En 1915 la calle de la Taconera era uno de esos lugares extramurales donde la gente iba a pasear, a charlar bajo un árbol o a pelar la pava. Pamplona era una ciudad pequeña y tranquila, que casi ignoraba que las potencias europeas estaban, por aquellos días, sacrificando a lo mejor de su juventud en los campos de batalla de Somme, Verdún y Gallipoli, en lo que terminaría por llamarse Primera Guerra Mundial.

En la Edad Media, esta zona de Pamplona estuvo recorrida por el foso del Burgo de San Cernin, cuyas murallas corrían paralelas a la fila de casas de la derecha. Hacia 1900 se construyó un barracón para los arbitrios municipales (1), junto a la iglesia de San Lorenzo, donde los aldeanos debían declarar las mercancías que traían a Pamplona y pagar su correspondiente impuesto. Posteriormente, desde 1911, el barracón se utilizaría como estación para el ferrocarril llamado El Irati, que bajaba de aquí hacia el Portal Nuevo, situación en la que permaneció hasta los años 40. En 1954, en los tiempos del nacional-catolicismo, se instaló en el lugar el Monumento a la Inmaculada, sobre columna de mármol y al modo clasicista.

HOY EN DÍA el lugar ha sido alterado sobre todo por la construcción de un parking subterráneo que aquí, como en la Plaza del Castillo o en la Plaza de San Francisco, se llevó para siempre numerosos restos arqueológicos. Lo mejor, el pequeño paseo ajardinado que se ha dedicado al inolvidable doctor Arazuri, figura insustituible en la historia de la Pamplona de los siglos XIX y XX. Sigue en su lugar, casi sin cambios, la iglesia de San Lorenzo (2), mudo testigo del paso de los siglos, con la torre tal y como la restauró Ansoleaga tras los daños sufridos en 1841, cuando el amotinado general O"Donell la cañoneó desde la Ciudadela. Tan sólo falta, respecto a la foto de 1915, el chapitel puntiagudo de su decimonónico remate.

Los que no están entre nosotros son los personajes de 1915, ni el elegante y estirado caballero que camina hacia la calle San Antón, ni la moza con la gran cesta de ropa que marcha en sentido contrario, encorvada por el peso, con su falda larga y su mandarra. ¡Ah!, y el mocete de blusa, alpargatas y boina que mira curioso y divertido a la cámara tendrá ahora unos 100 años, poco más o menos...