ue por 2010 cuando me encontré con la historia de Eladio Cilveti. El peso de los tomos de las hemerotecas, la penumbra de los archivos y la instauración del silencio tras la victoria franquista habían arrojado más tierra encima de su memoria, que era la de un fusilado. Un cruce de cartas en la prensa en los años cuarenta reclamando por parte de la familia Cilveti la autoría del nombre de Osasuna y las posteriores indagaciones sacaron a la luz no solo su participación en la fundación del club sino su peripecia vital, segada de forma trágica. Luego reapareció Natalio Cayuela. Que un activo pamplonés, presidente de Osasuna durante ocho años, que condujo al equipo de Tercera a Primera división fuera ignorado durante décadas, casi ocultado, expone con toda crudeza los efectos de la represión con mordaza en los años de la dictadura. Que Cayuela ocupara solo lo que cabe en una línea que enumera el listado de presidentes es, para que lo entiendan las nuevas generaciones, como si el mandato de Fermín Ezcurra se resumiera en el ascenso de 1980. Tras Cilveti y Cayuela han ido aflorando más nombres, fruto de un trabajo más sistemático de personas comprometidas en recuperar la memoria de aquellos osasunistas víctimas de la sublevación militar y ayer homenajeados.

En los discursos se habló de reconciliación y del papel aglutinador de Osasuna en una sociedad tan plural como es la navarra. En la presentación del libro del centenario del club expuse la necesidad de cerrar todas las heridas de aquella guerra, en la que también se dejaron su vida varios exfutbolistas del equipo que combatieron en el bando sublevado, como Ochoa de Olza, Dueñas, Laurenz, Bezunartea, Ángel Avizcuri y Castillo. Ellos también fueron osasunistas comprometidos con el club; en el caso del delantero donostiarra José Luis Rodríguez del Castillo fue un elemento importante para conseguir el ascenso a Primera en la temporada 1934-35. No se trata de poner en el mismo plano a los que defendían la legalidad y a quienes siguiendo las órdenes del general Mola marcharon al frente fusil en mano (algunos por coacción más que por militancia), solo de resaltar que en un momento de sus vidas fue la bandera de Osasuna la que les hizo iguales, aglutinó sus ilusiones deportivas y les llegó a unir. Y esa misma bandera puede ser también, ochenta años después, la de la reconciliación. La que "pacifique los recuerdos", en palabras de la nieta de Bengaray.