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Los primeros txikis que vivieron en la Txantrea: historias 75 años después

En los años 50, Pili, Julen, Ángel y Camino jugaban en las calles de tierra del aquel nuevo barrio. Ellos fueron testigos, con su mirada infantil, de lo especial de aquellos inicios. Este 19 de marzo la Txantrea ha cumplido su aniversario

Los primeros txikis que vivieron en la Txantrea: historias 75 años despuésJavier Bergasa

Cuando Pili, Julen, Ángel y Camino estrenaron el barrio de la Txantrea, no había aceras y los hoy patios interiores eran espacios abiertos en los que la chiquillería jugaba libre. Las puertas de las casas no se cerraban con llave, las higueras comenzaban a brotar, y la merienda era un momento especial en el que se repartía entre todos lo que hubiera. 75 años después, estos niños y niñas de los años 50, vecinos de la primera fase de la Txantrea, las cinco calles que van desde la iglesia de San José hasta el centro Virgen del Camino, se han juntado en la plaza del Félix para este periódico.

Cuando por San Cristóbal solo iba un coche

“La antigua calle San Cristóbal, muy estrecha, discurría entre olmos, y durante años fue solo atravesada por el automóvil de Federico Soto, el director del psiquiátrico”. Julen Goñi, de 77 años, txantreano de la calle San Cristóbal, 3 (antes la calle E) en la primera fase del barrio, lo recuerda bien. Llegó al barrio con 4 años: “Mi padre, Julián, era de Ansoáin, y se apuntó a un grupo de trabajadores (albañiles, carpinteros y electricistas, en su mayor parte) para hacer las casas de la Txantrea. Llegaron el 2 de agosto de 1950 a trabajar y el 18 de julio de 1952 se hizo el sorteo de las viviendas. A Julián le tocó un bajo, un lugar privilegiado en el que su hijo Julen, más de 70 años después, sigue viviendo.

Los juegos infantiles en los primeros años de la TxantreaAGN/ TXANTREAN AUZOLAN

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“Yo llegué con 4 años desde Capuchinos. Así que me siento txantreano. La vida era sencilla y la gente tenía unas virtudes estupendas. Era un mundo rural, donde destacaba la solidaridad. ¿Qué nevaba? Pues salían de todas las casas a limpiar las calles y echar sal”. Tal era la solidaridad y la vida de pueblo que “las puertas se quedaban abiertas. Los patios de atrás, antes estaban abiertos, no había vallas que los separaran”.

Julen empezó sus estudios en el colegio de la Magdalena (el chalé, hoy el Hospital de Día Irubide, que continúa en Alemanes); después pasó a las escuelas “donde el Bar Deportivo” y acabó en Federico Mayo, antes de subir al Ximénez de Rada. “Era una vida muy libre. Siempre en la calle, o, si llovía, en los portales. Leyendo los tebeos de El Jabato, de Roberto Alcázar y Pedrín y jugando al aro, a Tres navíos en la mar, al Pote pote...”. Para Julen, aquella fue una infancia feliz: “Aún recuerdo la primera película que vi, en el Cine Parroquial, Vencedores y vencidos. Después llegó el Cine Txantrea, “que se inauguró con Recluta con niño, de Ozores”.

Recuerdos tiene todos, las salidas de la peña Armonía Txantreana por el barrio, el rastro... “Me siento orgullloso de ser del barrio, y creo que ese espíritu de orgullo sigue todavía muy presente en las nuevas generaciones”. Se casó con Maite Goñi, y tuvieron a Josebe, que se también se quedó en el barrio. “Vive al lado nuestra, y los nietos, Julen y Aitor, van al instituto Eunate”. No se van.

El barrio levantado sobre campos de garbanzos

A sus 82 años, Pili Irulegui Ripalda sigue viviendo en la misma casa, en la calle Cendea de Iza (antigua Andrés Gorricho). “Mi padre, Félix Irulegui Iturria, era de Leazkue (Valle de Anué), se murieron sus padres y se fueron a vivir a Olagüe. Allí un hermano le enseñó el oficio de albañil”.

Félix se casó en 1942 con María Ripalda y vivieron en la carretera de la Longaniza, en lo que hoy es San Juan. “Por aquellos años estaban los tajos de San Martín, de Brun, y allí le comentaron que se iban a hacer unas casas allá lejos, donde el psiquiátrico, en lo que eran campos de cultivo de garbanzos”, recuerda Pili, quien añade que en aquella “casica de la Txantrea” nunca les faltó de nada. “Como teníamos un trozo de huerta y un gallinero teníamos para comer”, dice: “Y eso que había gente que se creía que vivíamos en un suburbio (alguna vez lo escuchó de las monjas, que habían venido desde Cataluña)”, tanto que “hubo quienes hicieron las casas, pero no se quedaron a vivir”.

Julen Goñi, Pili Irulegui, Ángel Liñero y Camino Idoate, junto a las ventanas del Bar Félix, hoy la peña Armonía.

Y mientras se enorgullece de que entre los vecinos y vecinas de entonces “nos ayudábamos mucho”, hay algo que le sienta especialmente mal: “Me duele que digan que las casas nos las regaló Franco”, porque ella sabe el sacrificio de obreros como Félix, su padre: “Estuvo 20 años pagando, a 103 pesetas al mes. 90 por la casa, y el resto, de los muebles, comprados en Rubio”.

Pili estuvo trabajando desde 1958 en la Heladería Nalia, y allí, en Pamplona, junto al mítico restaurante de Las Pocholas, por el que desfilaban artistas y gente de la alta sociedad, se dio cuenta de la diferencia de clases, de “la gente rica y la gente pobre”. Fue tendera después de un ultramarinos de la plaza Puente la Reina, hasta que acabó en Unicable, la fábrica de Landaben.

“He estado muy a gusto, muy tranquila en la Txantrea”, dice, aunque lamenta que “la gente mayor se ha muerto toda”, y por eso echa de menos un poco la cordialidad de entonces. Y eso que Pili se ha movido de lo lindo, fue de la peña, del grupo de montaña... Hoy disfruta de su jardín, en el que le ayuda su cuñada (la esposa de su hermano Juan Miguel). Un lujo en medio de la ciudad.

El Félix, el primer bar de la Txantrea

Camino Idoate Caballero, de 69 años, tiene el orgullo de ser la hija de Félix, el txantreano al que le pusieron una plaza con su nombre. Está junto a la calle María Auxiliadora, y es uno de los símbolos más característicos de la historia de la Txantrea, con sus característicos arcos de piedra. Es la misma plaza, entonces abarrotada, a la que Franco, el 4 de diciembre de 1952, se dirigió desde el balcón del Hogar del Productor, en el primer piso. Camino era la cuarta de cinco hermanos, los mayores Juantxo, Josetxo y Miguel, después ella, y le siguió Virginia. Por eso, cuando nació, el barrio ya estaba levantado, y su familia asentada. “Yo, al final, fui la que me quedé aquí, en el piso de mis padres, y soy la que más he vivido en la Txantrea”.

Primeros habitantes de la Txantrea.

“Mi padre, Félix Idoate, nació en Oricáin y trabajaba con camiones. Yo pienso que alguno le engañó para venir a trabajar a la Txantrea, y no sé cómo le llegaron a dar el bar, la verdad”. Sería 1952 o 1953. “Mi padre no se había dedicado a la hostelería, pero allí se pasó toda la vida (su esposa era Andrea Caballero), hasta 1980 en que falleció. Ya él, enfermo, había apalabrado con los de la peña Armonía Txantreana, que les traspasaría el bar”, y “hace unos años, el presidente de la peña”, en agradecimiento, “promovió la idea de ponerle la plaza del Félix”. Porque, según cuentan, este hostelero txantreano era generosísimo con los vecinos, y “su frase favorita era el ‘ya me pagarás”. Abría todos los días de la semana: “Los domingos nos llevaba a pasar el día a Donosti, pero a las 7 ya volvíamos porque quería abrir el bar”.

Camino cursó la EGB en las Esclavas, y el bachillerato en las Jesuitinas:“Yo he estado muy a gusto en el barrio. ¿Recuerdos? De todo, el ambiente, la gente...”. Camino tiene dos hijos, Arantxa e Iñaki, “que se quedaron a vivir en la Txantrea”, y dos nietos, Markel y Xuban. Cuatro generaciones arraigadas en el barrio.

Para muchas familias, fue su primera casa en propiedad

“Aquella infancia, cuando tenía 8 años, no se me borran de la memoria”. Ángel Liñero, hoy a sus 81 años, todavía vecino de la calle Imárcoain (antes Lucio Arrieta), era hijo de Marcelo, de Tiebas, y llegó al barrio el 2 de junio de 1952, recién hecha la primera comunión en Capuchinos:“Las huertas de atrás no estaban repartidas. Las calles eran de tierra y, un poco más tarde, se pusieron los gallineros”, dice y añade que “para la inmensa mayoría era la primera vez que teníamos una casa en propiedad, y teníamos muchísima ilusión”.

Julen Goñi, Aingeru Pérez (autor del audiovisual de la Txantrea) y Ángel Liñero, por la calle María Auxiliadora.

“Mi madre, Alde, puso una docena de gallinas, y hacíamos una vida de pueblo”. Como llegó en junio, Ángel se acuerda especialmente de sus “primeros Sanfermines. Me levantaba yo con mi madre a las 5 de la mañana, porque entonces el encierro era a las 7 y nos subíamos por la cuesta del Labrit”. Angel estudió primero en las Salesianas de la Txantrea “con Sor Font”, la practicanta del barrio. “Las monjas habían venido de Cataluña, y primero se asentaron en Argaray. Desde allí bajaron un día la imagen de María Auxiliadora hasta la iglesia de San José".

Ángel siguió después en los Salesianos, y “allí nos íbamos todos los días andando”, rememora. ¿Con qué se queda del barrio? “Con la hermandad que había”. Y con la belleza de sus patios: “Mi madre llegó a ganar 100 pesetas en un concurso por sus rosales”. En aquella casa acabó viviendo Liñero, con Lola, su esposa y sus hijas, Enar y Ana. “Ellas no se quedaron aquí, pero mis nietas, Irantzu y María, me piden la casa”. Y acaba: “Amo la Txantrea”.