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Historia de paseo de Sarasate de Iruñea (II)

La primera urbanización del paseo en 1885

En la primavera del año 1885 se urbanizó el entonces llamado paseo de Valencia, un lugar cada vez más concurrido por la población pamplonesa. Además de la conformación de las calzadas laterales, se plantó nuevo arbolado y se ornamentó el andén central, entre otras cosas con las estatuas de los reyes traídas desde Madrid y que tan de actualidad están, ciento cuarenta años después

La primera urbanización del paseo en 1885Autor desconocido (AMP)

Ya habíamos relatado en el reportaje anterior cómo a lo largo del último tercio del siglo XIX, el paseo de Valencia, especialmente en su lado norte, el de los números pares, se fue dotando de numerosos establecimientos comerciales: varios ultramarinos, una guarnicionería, un café, un comercio de papeles pintados, una peluquería-perfumería, un almacén de hierros o una tienda de pianos y armóniums.

La población de la ciudad estaba recobrando poco a poco la normalidad tras los difíciles años del último conflicto bélico, la segunda carlistada y, especialmente, del duro bloqueo que sufrió la ciudad en el invierno de 1875. La presencia del comercio fue el factor principal por el que el paseo era cada vez más concurrido. Sin embargo, el suelo era casi todo de tierra, que en tiempos de sequía requería regarse para evitar el polvo, pero donde, por el contrario, en días lluviosos abundaban el barro y los charcos.

Uno de los estanques y en el centro una de las farolas ‘4 de septiembre’.

Aunque desde 1857 la ciudad ya estaba dotada de 108 puntos de luz con el gas producido en la fábrica de Arrotxapea, prácticamente ninguno de ellos estaba en el paseo. En agosto de 1883 se compraron para él cinco farolas ornamentales, conocidas como ‘de cuatro de septiembre’ por ser similares a las que existían en la calle parisina del mismo nombre, que conmemora el día de la proclamación de la III República francesa, en 1870. Estaban dotadas de siete mecheros cada una y dicen las crónicas que “eran capaces de proyectar luz para que pudiera leerse un periódico a treinta metros de distancia”. Se colocaron estratégicamente a lo largo del paseo, sobre candelabros de fundición hechos en la factoría rochapeana de Apat.

Poco a poco el paseo iba tomando protagonismo como espacio para el ocio y la fiesta. Durante los Sanfermines la Casa de Misericordia ponía en sus aledaños varias carpas o casetas con distintas atracciones: puestos de bisutería, quincalla, baratijas y tejidos, churrerías, etc. Era el germen del recinto ferial de atracciones, las populares barracas que, aunque en distintas ubicaciones de la ciudad, aún hoy en día siguen colocándose durante las fiestas, con gestión de la misma institución benéfica. Además, por iniciativa de la Comisión Municipal de Iluminaciones, se decidió adornar el paseo para los Sanfermines de 1884 con un túnel luminoso a todo lo largo del andén central. Montado por Vicente López de Goicoechea, constaba de 7.609 lámparas de gas, con sus correspondientes tulipas de porcelana, montadas en arcos apoyados en casi cien postes de chopo. El coste del montaje fue de 8.438 pesetas y cada atardecer de aquellos días festivos se debían encender, laboriosamente, las lámparas una por una. Una de las noches hubo una gran tormenta que causó muchos desperfectos en la instalación, rompiendo más de la mitad de lámparas y tulipas, y tuvo que suspenderse el encendido varios días.

El proyecto de nueva urbanización de Florencio Ansoleaga de 1885

Fue al año siguiente, en enero de 1885, cuando el arquitecto municipal Florencio Ansoleaga presentó un proyecto de nueva urbanización del paseo, con un presupuesto de 51.000 pesetas. Inmediatamente se alzaron voces considerando el gasto como excesivo, cuestionando, además, la conveniencia de la obra, cuando en la ciudad existían otras necesidades imperiosas. Ansoleaga contestó que como iba a ser realizada por obreros municipales, cuyo sueldo ya estaba contemplado en el presupuesto general, la cosa quedaría en 17.017 pesetas. Finalmente, se aprobó el proyecto por diez votos a cuatro. Poco después se supo que en el presupuesto había un importante error, probablemente involuntario, ya que ponía que el metro cúbico de piedra costaba 1,75 pesetas, cuando en realidad era 11,75.

El paseo en 1901. Al fondo tres de las estatuas. A los lados además de bancos de piedra colocados en 1861, los de madera citados en el texto.

A pesar del error e incremento del coste subsiguiente, la obra siguió adelante. La urbanización consistió en la nivelación del terreno y la realización de dos calzadas laterales empedradas para la circulación de vehículos, además de un gran andén central peatonal. Se plantaron hasta 100 nuevos árboles, muchos de ellos olmos que se trajeron de una plantación previa en la Magdalena, a orillas del Arga, en un carro alquilado al conocido industrial Salvador Pinaquy. Una característica algo llamativa que aún hoy día se mantiene es que la calzada del lado norte del paseo se hizo un poco más ancha que la de su lado sur y, sobre todo, con una acera mucho más amplia, con cabida también para una línea de arbolado; en este caso acacias. Precisamente, por esta razón el andén central queda algo descentrado, incluso hoy en día, hacia el lado sur. Supongo que la presencia de establecimientos comerciales en el lado de los números pares fue determinante para que así se hiciera.

En la ornamentación del paseo iban a incluirse dos pequeños estanques en cada extremo y también vistosos jarrones sobre basamentos de piedra; igualmente un buen número de bancos, añadidos a los de piedra ya existentes, bancos de un tablón a cada lado y respaldo, con tablas apoyadas en pies de fundición. Algunos de aquellos bancos, pintados los tablones en rojo y sus pies en verde, se conservan hoy en día en la zona de Larraina del parque de Taconera.

En un lugar tan prominente como el que poco tiempo después ocuparía el monumento a los Fueros, se colocó una pieza realmente curiosa: un urinario público. Exclusivamente para varones, consistía tan solo en unas simples mamparas metálicas, coronadas por un tejadillo redondo en forma de paraguas, motivo este último por el que comenzaron a llamarlo así, el paraguas. Era una llamativa instalación de estilo modernista, estética imperante en aquella época, que tan solo dos o tres años después fue trasladado al Bosquecillo, frente la iglesia de San Lorenzo. Ya en los años cuarenta del siglo XX, cuando se hicieron allí en el Bosquecillo los actuales urinarios públicos, su autor Victor Eusa quizás se inspiró en aquella pieza, dando forma redonda a su tejado; y quizás por eso, popularmente, se les continúa llamando como antaño, el paraguas.

Seis estatuas de reyes por 12.000 duros

Para completar la ornamentación, el Consistorio, del que a la sazón era alcalde Joaquín García Echarri, a petición de Nicasio Landa, afamado e influyente cirujano pamplonés y del ilustre escritor y pensador Juan Iturralde y Suit, ambos de la Comisión de Monumentos de Navarra, aprobó la compra de seis estatuas de reyes de Navarra para el paseo. Las mismas se encontraban en el Palacio Real de Madrid y se asignaron para su compra doce mil duros. Las seis estatuas formaban parte de una serie de noventa y cuatro, que se esculpieron entre 1750 y 1753 para ser colocadas en la alta balaustrada que corona dicho Palacio Real. Como estaban pensadas para estar en lo alto del grandioso edificio y desde abajo no se iban a ver demasiado, quizás los escultores no se esmeraron en labrar con detalle las facciones de sus rostros y en la mayoría de los casos ni siquiera señalaron sus nombres en los basamentos. Parece ser que estas estatuas representaban a algunos reyes de los antiguos reinos peninsulares, visigodos, de Asturias, Castilla, Aragón y también de los de Pamplona y Navarra. Por diversas circunstancias muchas de ellas no llegaron a colocarse en el palacio y se fueron guardando, de manera más bien descuidada, en un patio aledaño.

En ese contexto, en mayo de 1885, el Consistorio envió al acreditado artista escultor pamplonés José Soler a Madrid, con la intención de traer las figuras correspondientes a Eneko Arista (810-851), Alfonso I el Batallador (1104-1134), Sancho VI el Sabio (1150-1194), Sancho VII el Fuerte (1194-1234), Teobaldo I de Navarra (1234-1253) y Juana II de Navarra (1328-1349), monarcas que habían sido del reino Pamplona o del posterior de Navarra, en las fechas que se señalan.

Los dos reyes navarros, Felipe III y García Ramírez, hoy en día trasladados al parque de Taconera.

El comisionado José Soler fue a Madrid al almacén del Palacio Real en donde estaban las estatuas y, seguramente, sin demasiado conocimiento de nuestra historia, escogió seis de las esculturas poco menos que a voleo. Además, ante el estado de deterioro en el que se encontraban, la Casa Real española se las regaló. Como una de las peticiones era la de la reina Juana II de Navarra, se le entregaron cinco correspondientes a varones y una de mujer. Y aquí se vino Soler, tan contento, con sus seis estatuas de personajes innominados. Se decía que ni siquiera tenían aspecto de reyes, porque no portaban corona. Llegaron a Pamplona el 7 de junio, se prepararon unos pedestales de piedra y para el 6 de julio quedaron colocadas en el recién urbanizado paseo de Valencia en dos grupos de tres; junto al Palacio de Diputación tres de ellas y al otro extremo del paseo las otras tres. Cada grupo rodeaba sendos estanques redondos, ya citados.

Como decíamos, las esculturas se encontraban en un estado lamentable y el Consistorio tuvo que encargar a Juan Soler su arreglo, en lo que gastó algo más de ocho mil pesetas. De esta forma, fue éste el más beneficiado económicamente de la fraudulenta, aunque seguramente involuntaria, operación. La gente en la calle se había hecho eco del deterioro de las figuras y pronto se hizo popular en la ciudad una coplilla que decía: “En el paseo de Valencia, hay cosas que hacen reír, las estatuas de los reyes, que les falta la nariz”. Sin embargo, otros comenzaron a llamar al paseo, paseo de los Reyes, aunque la denominación no llegó a cuajar.

Desde 1903, denominado paseo de Sarasate

Pasaron los años y en 1956 se realizó una nueva reforma en la urbanización del ya denominado desde 1903, paseo de Sarasate. Se deshicieron los dos estanques, se desmontaron las estatuas y se volvieron a colocar tres frente a las otras tres, en la parte del andén central más próxima al edificio de la entonces Audiencia Provincial, hoy sede del Parlamento Foral. Apenas un par de años antes se había reformado la fachada principal del palacio de Diputación y quizás como desagravio a la no-presencia de los reyes navarros que pudieron estar y no estaban, se decidió colocar dos estatuas, de Sancho VII el Fuerte y Sancho Garcés III el Mayor, respectivamente, en un lugar visible de la fachada. Ocupando sendas hornacinas, estas fueron realizadas en bronce por el escultor roncalés Fructuoso Orduna.

En 1972 los responsables de Patrimonio Nacional de Madrid, enterados de que dos de aquellas esculturas pamplonesas correspondían a Fernando VI de España y su esposa Bárbara de Braganza, que eran precisamente los reyes de España cuando se levantó el madrileño Palacio Real y considerando que debían estar en Madrid y en lugar preeminente del palacio, decidieron su traslado.

Placa de pared de la calle de Valencia.

El Consistorio pamplonés, con su alcalde José Javier Viñes a la cabeza, exigió la permuta por otras dos que estaban nominadas en su base como Felipe III de Navarra (1329-1343) y García IV Ramírez el restaurador (1134-1150), último rey del reino de Pamplona. Y así se hizo, quedando colocadas en el paseo junto a las otras cuatro innominadas. Con el tiempo en Madrid fueron nombrando, restaurando y colocando muchas de las esculturas de aquel almacén en distintas ubicaciones. Las de los reyes navarros Sancho III el Mayor y Sancho VII el Fuerte están en la fachada del propio Palacio Real, la de Eneko Arista en la plaza de Oriente o la de Alfonso I el batallador en el parque del Retiro.

Durante estos días finales del año 2025, con la nueva urbanización del paseo de Sarasate se está procediendo al traslado de las seis figuras al parque de Taconera. Su cambio de ubicación ha resultado polémico y, en mi opinión, se ha utilizado un hecho de poca transcendencia e importancia real para la ciudad como motivo para la confrontación política.

Las estatuas tienen más valor simbólico que artístico. Evocan la secular existencia de Navarra como estado soberano europeo y seguro que lucirán bien en su nueva ubicación junto a otros elementos monumentales. El espléndido, hoy además exquisitamente cuidado, parque de Taconera, el más antiguo de la ciudad, es un lugar digno para ellas. Quizás hubiera sido el momento de reivindicar el traslado de otras de las estatuas de reyes navarros existentes en Madrid a Iruñea, como en 1972 se hizo recíproca y obligatoriamente.

 * (Investigador del patrimonio)