El lema referente en las manifestaciones en las calles y ciudades de Estados Unidos, me ha gustado porque no solo se refiere a las monarquías, contra una de las cuales, la inglesa, lucharon para transformarse en la primera república del mundo moderno con su Constitución que comienza con la frase, nosotros, el pueblo, sino a los desmanes que está sufriendo la humanidad por personajes que se creen con derecho a arrebatarnos la identidad y alternativas, según el capricho con que amanezcan. En su soberbia, insultan en nuestra humanidad, la intentan dominar paa evidenciar un poder que, como en el caso de Franco, protagonizó un golpe militar, dirigió una guerra civil y duró 40 años en el poder. Murió matando, ordenando fusilamientos, causante él y su camarilla, procurador de exilios, familias destruidas, dolor y pobreza a los que no eran los suyos.

Voy recordando la carta escrita en 1561 por un basko, Lope de Agirre, leída y estudiada en mi adolescencia de Venezuela, que marcó mi pensar, aunque no podemos estar orgullosos de este compatriota de carrera militar al servicio de la Corona española del S. XVI. Asesinó cuanto pudo en ese trajín de su búsqueda del mítico Dorado, paraíso que los indios señalaban situado en el norte del mundo nuevo, para que siguieran marchando y cuyas casas y palacios tenían techos de refulgente oro, que hasta los adoquines de sus calles eran de ese valioso metal. Partió Lope de Agirre desde las fuentes mismas del río Amazonas, entonces Marañón, y discurrió con sus hombres, algunas mujeres, entre ellas, su hija, caballos y armamento pudo reunir. Junto a él, su compañero de expedición, el nabarro Pedro Ursua, de Baztan, a quien llamaba el francés, y a quien terminó matando también. Fue una marcha forzada por tierras salvajes, que empezó al mando de la Corona, terminó sirviendo a favor de Lope de Agirre pues ya encumbrado, culminó la exploración del río más largo del mundo, donde parecía que hasta había una tribu de mujeres descendientes de las Amazonas. Alcanzado su estuario atlántico, se lanza a la conquista de la isla de Margarita, a la de tierra firme venezolana, recorriendo su muralla costera, playa corta y montañas altas, desembarca en tierra firme por Puerto Cabello. Su expedición confirma la aseveración los ingleses en el S. XVIII, era imposible invadir Venezuela, y debiera saberlo Trump en el XX. Lope termina su gesta por los lados de Barquisimeto, recién fundada on su distrito Iribarren, y es finalmente acorralado y obligado a rendirse por las tropas del rey español, mas antes a su hija para que no fuera colchón de villanos. Es muerto. Pero ahí, en esa su derrota, comienza su leyenda.

Hombre de sable y pistola y cañón, que lo fue, su cerebro ceñido con el casco y sus manos manchadas de sangre y pólvora, Lope redacta una carta admirable para su condición y su tiempo, dirigida al rey del creciente imperio español, Felipe II, denominado el prudente, en la que narra las múltiples tropelías cometidas por sus soldados en las Indias, para montar el imperio, y aborreciendo las mismas, invita al rey a vivirlas y participar de las miserias que sus soldados padecían en su nombre. Hambre y miedo, muerte temprana, heridas y mutilaciones. Relata que la comida era exclusiva de maíz y habría de llamar a los a los venezolanos comedores de arepa, planta en su origen no tan generosa en sus frutos como ahora, declarándose al final de la carta, admirable para su tiempo y condición, hijo de fieles vasallos vascongados tuyos pero rebelde hasta la muerte.

La carta de Lope de Agirre tiene la validez de mostrarnos la inmensa insensatez de la desesperada vida de unos soldados y en contrapunto la del rey y su corte lujosa, les faltaba una sala de baile quizá, la miseria que empujaba a la crueldad y a la muerte temprana a los soldados. El desequilibrio entre los que mandan y los que son mandados. La carta de Lope quedó enterrada en un olvido más de 2 siglos y medio hasta que Simón Bolivar, a principios del S. XIX, y que lideraba una guerra de liberación contra el imperio español, la rescató y publicó, desde el asombro. La nombró la primera carta de la independencia americana. Hoy resulta válida para espantar los fantasmas de quienes pretenden para hacerse grandes, disminuyendo a todos. Porque los excesos que señala el hombre de Oñate son los mismos, siguen sucediendo. Hasta tenemos que escuchar reyes que desde retiros lujosos, lamentan carecer de retiro.

Y en mis recuerdos aflora aquella mi última tarde fulgurante de la isla de Margarita cuando el sol se deslizaba hacia el mar de los indios caribes, desde un cielo de los más encendidos colores naranjas, rosas, rojos y púrpuras. Una suave brisa nos refrescaba mientras el camarero me tendía la arepa de maíz, con su tierno interior rebosante de blanco queso llanero, e iba advirtiendo que los matices del cielo de la bendita isla de Margarita, la más bella de las islas del mundo, señalaba el hecho cierto que el ánima de Lope de Agirre, el baskongado arrecho, divagaba peregrina perpetua entre nosotros. Que Dios no lo quiere en su cielo azul ni Lucifer en su infierno rojo. Y nos viene vagando por la tierra de gracia para recordarnos que existió Que existe. Que escribió su carta de advertencia.

La autora es bibliotecaria y escritora