En 1895, España era todavía una potencia ultramarina, aunque ciertamente venida a menos, y tan sólo faltaban 3 años para la culminación del "desastre" colonial, con la pérdida de Puerto Rico, Filipinas y, muy especialmente, Cuba. El Gobierno estaba en manos de Antonio Cánovas del Castillo, que a las ansias autonomistas de la isla caribeña respondió esgrimiendo la "irrenunciable españolidad de Cuba", y enviando un ejército de 16.000 soldados, con el resultado ya conocido.
A miles de kilómetros, en la pequeña y recoleta Pamplona, la preocupación por las movilizaciones, reclutamientos y destierros no impediría que sonaran bien fuerte los aplausos y las soflamas patrióticas, al igual que se aplaudiría la condena a trabajos forzados que aquel mismo año se impuso a Oscar Wilde, el poeta acusado de "indecencia mayor", por su relación con el hijo del marqués de Queensberry. En Pamplona, además, se lamentaba la muerte del escritor Navarro Villoslada, autor de Amaya o los vascos en el siglo VIII.
La imagen reproduce la plaza del Castillo, en el rincón más cercano al café Iruña y al Pasadizo de la Jacoba. Llamamos la atención sobre las dos mujeres que cruzan la plaza en dirección a San Nicolás, con faldas largas, mandarra de trabajo y cabeza cubierta con pañuelo. Detrás, el viejo kiosko de madera que ocupó esta zona de la plaza a principios de siglo. Carece todavía del tejado con el que aparecerá en las fotos de 1900-1910, pero sobre el tablado de madera se aprecia su característica barandilla metálica, con los barrotes en forma de "clave de sol".
Hoy en día ya nadie habla, ni en serio ni en broma, de la españolidad de la isla de Cuba, aunque perdura entre los gobiernos de los estados, tanto en la Península Ibérica como fuera de ella, una tenaz obcecación en solucionar por vía militar conflictos que podrían tener una lectura política. Es un error que, no por reiterado, deja de saber a rancio, a viejo.
La plaza del Castillo sigue fiel a su imagen de hace cien años, y aunque el pavimento y el mobiliario urbano responden a las intensas reformas operadas en el año 2000, la vista de conjunto es ciertamente similar, especialmente en lo que a los edificios que ocupan esta zona de la plaza se refiere. Vemos a la izquierda la llamada Casa del Papa, que presenta unas interesantes pinturas del XIX, de sabor clasicista y realizadas en grisalla. Sigue otro inmueble muy remozado, de valiente policromía azul, y con un remate abuhardillado que, como puede comprobarse, no existía en 1895, y dos estrechas casitas que han cambiado muy poco.
Estas casas que acabamos de citar son las únicas de toda la plaza que carecen de porches, y la razón de ello viene al parecer de lejos. Hasta 1844 Pamplona no contó con plaza de toros propiamente dicha, y las corridas se celebraban en la plaza del Castillo. Los espectadores alquilaban palcos y balcones para ver estos festejos, y el encierro subía entonces por la calle Chapitela, terminando en los toriles, que se encontraban en esta zona de la plaza. Ésta es, según la tradición, la razón por la cual nunca contaron con porches, ni estas casas, que datan de los siglos XVIII y XIX, ni sus predecesoras.