Hay partidos que se consumen por un exceso de tacticismo. Por un obsesivo deseo de controlarlo todo. He visto últimamente cómo algunos entrenadores mandan notas manuscritas a sus jugadores; supongo que dibujan nuevas posiciones en el campo o, en modo telegráfico, ordenan renovadas instrucciones. De seguir esta tendencia, acabarán instalando un fax detrás de las porterías para transmitir posibles cambios a la hora de defender un córner o ejecutar el lanzamiento de una falta. En el Reale Arena, Osasuna salió con un plan muy estudiado para discutirle los puntos a la Real. Para Jagoba Arrasate este es siempre un partido especial: por muy dentro que lleves al equipo de tu vida, cuando te enfrentas a él quieres mostrar lo que sabes y lo que vales. Estos encuentros no los quieres perder nunca porque dan prestigio en el ámbito doméstico. El entrenador rojillo había examinado el duelo como un ajedrecista las piezas del tablero cuando debe optar por el movimiento de apertura. Y en este enfrentamiento había mucho peón en el lado de Osasuna, mucha torre, mucho plan defensivo de inicio y todo se desarrollaba muy lejos del rey rival, muy supeditado a lo que pudiera hacer el adversario. Tengo la impresión que durante los veinte primeros minutos los jugadores de Osasuna estaban más preocupados de hablar, de no saltarse el guión, que de estar en contacto con el balón. “Ponte ahí”, “cubre esa zona”, “sal a la presión”, los rojillos gesticulaban con el brazo en alto y un dedo a modo de brújula. Sin embargo, no funcionaba la salida por banda con Peña y Manu Sánchez; Moncayola estaba muy pendiente de Zubimendi; Moi, demasiado escorado a la izquierda como para tener peso específico en el juego; Torró excesivamente hundido por ayudar a los tres centrales; Oroz, en tierra de nada y de nadie; Chimy, en fin, aislado y sometido a la tiranía de Le Normad y Zubeldia, inabordables, intachables e inmaculados toda la tarde. Cuando bien pronto, desde el minuto 21, Osasuna se vio obligado a jugar a otra cosa, lo que hizo fue facilitar los planes del rival, liberar el instinto de Kubo y Silva.

Tan decepcionante como no ganar un partido es el saber, con tiempo por delante, que no tienes ninguna opción de hacerlo. Esfuerzo estéril el de un Osasuna que no parecía el de la primera entrega de esta temporada, sino el equipo de esos otros periodos de amnesia, de bache de fútbol y resultados. Pocos remates entre los tres palos y ninguno comprometido para Remiro. Tampoco los cambios mejoraron algo y los relevos y las lesiones terminaron por colocar a Moncayola como defensa central y dejando a Roberto Torres sin la posibilidad de despedirse de rojo, con las botas atadas y paseando por última vez el número 10 en un campo y no calentando en la banda.

Este partido tiene un regusto raro: es el primero de la liga de clausura y el último del año; un impasse entre el anuncio y la despedida de Torres; la vuelta a la normalidad tras el Mundial de la anormalidad. No ha sido el mejor cierre a un 2022 excelente para Osasuna. Arrasate quizá lo convirtió en un duelo con Imanol, un pulso entre dos entrenadores que dejan su sello en los equipos, elogiados los dos por su buen trabajo . Solo que esta vez la Real fue fiel al modelo y Osasuna no fue reconocible. La táctica ahogó a su carácter y a su juego natural.

Confidencial

Neko ya tentó a Torres antes. Nekounam ya tanteó hace más de un año la disposición de Torres para jugar en Irán. Pero entonces era un jugador importante. Ahora, el ostracismo en Osasuna y, sobre todo, las buenas condiciones económicas que le han ofrecido (el club es propiedad de una empresa de acero) le han animado a vivir la aventura.