cuestión, de esta bandera. Eso provoca que guardemos la ropa y aún no nos sumerjamos en la marea; eso hace que aún nos quedemos clavados en nuestro balcón frente al otoño, cuando estamos suspirando por movilizarnos junto a nuestros amigos y vecinos para frenar el abuso y la prepotencia, en pro de una Palestina en paz, en favor de un mundo nuevo y más justo. El 7 de octubre y su dosis inimaginable de salvajismo o no existe o se justifica desde la izquierda por las décadas de tropelías israelíes.

¿Por qué la marea palestina no termina de inundar estos adentros? Anhelamos verla liberada de todo rastro de mancha negra, del último residuo de chapapote. La izquierda necesitaba hace tiempo renovar sus enseñas, pero el espíritu de la confrontación debería ya desaparecer de su repetitivo horizonte. No hay deseo de dar la nota, sino de lo contrario, de añadir a las causas nobles que tanta unidad reclaman, pero no podremos sumar en esta causa mientras que no asumamos que el pueblo palestino padece la doble opresión del Israel de Netanyahu y del fundamentalismo islámico de Hamas. No nos quedaremos nunca con ninguna de las dos barbaries.

Por lo demás, no hay una Europa cómplice, hay una Europa impotente y la impotencia no se combate con autoflajelo. Más de quinientos valientes se hicieron a la mar con esa bandera en sus mástiles. Pusieron proa a Gaza arriesgándolo todo, pero en la mar no hay que mirar para atrás, no hay que pensar en quienes no lo dieron todo, en quienes nos quedamos junto a los balcones contemplando el avance del otoño.

No nos enredaremos por vacuas semánticas. ¡Alto al genocidio que ahora perpetra Israel, pero alto igualmente a aquel otro que mora en las mentes y en las consignas de los humanos! Queremos sumar pero no a cualquier precio, no soslayando lo básico que es el respeto incuestionable a la vida y a los derechos humanos por ambas partes en conflicto. Queremos sumarnos al clamor generalizado, a la paz, a la concordia, por supuesto al fin de la masacre que el ejército israelí lleva dos años perpetrando en Gaza, pero denunciando también a quienes dentro de sus más limitadas posibilidades representaron igualmente masacre indiscriminada. La bandera palestina al viento por todo el mundo occidental ha de recordar que el 7 de octubre de 2023 activistas judíos ya casi ancianos, habitantes de los kibutz cercanos a Gaza, y que habían entregado sus vidas a la solidaridad con la población gazatí, fueron asesinados o secuestrados por Hamas.

En nuestros océanos han de caber todas los mares y sus mareas privadas de rencor, ácido salitre y violencia. Necesitamos autocrítica, reafirmarnos en el “no todo vale”. Queremos bajar al ayuntamiento del valle, a la puntual concentración de los sábados, pero no podemos blanquear de repente las banderas. Suspiramos por agitar nuevas enseñas, pero con la sola condición de que sean más anchas, blancas y universales. Los nuevos emblemas reconocerán que la violencia, si no es en legítima defensa, es fatal, la ejerza quien la ejerza. Necesitamos luminosa, excelsa, impecable simbología. Queremos legar a las generaciones venideras nobles algodones descoloridos de toda gota de sangre, privados del mínimo gramaje de plomo.