Hola personas, ¿todo controlado?, así me gusta. Esta semana aparte del paseo que hoy os contaré, he tenido una intervención en una institución muy principal de nuestra comunidad. El miércoles día 14 di una charla en el Ateneo Navarro, en realidad fue una mini charla en la que esbocé muy por encima la historia general de Pamplona y, a continuación, se apagaron las luces para dar paso a la proyección de más de 400 fotos del pasado, y ahí estuvimos una hora paseando por la Pamplona en Blanco y Negro.

Anduvimos por el mercado de Santo Domingo en Navidad, lleno de aldeanos vendiendo animales vivos en el Zacatín y lleno de etxekoandres avituallándose para alegrar la panza de la familia, y paseamos del brazo con las modistas celebrando con ellas su día, el día de Santa Lucía, y nos colamos en una puesta de largo postinera celebrada en Las Pocholas, y fuimos testigos del incendio de las casas-barracón de la calle Río Urederra, y nos asombramos de como estaban las calles de la Milagrosa antes de ser urbanizadas, y reconocimos a antiguos alcaldes y concejales en fastos y procesiones, y descubrimos que Pamplona hubo de dar muchas comidas de caridad a los más necesitados, labor desarrollada por las Damas Apostólicas y las Hermanitas de los Pobres, y nos dimos un chapuzón refrescante con los nadadores de la travesía del Arga, y recordamos las grandes nevadas que caían en nuestras calles, y agradecimos la labor del Padre Carmelo en su Operación Cunas, y procesionamos con los chicos de los escolapios, y dimos patadas al balón en el viejo campo de San Juan, y nos fuimos de excursión con los socios de Napardi, y nos sentamos en los tendidos de la plaza de toros en aquellos Sanfermines en los que eran los Ordóñez y los Dominguín quienes se jugaban el tipo, y saltamos y bailamos con las peñas bajo pancartas fechadas en el 47 y dimos, en fin, un buen repaso a toda aquella Pamplona que fue hace nada y que nos parece ya tan lejana. Las fotos fueron convenientemente comentadas y aderezadas con algún chascarrillo y pasamos un buen rato montados en la máquina del tiempo. Si alguna residencia de gente grande o algún colegio de gente chica quiere pasear por el pasado, que me lo diga, al final de este artículo está la forma de contactar conmigo.

Bien, y ahora volvamos al hoy. Veamos por dónde han rodado mis zapatillas esta semana. El jueves de buena mañana me puse en marcha y fui un poco al buen tuntún allí donde me llevasen los pies, sin haberlo pensado con la cabeza. Llegué a la plaza de toros y una vez allí, al igual que muchos astados, acusé querencia y ésta, ¿cómo no?, me llevó al río. Para ello tomé el camino del Fuerte de San Bartolomé y, por esas escaleras de peldaño XXL, llegué a la bajada que llaman de la Playa de Caparroso justo antes de Villa Desaprovechada, que en este momento desconozco en qué fase se encuentra, ni si alguien la disfruta o si sigue en barbecho. La dejé a mi derecha como también dejé a mi diestra mano la entrada al Club Natación y el gótico molino. Llegué al refugio de Paderborn y todas sus ventanas cerradas a cal y canto y unos sacos terreros amontonados en su puerta, por si el río hace de la suyas, me indicaron que el municipal albergue en invierno no alberga. Seguí mi camino, rebasé los dos puentes que, paralelos, salvan el río, el medieval de la Magdalena y el nuevo de la Txantrea y, por el Camino del Vergel, llegué al otro puente, el de San Pedro, que atravesé parando un rato a observar el desorden que siempre tiene el cauce bajo él. Por debajo de los demás viaductos, Magdalena, Rotxapea, Santa Engracia, Miluce, el río pasa ordenado, con un lecho calmo o bravo pero uniforme, en este no, en este lleva más caudal por un lado que por otro, hay isletas secas llenas de maleza y de cascajos, otras llenas de vegetación con árboles de buen tamaño nacidos y crecidos en medio del cauce, hay un canal molinero y qué sé yo cuántas cosas más. Una vez pasada la románica infraestructura, que tantos y tantos pasos ha soportado a lo largo de los siglos y por el que tantas y tantas ruedas han rodado, llegué al actual parque, lugar de expansión, con gimnasio al aire libre incluido, y que antes ocupaban las populares piscinas de San Pedro. Fundadas en 1943, fueron punto de gran desahogo veraniego para las gentes del barrio. Las piscinas tenían su prolongación en los baños fluviales ya que la parte que sigue a la presa era zona de playa y baños desde tiempos muy lejanos, antiguas fotos lo atestiguan e incluso un viejo lienzo del pintor Asarta da fe de ello. Tomé un tramo de paseo que va pegado al río contracorriente y llegué a una especie de mirador que hay sobre la presa, nunca había estado allí, nunca había visto esa presa de cerca, me pareció importante, llevaba agua en abundancia y viéndola unos pasos más atrás, corriente arriba, forma una bonita estampa de agua, cielo y árboles desnudos entre cuyas ramas se adivinan las torres de la Catedral. Tras disfrutar un rato de la imagen, seguí mi camino y llegué al Monasterio Viejo de San Pedro, probablemente el convento más antiguo de la ciudad, ya en el siglo XIII estaban ahí instalados los franciscanos, tras abandonar ellos el lugar les sustituyeron las llamadas Dueñas de Barañain, a las que el Obispo concedió la regla de San Agustín, pasando a ser Agustinas recoletas. Habitaron el Monasterio viejo hasta 1969 año en que pasaron al maltratado convento que se levantó en Aranzadi y que hoy, para vergüenza del Ayuntamiento, propietario del mismo, está en estado de ruina por su abandono. Fui caminando por la estrecha acera que lo perfila y a al pasar por la puerta que da a su patio porticado me llamó la atención un escrito que, junto al escudo de la orden, está sobre el dintel, en él dice: Recuerdo del XV centenario de la muerte de nuestro G. P. San Agustín Año 430.

Pasado el Monasterio, hoy dedicado a varias labores sociales y de barrio, llegué a las viejas casas de San Pedro y donde antes estaba la fábrica de Copeleche vi una casa y en ella vi una entrada desde la que se adivinaba una plaza, entré y descubrí la plaza de Iturriotzaga, que, con mi poco euskera, entiendo que quiere decir algo así como “lugar de fuentes” y quizá se refiera a las fuentes que antiguamente se encontraban en Errotazar a continuación del Monasterio. La recorrí por sus porches, salí a la calle Garde y, por entre calles que homenajean a los pueblos del Roncal, llegué al paseo de los Enamorados, bonito nombre, desde donde enfilé mi camino de vuelta a casa que os contaré la semana que viene.

Sed malos.

Besos pa tos.

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