De huir de la guerra a regentar un local de comida siria. Abdul Alyusuf vivía en Alepo, era camionero y en 2015 las bombas le expulsaron de su país. “No es fácil abandonar tu hogar. Me marché para seguir con vida”, confiesa Abdul.
Llegó a Navarra en 2016, recibió la ayuda de pamploneses que considera familia, se ganó la vida como podía – en las fiestas cocinaba en las txoznas y dormía tumbado en bolsas– y ahora, a pesar de lo sufrido, quiere “devolver el favor” a la ciudad con la apertura de Damasco, un establecimiento de comida siria para llevar ubicado en la calle Ciudadela.
“Pamplona nos ha dado una nueva vida y estamos muy contentos. Si te ayudan, debes ser agradecido y pagarlo con lo que puedes. La comida siria es lo máximo que puedo ofrecer”, asegura.
Abdul sufrió tanto que prefiere no rememorar el viaje y se limita a narrar los detalles más esenciales: salió de Alepo con lo puesto, cruzó la frontera con Turquía a pie y llegó a Grecia en patera. “Fue complicado”, resume.
Abdul y su mujer vivieron varios meses en un campo de refugiados, en julio de 2016 aterrizaron en España y les trasladaron a Pamplona. “No teníamos más que nuestro cuerpo y una mentalidad destruida por lo que habíamos vivido en la guerra. Hasta que llegamos a Pamplona morimos varias veces”, relata.
Desde el primer instante, Abdul se sintió acogido por la ciudad, estableció relación con otros refugiados y se hizo amigo de pamploneses que le ayudaron en todo lo que pudieron.
“Estábamos solos y no conocíamos a nadie. Por suerte, hay gente que te da fuerza para seguir luchando y tirar hacia adelante. Son muy buenas personas”, agradece. Como señal de gratitud, invitó a la familia navarra a su casa, preparó platos sirios y triunfó.
Por aquel entonces, Help-Na, el grupo de bomberos y voluntarios para emergencias humanitarias, organizaba un mercado en el que se vendían productos caseros y el dinero recaudado se enviaba íntegramente a los campos de refugiados de Grecia, Serbia y Macedonia donde aguardaban miles y miles de sirios. “Cociné cuatro meses”, expresa.
Abdul volvió a triunfar, Help-Na le animó a que se dedicara a la hostelería y en los Sanfermines de 2018, con ayuda de la ONG, ofreció sus platos en las txoznas que los colectivos de la diversidad cultural ponen en Antoniutti.
Le llamaron para que cocinara en otras fiestas –Estella, Tafalla, Burlada y Villava–, le llevaban a los pueblos –él no tenía coche– y, como terminaba de trabajar a las cuatro de la madrugada, dormía en las txoznas. “Mis amigos estaban en casa. No les iba a despertar para que vinieran a buscarme y al día siguiente me trajeran otra vez”, apunta.
Abdul se percató de que se podía ganar la vida cocinando y en la pandemia abrió una tienda en Ermitagaña: “Empecé con mis pocos ahorros y el dinero de una amiga. Sin ella, hubiera sido imposible. Es mi hermana mayor”, halaga.
Abdul se ganó a los vecinos con sus productos dulces y salados, trabajó en el barrio dos años y a finales de 2024 se trasladó al Casco Viejo. “Cuando llegué a la ciudad me fijé en este local”, confiesa.
Damasco, comida siria para llevar
El 20 de diciembre, Abdul inauguró Damasco porque en la ciudad “no existía” ningún sitio de comida halal –carne que ha sido producida y procesada según las leyes islámicas– y lo estaban reclamando “los ciudadanos y turistas árabes”, indica.
El establecimiento está especializado en los shawarmas de pollo, ternera y cordero. “La comida es casera, utilizamos las recetas de las madres y las abuelas y conseguimos el sabor auténtico”, reivindica.
En primer lugar, vierte zumo de naranja y de limón sobre la carne fresca y, según el tipo de carne, utiliza especias distintas: pimienta blanca, cilantro, comino... “Se deja 24/48 horas para que coja sabor”, explica.
Un día antes de sacar el shawarma a la venta, la carne se cuelga en un pincho, se seca durante 12 horas y se retiran las especias. La carne se conserva en el frigorífico, al día siguiente se asa a fuego lento durante dos horas y se sube la intensidad en el momento que llega el cliente.
“Sale crujiente por fuera y jugoso por dentro”, describe Abdul, que corta la carne a mano con un cuchillo. “No hay ninguna máquina. Trabajamos como en casa, como lo hacían los abuelos”, insiste.
Cada shawarma lleva su salsa –de ajo o tahini, jugo de sésamo con limón y sal de mar– casera que intensifica los sabores. “No es mayonesa ni ketchup. Nada viene preparado”, subraya.
El Damasco también ofrece falafel, aperitivos –muhamara, kibeh y baba ganug–, ensaladas, cordero y pollo asados y pequeñas obras de arte: dulces de pistachos y anacardos confeccionados con mimo a mano. “Llevan muy poco azúcar, no son empalagosos”, dice. El establecimiento dispone de servicio a domicilio y en el futuro, si el Ayuntamiento les da la licencia, quieren transformar el almacén en comedor.
Refugiados sirios
Abdul cuenta con la ayuda de Imad Almasri, un veterinario sirio al que, como a otros muchos refugiados, el Gobierno de España no le ha homologado su titulación y les resulta complicado acceder al mercado laboral.
“La mayoría piensa que no se puede trabajar. Existen otras posibilidades con las que prosperar y ganarse la vida. Somos los mejores preparando la comida siria, conocemos el sabor original y se lo podemos ofrecer a Pamplona”, defiende.
Por eso, si el negocio funciona, contratará a más sirios –en Navarra viven 25 familias– que se encuentran en la misma situación. “Quiero darles un empujón, inspirar a los que están desanimados”, anhela.
Además, Abdul espera que trabajar de cara al público ayude a sus compatriotas a integrarse en la sociedad y quitarse el miedo a ser rechazados. “Muchas personas son tímidas y no conversan con la gente. No tenemos que culpar al mundo de lo que le ha pasado a Siria”, finaliza.