vaya por delante que “esta Instructora no acierta a comprender cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería (?) puede acceder a las conferencias, lugares y actos a los que accedió sin alertar desde el inicio de su conducta a nadie, por muy de las Juventudes del PP que manifieste haber sido”. El pasmo y el estupor pertenece a la jueza que recibió al Pequeño Nicolás, un caso para la que Arturo Zamarriego, en quien ha recaído finalmente el proceso, ha decretado secreto de sumario. A Francisco Nicolás Gómez Iglesias se le acusa de estafar 25.000 euros tras hacerse pasar por un agente del Centro Nacional de Inteligencia y redactar unos informes falsos del organismo con los que mercadeaba. No fue la de espía patrio la única identidad que empleó el joven de 20 años para colarse entre las altas esferas, -muchos personajes de los que tuvieron contacto con él se han desmarcado- y aprovecharlo para engañar a varias personas prometiéndoles ventajas en los negocios gracias a su agenda de contactos. El muchacho madrileño se enfrenta a una acusación de estafa, falsedad y usurpación de identidad. ¿Cuál es la suya?; ¿quién es realmente el pequeño Nicolás?
“Una florida ideación delirante de tipo megalomaniaco”, describió el informe forense sobre la personalidad de Nicolás tras su paso por los juzgados, donde balbuceó y sollozó como un chiquillo cuando se destapó su teatrillo. El juego había acabado para el rey del engaño. “Me la han liado, me la han liado”, dijo después de conocer el calabozo y excusarse de su regreso a la universidad porque se había convertido en Trending Topic debido a la notoriedad obtenida por una historia de lo más rocambolesca y que en su cúspide le situó frente al rey Felipe VI el día de su coronación, el pasado 19 de junio. El pequeño Nicolás fue uno de los invitados, llegó como acompañante, al acto del besamanos, aunque se desconoce cuál fue su nexo para entrar en el Palacio Real. Una fotografía colgada por él en su página de Facebook atestigua el fenomenal suceso. La instantánea recoge al chico repeinado, con aspecto de pánfilo, estrechando la mano al monarca español, mientras esboza una sonrisa traviesa por lo bajinis. A estas horas, la sonrisa se le ha congelado.
No fue siempre así. La vida de impostor, -a falta de conocer más detalles de un relato con demasiadas zonas oscuras y pasajes opacos-, le sonrió durante años al pequeño Nicolás, un estudiante de finanzas de segundo curso del Centro Universitario de Estudios Financieros (Cunef) que fuera del horario lectivo disfrutaba de una vida de altos vuelos. Su poderío económico -alquilaba coches de alta gama pagando miles de euros por adelantado- es otra de las grandes incógnitas. Al igual que sus manejos con los que trataba de obtener dinero a cambio de lograr favores debido a su supuesta influencia. Se calcula que ha timado otros 65.000 euros, además de los que señala la causa, aunque no existen querellas.
Para sacar los cuartos, el famoso ¿qué hay de lo mío?, el muchacho se presentaba indistintamente como miembro del Gabinete de la Vicepresidencia del Gobierno español, de la Oficina Económica de Moncloa o como alguien que pertenecía a algún ministerio. Su tremendo desparpajo y la palabrería propia de los vendedores de elixires mágicos le abrieron las puertas a un puñado de foros con personajes relevantes de la política y el empresariado español, espacios que a su vez le servían como salvoconducto para acceder a desayunos de trabajo, conferencias y distintos actos institucionales vinculados al PP. Allí mostraba sus habilidades de conseguidor, nada particular en la España del pelotazo y la corrupción. Uno más. Tal vez porque Nicolás era parte del paisaje desde que su madre lo presentó años atrás en FAES, la fundación del Partido Popular. En ese ambiente viciado nadie ponía en duda la veracidad de sus capacidades a pesar de su juventud, de su discurso trufado de ínfulas, de una puesta en escena exagerada, cuando no, grotesca.
contacto con el pp Francisco Nicolás irrumpió en los círculos del Partido Popular cuando tenía quince años e inquietudes políticas. Estudiante con más cara que buen expediente, recibió los parabienes de Jaime García-Legaz, líder del think tank de los populares. Una vez pisó la moqueta del poder, dejó huella. Decidido, atrajo a los alumnos más brillantes de los mejores centros escolares de Madrid a las conferencias de FAES. El pequeño Nicolás, un imberbe, se había convertido en un habitual en la orografía del PP. El muchacho fue capaz de que el expresidente Aznar ofreciera una conferencia en FAES compartiendo mesa con él. Nicolás era un personaje que de tan inverosímil solo podía ser verdadero. Inmerso en su propia mentira y a lomos de su determinación no le fue complicado fotografiarse con personajes importantes y obtener teléfonos muy selectos en actos públicos de la órbita del PP a los que asistía. En esos encuentros, donde nunca se le puso en jaque, lo mismo se sentaba al lado de un ministro como Miguel Arias Cañete o le daba palique a importantes empresarios como Arturo Fernández o Villar Mir. En las distancias cortas, su rostro aniñado le servía para ganarse la confianza del resto. Era lo suficientemente persuasivo como para convencer a su interlocutor de que le dejase el móvil para instalarle alguna aplicación y mientras tanto acceder a la agenda de contactos para memorizar los teléfonos que le interesaban y continuar así con sus Nicolasadas.
Merced al archivo fotográfico que tenía y los contactos que disponía ofertaba su capacidad de intermediación en todo tipo de asuntos, algunos tan espinosos y delicados como el de la imputación de la infanta Cristina o los líos judiciales de Jordi Pujol. Haciéndose pasar por agente del CNI, el chico pidió a Manos Limpias que retirase ambas demandas por razones de Estado. En el caso de Pujol alegó ante Miguel Bernard, fundador del sindicato, que aflojara la presión sobre Pujol y evitar así una subida de los independentistas en las urnas. También invocó a cuestiones de Estado en el caso de la imputación de la Infanta Cristina. En su delirante estrategia, el pequeño Nicolás llegó, supuestamente, a telefonear al rey para anunciarle sus negociaciones con el sindicato y que resolvería el asunto. Semejantes osadía alertaron a la inteligencia española, que siguió sus pasos hasta que le lanzó un suculento señuelo y sedal suficiente para que picara.
Sucedió que hasta morder el anzuelo, la biografía del pequeño Nicolás la ilustran varios episodios Valle-Inclánescos, puro surrealismo. El moderno Buscón, -personaje con el que Quevedo describió esa España de caraduras y sinvergüenzas que hoy persiste, que lo mismo se sentaba en el antepalco del Bernabéu que se codeaba con empresarios y políticos sin levantar la mínima sospecha, también fue una estrella de la noche madrileña. A los locales de moda se presentaba con chófer y en coches de lujo, preferiblemente en un Audi A8. En el vehículo, el James Bond español encendía la sirena que emplean los coches camuflados para sortear el tráfico y saltarse los semáforos en rojo. Ese atrezzo era parte del kit de impostor -disponía también de placas policiales-, un imán para quienes trataban de obtener ventajas con sus manejos. Así conoció a La Pechotes, otro de los personajes que rodean a este joven.
A la fachada de Nicolás también contribuía un lujoso chalé de 700 metros cuadrados, alquilado por una pequeña constructora de cuatro empleados por 5.700 euros al mes en la zona residencial de El Viso, en Madrid. El chico de los ojos azules empleaba el inmueble como cuartel general para sus reuniones y fiestas. Cuentan quienes estuvieron en el chalé, -propiedad de Kyril de Bulgaria-, que un filipino llamado Joaquín que portaba pistola y que pertenecía al CNI, según advertía Nicolás a quienes invitaba, se encargaba de la seguridad de la casa que, además, disponía de varias cámaras de vigilancia y coches de alta gama aparcados junto al inmueble. En ese mundo paralelo, el joven lo mismo se presentaba como ahijado de Aznar, hijo ilegítimo de Juan Carlos I o sobrino de Arturo Fernández, jefe de la patronal madrileña y usuario de las tarjetas en b de Caja Madrid, con su consentimiento.
el séquito El arrojo del pequeño Nicolás alcanzaba cotas extraordinarias. No contento con colocar su bandera en el Everest de la coronación de Felipe VI, en agosto se embarcó en otra aventura apasionante. La caravana la componían dos Audi A8, un BMW Serie 7, escoltas, uno de ellos del ayuntamiento de Madrid, y coches patrullas. Nicolás, que grabó la escena del séquito mientras iba en uno de los vehículos, se desplazó hasta Ribadeo, Galicia, para comer con Jorge Cosmen, accionista de dos prominentes compañías de transporte. A Cosmen le aseguró que al almuerzo acudiría Felipe VI. El alcalde del pueblo dispuso para ello de coches patrulla que acompañaran al pequeño Nicolás. Llegada la hora de la cita, el único comensal que vio Cosmen fue al trilero, que disculpó la ausencia del rey diciendo que un asunto de máxima urgencia le impedía asistir. Destapado su modus operandi, el pequeño Nicolás cometió la torpeza de presentarse como agente del CNI a un colaborador externo de la inteligencia española. Un espía nunca dice que lo es. Así que el CNI engañó al engañador y lo detuvo la pasada semana. En el momento de su apresamiento el muchacho pidió a los agentes que no le esposaran porque estaba muy bien relacionado con Interior. En libertad tras declarar y sin pasaporte, será la ojiplática justicia la que tendrá que resolver si el joven solo fabulaba o si su historia, en la que se acumulan las preguntas y las dudas, responde a un asunto más turbio y de mayor calado. El misterio del pequeño Nicolás.
el capitán sin galones un falso militar
Vestido con uniforme militar, con guardaespaldas falsos y coches lujosos, José Manuel Quintia, el Capitán Timo, hizo carrera como estafador. Así se presentaba a las citas en las que hacía negocio. En la década de los 90 llegó a estafar 1.300 millones de pesetas. Decía ser intermediario militar en las contrataciones de Defensa.
Frank Abagnale estafa de altos vuelos
Su caso fue tan notorio que incluso se rodó una película sobre el personaje: Atrápame si puedes. La película relataba las andanzas de un joven que se inició en los timos con 16 años. Se hizo pasar por piloto, médico y ayudante del fiscal. Viajó gratis por todo el mundo y robó mucho dinero a la compañía aérea Pan Am.
Ferdinand demara hombre de muchos oficios
La historia de Demara también dio para otro filme: El gran impostor. En los 50, Demara ejerció sin serlo como abogado, psicólogo, cirujano, monje, profesor o alguacil con numerosas identidades falsas.