Javier Enériz (Pamplona-Iruña, 1959) se está destacando como un gran divulgador de la historia de Navarra. Este domingo, por 14,95 euros más el periódico, se puede adquirir su último libro: Agramonteses y beamonteses. La conquista de Navarra, editado por Lamiñarra, donde Enériz, como de costumbre, busca amenidad, intenta encontrar respuestas a su propia curiosidad histórica, y “encontrar puntos novedosos y estar a la última” en bibliografía e investigación. Si no, dice, "sería como relatar la historia conforme a los parámetros del padre Moret o de hace un siglo”. También aborda cómo fue la Navarra “no tan pacífica” posterior a la conquista. De ahí la construcción de la Ciudadela a las puertas de Pamplona “para vigilar a la población”. 

¿Qué aporta de nuevo este libro? 

–Lo primero, un encuadre general, que muchas veces se pierde la perspectiva. Por qué se pasa de un reino esplendoroso, con Carlos III, a una situación de debacle total, con dos guerras larguísimas, que dejan esto arruinado y a manos de Fernando el Católico y luego de Carlos I. Y destaco la evolución de lo que hoy se dice Baja Navarra, que ha sido muy poco estudiada y de la Alta Navarra. El Reino sufrió una auténtica castellanización, una catolización, no lo digo en términos peyorativos, sino descriptivos. El castellano pasó a ser la lengua oficial y el catolicismo se adueñó de la Alta Navarra, llegó la Inquisición y desapareció el obispado de Baiona, y aparecieron nuevos poderes. Navarra pasó a ser un virreinato a efectos prácticos. Navarra perdió mucha independencia y soberanía, aunque tuviese una grandísima autonomía y prácticamente fuese un Estado confederal, pero era un satélite o un planeta menor del reino de Castilla.

Este libro habla de cómo las divisiones debilitan a un cualquier territorio. Y toca política y religión. 

–El libro demuestra lo shakespeariano de la política de Navarra. Se podían hacer obras de teatro con los reyes y sus vivencias. Por un lado, las fuertes personalidades que dominaban el escenario, de guerra internacional, entre Francia y Castilla, en la que Navarra estaba en medio. Además estaba el papado, Julio II, hombre geniudo que se enfrentaba con Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina, que fue el que excomulgó a los reyes de Navarra. 

Excomunión cuya narrativa aborda con ironía.

–Era todo absurdo. A Fernando el Católico se le llama el Falsario, porque falseó todo, tanto para casarse con Isabel, como engañó a los papas todo lo habido y por haber para excolmulgar a los reyes de Navarra. Fue un personaje falto de escrúpulos. Toda esta utilización de la religión a modo de arma, provocó que los reyes de Navarra, los legítimos, se echasen en brazos del protestantismo y que Enrique III fuese el jefe de los protestantes franceses. El de ‘París bien vale una misa’, frase que no dijo nunca. 

Agramonteses y beaumonteses vivían en espacios delimitados.

–Los nobles navarros pertenecían a uno a uno u otro bando por razón del linaje y de dónde tenían sus señoríos. Si los tenías en territorio de los beamonteses, eras beamontés. Declararse agramontés en territorio opuesto significaba buscarse la ruina generación tras generación, y al revés. Los beamonteses dominaban la zona norte y la zona media, Pamplona incluida, que era su plaza fuerte. Los agramonteses dominaban el tercio sur de Navarra y parte de la Baja Navarra: Tafalla, Olite, Marcilla, Tudela (la principal ciudad). Pero también había agramonteses en el norte (el señor de Alzate en Bera) y beamonteses en la Baja Navarra.

“El papa Julio II, hombre geniudo que discutía con Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, fue el que excomulgó a los reyes de Navarra”

Habla de “las dudas de Carlos I sobre Navarra y de la “cláusula secreta de su testamento”. 

–Carlos I conquistó Navarra en una guerra estilo Vietnam, larga y cruenta, en la que intervinieron Fernando el Católico, el cardenal Cisneros y el propio Carlos I, que terminó dando unos indultos, un poco como en Catalunya. A la nobleza no le quedó más remedio que optar entre la guerra y la ruina, o aceptar a Carlos I como rey, y conservar sus propiedades. Hicieron lo segundo, ya derrotados. Pero Carlos I nunca tuvo la conciencia completa de que hubiese obrado bien. Y es que se había utilizado la excomunión, lo cual no había pasado nunca, para quedarse con un reino. Prometió a Catalina de Foix que le devolvería el reino, y nunca lo hizo. Se comprometió hasta en un tratado, pero utilizó todo tipo de excusas. En su testamento dijo que su hijo Felipe II lo estudiase, y esto no lo hizo, pero se lo encargó a Felipe III, que asesorado por una comisión se negó a devolverlo. 

Cita a Cisneros. ¿Influyó mucho?

–A efectos de la historia de Navarra influyó en todo. Porque una vez muerto Fernando el Católico él fue el que mantuvo la conquista de Navarra, y ordenó el desmochamiento de los castillos, ejecutado por Carlos I. Prácticamente dejaron Navarra con tres o cuatro fortalezas. 

Su libro humaniza la figura de Iñigo de Loiola, antes de que pasase a la historia con rango de santo.

–Él quiso ser militar, en su juventud fue un personaje espadachín y mujeriego, tuvo una hija, y tras caer herido en Pamplona, lo llevaron a Azpeitia prácticamente a morir, y empezó a leer vidas de los santos, y entre las fiebres, las novelas, y el mejunje que tenía en la cabeza, militar y religioso, llegó a ver a la virgen, que le habló, y él adoptó la vida religiosa como un soldado de la Compañía de Jesús, jerarquizada. Y fue a Jerusalén, para conquistarla. Tenía en la cabeza una labor mesiánica, y prácticamente lo tuvieron que echar de allí por el conflicto que suponían sus diatribas. Más tarde, y más maduro, conocerá en la Sorbona a Francisco de Javier.

En otro pasaje se refiere a las profecías de Nostradamus, con referencias a Navarra.

–Es una novedad. No había leído a nadie que hubiese estudiado estas profecías sobre Navarra. La sorpresa es que no son profecías, critican la conquista de Navarra y las promesas falsas de los reyes castellanos sobre su devolución a los reyes legítimos.

A modo de conclusión y desde su experiencia. ¿Nos falta mucho conocimiento sobre nuestra propia historia, por los planes de estudios?

–Sí, completamente. La gente ya no conoce la historia de Navarra, eso es lo que me encuentro. Ha perdido el sentido crítico, al desconocer los hechos. Y además entre la quienes pueden conocer, se ha politizado. En definitiva, el panorama es desolador. Yo he querido que un periodo que es históricamente decisivo en la configuración de Navarra se conozca de una forma fácil, accesible, y también con sentido del humor, que ayuda a entender y a criticar.

“Muerto Fernando el Católico, el cardenal Cisneros mantuvo la conquista de Navarra y ordenó el desmochamiento de los castillos”

Esto último puede sorprender cuando habla de un pasaje histórico que no deja de ser triste.

–La historia de Navarra es muy bonita, sobre la que se puede sentir orgullo, por haber creado una entidad política y haberla sabido mantener durante más de mil años, con todas las vicisitudes. Una entidad en la que el poder era humano, no tenía un origen divino, para engrandecer el reino y mejorarlo, al servicio de los súbditos. ¿Se falló en épocas importantes de la historia? Completamente. Hay una moraleja, sobre todo en esta historia de agramonteses y beamonteses.

Cuéntenos.

–Los navarros, divididos, no tienen futuro. En cualquier época. Su sino es estar divididos y enfrentados, y quedan a merced de los demás. 

Consecuencia lógica.  

–Y ha sido un territorio dividido, y una población enfrentada. En cambio, en los momentos históricos en los que se demuestra unión, el potencial se multiplica por mil. Es una pena que una historia de una entidad política tan nuestra, bonita y potente, en determinados haya terminado dividida y arrasada, pero luego ha sabido otra vez volver a estar. 

Lo ha pasado bien preparando este libro. 

–Sí, yo me he divertido mucho. Hay un montón de historiadores modernos que utilizan el humor para estudiar y difundir la historia. Juan Eslava Galán, por ejemplo, o Mary Beard, sobre historia de Roma. O Indro Montanelli, que fue el primero en reírse de los césares, y se ganó muchas críticas de los historiadores oficiales. El humor es fundamental para narrar la historia. No solo es divulgar, es desvestir a personajes que nos los pusieron como si fueran grandiosos, y eran seres humanos, no dioses. Como cuando Carlos I, el gran emperador, el del Sacro Imperio Romano Germánico, se perdió en Puente la Reina cazando perdices.