Síguenos en redes sociales:

Tribunas

Israel, Palestina. Invirtiendo la realidad

Israel, Palestina. Invirtiendo la realidadPexels

El pasado día 16 de octubre el señor Íñigo Muerza publicó en este periódico un artículo de opinión titulado “Ese genocidio del que usted me habla”, en donde, en síntesis, defendía que quienes entendemos que Israel ha practicado un genocidio en Gaza estamos “invirtiendo la realidad”. Se deduciría de esta afirmación que, en realidad, quienes están practicando un genocidio son los palestinos y quienes lo padecen los israelíes. Ahí es nada. No creo que el señor Muerza quiera convencernos verdaderamente de algo tan disparatado. Intuyo que, simplemente, trataba de decirnos que estamos profundamente engañados y que utilizó una expresión que le gustaba sin calibrar demasiado bien qué es lo que estaba planteando al emplearla.

En cualquier caso, como prueba de esa inversión de la realidad, se refiere a la figura de Amin al Husseini, a quien llama “fundador del movimiento árabe palestino”, y a su colaboración con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, cuando éste impulsó el reclutamiento de musulmanes bosnios para luchar en las Waffen SS.

El argumento es muy habitual en la historiografía sionista de baja calidad (porque, es importante matizarlo, existe una historiografía sionista y postsionista mucho más seria) y se basa en una mezcla de simplificaciones, mentiras y medias verdades.

Por un lado, es cierto que Amín al Husseini, muftí de Jerusalén, fue una figura determinante en la oposición palestina al sionismo y a las autoridades británicas entre los años 1920 y 1950. Es cierto también que fue un antisemita (o, más precisamente, un antijudío, porque me temo que, pese a sus ojos azules, también cabría considerarlo semita –un concepto, que, como el lector puede imaginar, tiene tan poca consistencia como el de ario–). Por lo menos desde 1940, mostró su apoyo a Hitler, favoreciendo, en efecto, la participación de voluntarios musulmanes en las Waffen SS. Por cierto, no fue el único líder anticolonial en proceder así. Por ejemplo, el dirigente nacionalista indio Subhas Chandra Bose, acaso el mayor rival interno de Ghandi, también respaldó al Tercer Reich, ayudando a reclutar voluntarios entre sus compatriotas.

Creo, sin embargo, que nada de ello afecta lo más mínimo a los derechos de los actuales palestinos o indios a vivir libremente en su país. A menos que creamos, claro está, que los hijos, nietos y biznietos han de pagar los pecados de sus padres (o, mejor dicho, de algunos de ellos, porque, como explicaré, al Husseini no era el único líder palestino). En cualquier caso, sepa el señor Muerza que durante la Segunda Guerra Mundial 12.000 palestinos lucharon voluntariamente contra Hitler y que, por otro lado, desde finales del XIX, muchos antisemitas apoyaron al sionismo. Tenía su lógica: si los judíos representaban un cáncer, lo mejor era que volvieran al lugar de donde provenían. El propio Herzl (el padre del sionismo moderno) estaba convencido de que éste y el antisemitismo terminarían siendo, literalmente, “aliados”.

Por otro lado, al Husseini no fue el fundador del nacionalismo palestino, ni mucho menos del árabe (creo que el señor Muerza se refiere a eso cuando habla del “movimiento árabe palestino”). Tanto el nacionalismo árabe como el palestino fueron una creación de intelectuales urbanos, cristianos y musulmanes, de tendencias modernistas y laicas –de hecho, se enfrentaban al sultán otomano, una autoridad religiosa–. Buscaban expresamente trascender las lealtades religiosas y tribales y crear un Estado de iguales. Lógicamente, cuando a partir de 1917 los británicos controlaron el territorio, trataron de debilitarlo fomentando las divisiones internas y los poderes tribales. Un clásico. Así, auparon a al Husseini a la condición de presidente del Consejo Musulmán, lo que supuso entregarle la representación oficial de la población de esta fe, frente a otros clanes que se le oponían, como los Nashashibi y los Nusseibeh, mucho más modernistas y pragmáticos. ¿Quién tenía más apoyo? No lo sabemos, porque, a diferencia de lo que sucedió con la comunidad judía, los británicos nunca permitieron la celebración de unas elecciones entre los árabes.

Me asombra, por otro lado, que el señor Muerza afirme la relación entre nazismo e islamismo radical. Ambos pueden ser muy malos, pero no están emparentados. El articulista alude como prueba a su común carácter totalitario, ejemplificándolo en la falta de separación entre religión y Estado. Pero, verán, resulta que Hitler defendió esa separación. Además, si el quid de la cuestión está en el laicismo, debo recordar que la religión siempre ha tenido un papel determinante en Israel. El regreso de los judíos a Sion se planteó como una redención de alcance mesiánico y, de hecho, el lenguaje político del sionismo, incluyendo el laico, estuvo siempre repleto de términos, metáforas e imágenes de contenido religioso. El tiempo ha reforzado esta tendencia y en Israel el nacionalismo ha ido mutando en un evidente mesianismo.

Culpar a los palestinos de la falta de paz en Oriente Medio me parece, por último, un despropósito. En 1947 las Naciones Unidas aprobaron una partición del país que entregaba a los judíos (que componían el 33% de la población, más de dos tercios de ellos inmigrados a partir de 1920) el 56% de su territorio. Desde 1948, cuando se produjeron la huida y la expulsión de 750.000 palestinos e Israel se quedó con el 75% del país, las ofertas de paz israelíes más generosas se han basado en que los palestinos acepten el resultado de ese robo. Ahora, ni siquiera eso. Pero, claro, lo que pasa es que estamos “invirtiendo la realidad”…

El autor es exparlamentario de UPN