pamplona - Antes de crearse el Consejo de la Producción Agraria Ecológica de Navarra Juan Manuel Esparza ya estaba en el Consejo Regulador de la Agricultura Ecológica de Madrid. De hecho, fue el primer agricultor ecológico navarro inscrito como tal. Eran los años setenta del siglo pasado y entonces este modelo de producción sonaba por aquí poco menos que a chino. Hoy, cuarenta años después y con la agricultura ecológica asentada, este inquieto tafallés sigue en sus trece. Cultiva dos huertos y un olivar, es profesor y se ocupa de la jardinería del Colegio Amigó y aún le queda tiempo para impartir charlas y cursos allí donde le llaman, aunque confiesa que quiere empezar a dejarlo. “Sin falsa modestia, creo que soy el que más cursos de agricultura ecológica ha dado”, asegura. El último fue la semana pasada en el Museo de Educación Ambiental de Pamplona.

Manuel Esparza no duda en señalar a su padre, hortelano de Tafalla, como la persona que más le enseñó sobre las cosas del campo. Desde muy pequeño le apasionaba el trabajo en la huerta familiar. Con apenas doce años, “ya le subía a mi madre la verdura a la plaza del mercado”, recuerda. Y aquella afición se convirtió en su modo de vida. Hizo un máster de agricultura ecológica en la Complutense y también aprendió en Cuba, en la Universidad de pequeños agricultores. Pronto comenzó a recorrer los pueblos, sin cobrar un duro y pagándose la gasolina, para enseñar a quien quisiera oírle las ventajas de este tipo de producción agraria.

Fue también bombero forestal y lo dejó “cuando me iban a hacer fijo”, confiesa orgulloso, para trabajar durante veinte intensos años en la granja escuela El Vivero de Tafalla con chavales con problemas, “sobre todo heroinómanos, algunos de los cuales se quedaron en el camino”, señala. Recalca que en ese proyecto vivió los años más felices de su vida. “Fue la primera escuela de agricultura ecológica de Navarra y una de las primeras del Estado. Vinieron a visitarnos 3.000 chavales”, destaca.

agricultura “sin chapuzas” Apoyándose en su dilatada experiencia, Esparza define la ecológica como “la agricultura sin chapuzas”, frente a la agricultura “industrial” y sus “enormes costes económicos y ecológicos”. No es nada nuevo. Al fin y al cabo, la agricultura ecológica es “la misma que hacían los egipcios hace miles de años”, sostiene.

En su opinión, la agricultura convencional daña al campo con aditivos, purines o sobredosis de abonos, y contamina el agua. “No hay más que ver el grave problema que se ha generado con los nitratos en toda la Cuenca del Ebro”, advierte. Lo expresa de una manera muy gráfica: “Cavas en el campo y ya no hay lombrices, vas a un rastrojo y no ves saltamontes, y eso es un problema porque estamos en una cadena”. Reconoce, no obstante, que las cosas están mejorando y que la agricultura convencional ya está introduciendo algunos aspectos que los agricultores ecológicos llevan años practicando.

Esparza se rebela cuando se le pregunta por el alto coste de los productos ecológicos. “Un tomate ecológico puede costar un euro más por kilo, pero es un tomate”, señala rotundo. Además, la agricultura convencional “no incluye el coste de la contaminación que produce”, añade. En todo caso, cree que los productos ecológicos no tienen por qué ser mucho más caros que los convencionales y muchas veces se encarecen por el transporte. “Una naranja ecológica que viene de Israel es menos ecológica porque hay que sumarle el gasto del transporte”, sostiene. Lo ideal es lo que denomina kilómetro cero. “Se trata de consumir lo que produce tu vecino, incluso lo que puedes producir tú mismo”, asegura, y aboga por que “todos tuviéramos un pedacico de tierra para cultivar algo de lo que comemos, aunque sea una maceta de perejil”. De hecho, ofrece cursos sobre cultivos ecológicos en jardineras y terrazas y cree que también podrían aprovecharse los espacios de césped. “Lo más inútil de las ciudades son los céspedes; cuesta lo mismo mantenerlos que un huerto y solo sirven para criar hormigas”, expresa.

La agricultura ecológica atraviesa un buen momento en Navarra. “Hay un montón de cooperativas, hay tiendas, asociaciones de consumidores”, argumenta Esparza, y recuerda a pioneros como Javier Aldaya, Agustín Beroiz, “al que le destruyeron la huerta en Arantzadi”, y otros. Echa en falta más ayudas al sector y trabajo de concienciación con los jóvenes para asegurar el futuro. Reconoce los avances que se han dado, aunque considera que aún queda mucho por hacer, y menciona a las universidades que, en su opinión, son las que tendrían que marcar las pautas en este campo. Es también crítico con determinadas políticas ambientales. Considera, por ejemplo, que el mejor Día del Árbol que se puede hacer es comprar y cultivar un olivar. “Hoy en día vale menos que un coche de segunda mano, se puede comprar por 3.000 euros”, revela.

Esparza termina con una cita de Mahoma que recogió en el siglo XII Abu Zacaria, árabe andaluz autor del primer tratado de agricultura del Estado: “A todo el que planta o siembra alguna cosa y del fruto de sus árboles o sementeras comieren los hombres, las aves y las fieras, se le reputará como si otro tanto hubiese dado de limosna”. Es un enamorado del campo, y se le nota.