Urnas como prueba de alto voltaje. ¿Izquierda o (ultra)derecha? ¿Sánchez tocado o ave Fénix? ¿Feijóo victorioso o perplejo de nuevo? ¿Hartazgo y vergüenza ajena por el culebrón Begoña Gómez o inquietud latente? ¿A quién le acabará perjudicando tan estrambótico proceso judicial? ¿Es admisible en un país sensato dar cobijo en unas decisivas elecciones europeas a tan pueril debate bajo el protagonismo descarado de un juez? ¿Y qué decir de Netanyahu, Milei y Palestina? ¿Quién acabará abrasado en la descarnada pelea de la otra izquierda? Por cierto, también se presentan otras candidaturas. Sin embargo, en la Corte solo hay ojos para el bipartidismo. Y en el acotado tiempo de descuento de las interminables polémicas domésticas, una mirada de suspense al retrovisor de Catalunya, donde el tablero vuelve a agitarse.

No es admisible que, ante un escenario europeo sacudido por las secuelas de una invasión lacerante de Ucrania, con una agitación sin precedentes del discurso populista, temerosos de una economía vacilante, pendientes de una inmigración desbordante, en un Estado de la UE llamado España el determinante motivo pendular del voto sea el acopio de tratos de favor de la mujer del presidente de su gobierno. Solo el paupérrimo nivel de la elite política, la sangrante división ideológica de dos muros cada vez más pétreos y la descarada influencia mediática y judicial explican tan sonrojante radiografía. La campaña de estas elecciones se despide sin un debate reflexivo y proponente sobre las exigencias fiscales, los fondos europeos, el futuro de la apuesta verde, la política pendiente de defensa o las razones reales de tanta xenofobia.

Hay caso Begoña para rato. Por encima del resultado de mañana, ninguna de las partes concernidas en este bochornoso asunto levantará el pie del acelerador. Si el PP gana, aunque fuera simplemente por uno o dos escaños, el aparato de Génova exprimirá al límite la exigencia de unas elecciones anticipadas bajo el recurrente reclamo de la dimisión de un presidente Sánchez corrupto. Si el PSOE voltea las previsiones y ensalza así el ojo clínico manipulante de Tezanos, tampoco conseguirá neutralizar las ansias del juez Peinado ni siquiera la intervención de la justicia europea. Se ha puesto tanta carne en el asador de este enloquecido asunto que la riada asoma imparable hasta que se sustancie la demanda allá donde quizá nunca debió llegar un caso que, desde luego, enrojece la mínima exigencia ética.

Solo las urnas serán capaces de dilucidar el efecto electoral de tan engorrosa controversia. Quizá el PP ha ido demasiado lejos en su persecución. Tal vez la acometida del juez destile tintes interesados que provoquen la reacción contraria. Puede inducir a desafío la presencia de Begoña en un mitin. Acaso una segunda carta a la feligresía desmonta por la vía de los hechos la auténtica razón de la estrategia política que no familiar ni humana de aquel retiro voluntario de cinco días. A este rastrero nivel ha llegado el debate partidista cuando se dilucida el futuro de un Parlamento de donde han brotado en el último año el 72% de las leyes aprobadas en el Congreso por la lógica transposición de normativas europeas.

Siempre quedará Catalunya como foco de conflicto permanente. Sin ley de amnistía todavía a la que amarrarse –el retraso en su publicación en el BOE aparece tan interesado como llamativo–, la rebeldía y el desencuentro son los ejes políticos en este escenario tan convulso como siempre. Las exigencias independentistas que desoyen la pérdida de su mayoría parlamentaria siguen condicionando la vida institucional. Nadie se atreve a emitir un pronóstico sin riesgo de naufragar en medio del enjambre. El ambiente se sigue caldeando en las vísperas de la constitución, el próximo lunes, de la Mesa del Parlament, blanco de todas las miradas interpretativas. Como consumados agitadores, ERC y, por supuesto, Junts comparten su arrojo para desafiar de nuevo al Tribunal Constitucional. Ahí queda su disposición a admitir el voto telemático para así recoger la voluntad de Puigdemont aunque la ley les pida lo contrario. Que tome nota Sánchez hasta dónde estamos dispuestos a llegar.

En menos de un día, el presidente socialista verá comprometido, como mínimo, su futuro. Un resultado en las europeas que no sea la victoria le sembrará de minas el terreno de la legislatura. Una pinza soberanista torpedearía el camino de Illa hacia la Generalitat o, en su defecto, le obligará a otro sometimiento que incendiaría el terreno de juego. Otra vez a sacar la manguera.