Ya es habitual que los derbis entre Osasuna y la Real Sociedad sean excusas para vivir jornadas de fiesta y hermandad entre ambas aficiones. En la jornada de este sábado, rojillos y txuriurdines coparon las calles de Pamplona en un ambiente divertido de cordialidad, buen rollo y todo de manera muy sana.

En la calle San Nicolás, uno de los nervios principales del Casco Viejo, el ambiente era especialmente llamativo. Allí, los seguidores de la Real Sociedad se habían ido concentrando de forma espontánea, como si todo el mundo supiera que ése era el punto de encuentro no oficial. Las terrazas estaban llenas de camisetas rayadas, bufandas ondeando al aire y grupos de aficionados que cantaban con alegría mientras levantaban vasos de sidra, cerveza o lo que cada uno tuviera a mano.

Mientras tanto, los aficionados de Osasuna comenzaban a mezclarse con los visitantes, generando un ambiente de rivalidad sana y convivencia ejemplar. Unos se saludaban con gestos de camaradería, otros intercambiaban opiniones sobre el partido, y no faltaban los que se retaban amistosamente sobre quién iba a cantar más fuerte dentro del estadio.

La calle San Nicolás era un río de color, voces y emoción. El sonido de los tambores y bombos txuriurdin marcaba un ritmo que recorría cada rincón, y los más pequeños, con las caras pintadas y bufandas casi más grandes que ellos, imitaban a sus mayores levantando los brazos cada vez que estallaba un cántico nuevo.

Toda la escena tenía algo casi ceremonial: un preludio vibrante donde las aficiones, pese a su diferencia de colores, compartían la pasión que da sentido al fútbol. A medida que avanzaba la tarde y el momento del partido se acercaba, la calle seguía latiendo, viva y festiva, como si fuera el corazón mismo del encuentro que aún estaba por jugarse.

Recibimiento en el Sadar

El Sadar rugía incluso antes de que el autobús de Osasuna asomara por la esquina de la Eladio Zilbeti. Desde mucho antes de la llegada del autobús, la afición rojilla ya se había congregado en masa, apretándose a ambos lados del acceso al estadio, convertida en un pasillo humano que parecía arder desde dentro. Los cánticos, que hasta entonces habían sido potentes, se transformaron en un estruendo absoluto en cuanto se avistaron las luces del autobús. Cuando el vehículo avanzó lentamente entre la multitud, los jugadores podían ver apenas siluetas recortadas por el resplandor de las bengalas, rostros iluminados por un rojo brillante.

Un mensaje de ánimo y unidad antes de un partido clave para el futuro de Osasuna en el que la afición jugó la parte que le tocaba y lo hizo, como