Estos partidos tan cargados de emociones hay que dejarlos reposar. Pasan tantas cosas, fluctúa tanto el ánimo del espectador y del aficionado, que terminas en el minuto 98 sumido en un estado de confusión: lo ocurrido en unos segundos desmonta las sensaciones anteriores y una teoría que parecía sólida cede su lugar a otra completamente opuesta pero igual de válida. Tiene mucho que ver en esos altibajos el marcador, pero también el comportamiento que transmiten los protagonistas. Aún con una derrota que amarga, no es lo mismo la imagen recogida al final de la primera parte que tras la conclusión del juego. Hubo un extra de motivación tras la expulsión de Sergio Herrera, ese venirse arriba de Osasuna ante la adversidad, más orgullo y más empeño. Si con 2-0 ya piensas en los problemas que va a pasar este equipo para salvar la categoría, tras el 3-2 te cercioras de que el corazón de Osasuna sigue latiendo debajo de esas camisetas y que a un grupo tan implicado e irreductible es difícil que le vuelvan a quitar en su estadio los puntos que necesita para la permanencia. Eso está ahí y debe ejercer de revulsivo. Hablamos del plano emocional, puesto en entredicho por los propios jugadores y por el entrenador en el encuentro con el Granada y ayer en los primeros cuarenta y siete minutos. Pero, por encima de las emociones, sigue siendo urgente arreglar lo terrenal. Y lo terrenal abarca todo lo que se cultiva en esa hectárea de campo: el juego de defensa y el fútbol de ataque. Y ahí Osasuna ha entrado en una fase de confusión.

Que Osasuna defiende mal es tan incuestionable como los 38 goles que ha recibido. El plan se ha caído desde la cúspide; la baja de Chimy ha desmontado el sistema de presión que ha permitido sumar los puntos que ahora ayudan a pasar esta crisis con cierta calma. Sin el argentino es más fácil para el rival cruzar el medio campo de Osasuna y, en consecuencia, al equipo de Arrasate, aunque no tiende más al repliegue, sí que le sorprenden un partido tras otro con el pie cambiado en los balones largos. Ayer le acuchillaron tras una pérdida de Oier (a Aridane le faltó dar un paso adelante y achicar) y cuando Roncaglia no tira el fuera de juego con el resto de la defensa y la jugada termina con la expulsión de Sergio Herrera. Son comportamientos que desvelan inseguridad ante lo que se está proponiendo. Pero tampoco hay respuesta a los centros laterales: Ocampos marca tras un saque de esquina en el que remata entre tres rojillos. Y el gol final llega tras proteger la defensa sumando un tercer central con Unai, con una prolongación en el segundo palo, cuatro jugadores a la sombra del larguero y dejando metros para que rematara En-Nesyri torpemente.

En el juego de ataque la dinámica también es preocupante: los delanteros no hacen goles y lo que suma desde el partido con el Levante es todo a balón parado. La llegada de Gallego y Arnaiz ha devuelto a un modelo clásico, con menos movilidad y menos sorpresa en los desmarques. Con ellos, un balón largo es una entrega al adversario cuando con Chimy era una amenaza de que iba a pasar algo. Dirán que no podemos estar recordando todas las semanas al que falta, pero en este caso hay que hacerlo porque ha desnudado a Osasuna.

La épica es un buen argumento ante la falta de pericia. Es lo que tiene que explotar Osasuna para hacerse fuerte en casa y sumar los puntos que faltan. Los cambios que realizó ayer Arrasate no hicieron ni más sólido ni más creativo al equipo. Hay que agitar más y sacar todo ese carácter combativo en El Sadar, donde está la clave. Parafraseando a los agricultores que salen estos días a las carreteras: el campo no se vende, se defiende.