Casi cuatro meses después de la moción de censura que desalojó al PP, se perfilan los primeros rasgos de la España post Rajoy. El Gobierno de Sánchez marcha a tirones y aún no sabe cuánto combustible tiene en el depósito. Mientras, una derecha dura encarnada por Casado trata de recuperar rápidamente intención de voto para forzar unas nuevas elecciones, al tiempo que Rivera procura no perder comba para al menos tener la condición de llave. Aun con sus discrepancias, PSOE y Podemos por un lado, y PP y Cs por otro, conforman dos bloques cada vez más definidos. El soberanismo, muy dividido, dibuja un tercer espacio.

“Me acojona pasar de partisanos a ejército regular”, dijo Pablo Iglesias en julio de 2016 en un singular arranque de sinceridad. Rajoy había vuelto a ganar las elecciones y el intento del sorpasso al PSOE por parte de Podemos acababa de fracasar. Así que el jarro de agua fría había sido doble. Unos meses después, en plena pugna Iglesias Errejón, y recién defenestrado Sánchez en el PSOE, el líder de Podemos dejó en la revista Tinta Libre otra frase con jugo. “La sociedad es menos conservadora de lo que Íñigo cree”. Iglesias hablaba aún de “cavar trincheras en la sociedad civil”, “organizar contrapoderes” y construir “un movimiento popular”. Estábamos a finales de 2016. No han pasado ni dos años, y el tablero general se ha invertido. Podemos ha elegido adaptarse a la coyuntura, en aras de dar estabilidad al vuelco de la moción de censura. Pero tal vez reforzando la percepción de que la sociedad española sigue teniendo una fuerte pulsión conservadora.

En sus inicios, Podemos imprimía velocidad y tenía prisa. El asalto a los cielos se fiaba a la condición de que fuese rápido. El interrogante venía de cómo aguantaría Iglesias si no alcanzaba tan difícil meta. Cuando peor parecían las cosas para Iglesias, volvió a demostrar su inteligencia de la mano de una moción de censura en la que trabajó en el entendimiento entre soberanistas y socialistas. Con el inicio del nuevo curso político, superado un duro trance personal, Iglesias maniobra con soltura buscando la condición de socio preferente del PSOE. Ya no es el líder permanentemente enfadado, víctima de su propia rigidez. Tiene más tiento, y maneja los tiempos con otra cautela. Podemos está cambiando, y ese giro, lejos de ser anecdótico, tiene rango de categoría.

¿RESIGNACIÓN O ADAPTACIÓN? En aquel mencionado número de Tinta Libre de 2016, Juan Carlos Monedero abogaba por “una política viable” con un “discurso radical pero posible”, y por “mostrar capacidad de gestión”. Pues bien, esta semana, entrevistado en Los Desayunos de TVE, Pablo Iglesias se mostró partidario en un futurible de pasar a ser socios de Gobierno con el PSOE. En el análisis del líder de Podemos “Después de las próximas elecciones habrá un gobierno de coalición en España o bien de dos partidos de derechas o de extrema derecha, o de dos formaciones políticas progresistas”.

SIN SORPASSO Tal vez se trate de una escenificación táctica, pero Iglesias parece haber interiorizado que a corto y medio plazo Podemos quedará por detrás del PSOE. Desde 1977 todos los presidentes han repetido en el cargo, con la excepción de Calvo Sotelo, llegado para cubrir la dimisión de Suárez. Habrá quienes consideren que Iglesias ha llegado al realismo, y quien piensen que Podemos tiene el riesgo de quedar descafeinado en aras de un posibilismo con escasas posibilidades. “Hacer política es cabalgar contradicciones” dijo con razón el propio Iglesias en 2012. Lo cierto es que ha colaborado en mover el tablero y desplazar al PP. Pero a partir de ya a Podemos se le va a juzgar sobre lo concreto. De nada sirve reclamar la república en Twitter si el grueso de la opinión pública acaba percibiendo que a la hora de la verdad la formación morada atornilla el statu quo.

DEBILIDAD DE SÁNCHEZ La frágil autoridad de Sánchez dentro del PSOE complica el panorama. En el volantazo en seco que dio el PSOE en otoño de 2016 se concentraban dos rechazos frontales de determinados círculos de poder: una aversión a Podemos y una oposición a cualquier encaje territorial del estilo que planteó el jueves Íñigo Urkullu en el Parlamento Vasco. Las circunstancias de momento han permitido neutralizar al aparato profundo, aunque sus advertencias asomen a la mínima ocasión. Sánchez es un hombre vigilado por los suyos, y así es mucho más difícil gobernar. En el asunto de las bombas a Arabia Saudí, por ejemplo, ha demostrado que no va a hacer nada que dificulte la victoria en unas elecciones andaluzas y pueda provocar un revés en las Municipales y autonómicas. Demasiado pescado reservado y vendido.

REAPARICIONES Cuando se perfilan dos bloques (PSOE Podemos frente a PP y Cs) González y Aznar acuden a un acto de El País y amenazan entre líneas con un nuevo 155. Ante los 40 años del 78 el bipartidismo profundo intentará hacer valer su idea de orden. Las ley de la física establece que fuerza es igual a masa por aceleración. El felipismo y la aznaridad tienen masa: son mucho más que la suma de sus 22 años de presidencias, y reaparecen cada vez que la política se acelera, lo que sucede a menudo en el último lustro. Así que González y Aznar conservan parte de su fuerza. El deep state también está ahí; en el poder de los ex presidentes. Por cierto, José María Aznar puede haberse convertido en su propia caricatura, pero ha vuelto a demostrar una fortaleza de voluntad granítica. Aznar suele conseguir lo que se propone, por mucho que le cueste años alcanzarlo. Se propuso ser presidente del Gobierno, repitió con una mayoría absoluta y pretendió seguir influyendo en la derecha española después de su paso por la Moncloa. Ahora está recuperando sensaciones. Ser el padrino intelectual de una entente PP Cs puede motivarle. Un objetivo a medio largo plazo, con un pacto primero y si acaso una unificación después. Una hipótesis nada sencilla, aunque sea a años vista, con Arrimadas en el banquillo. Pero no inimaginable. En caso de estancamiento de la derecha y de declive de Ciudadanos, la formación naranja podría verse en la obligación de evitar una deriva como la de UPyD. Aunque el riesgo sería entonces convertirse en un espacio como el antiguo PDP de Alzaga o el Partido Liberal de Segurado. Coaligarse en una especie de Coalición Popular con vitamina C. Pueden parecer conjeturas de política ficción, pero hace tres meses el propio Aznar mandó un recado a Albert Rivera: “Debe elegir entre ser coprotagonista de ese proceso de refundación del centroderecha o ser el actor secundario de la izquierda”. Está por ver si Casado, cuyo horizonte se ha despejado, sería hombre de compartir protagonismos.