Hay una escena muy común en los baños de todo el mundo. Muchas veces, nos cepillamos con energía, a toda velocidad, pensando que cuanto más fuerte, mejor limpiamos nuestra dentadura. Y precisamente ahí está el fallo número uno. Muchos dentistas coinciden en que el error más frecuente es cepillarse demasiado fuerte. Puede parecer una tontería, pero esa presión extra no elimina más placa; lo que hace es desgastar el esmalte, irritar las encías y favorecer la recesión gingival con el tiempo. Es decir, hace que tengamos unos dientes más sensibles, unas encías que se retraen y más probabilidades de que aparezcan molestias al frío o al calor.

Lo complicado es que este error no duele al momento. A menudo, la señal de alarma llega cuando ya hay sangrado al cepillarse, sensibilidad o esa sensación de “dientes largos” porque la encía ha bajado un poco.

Cómo saber si aprietas demasiado

Si al poco tiempo de estrenar el cepillo las cerdas se abren hacia fuera como un abanico, es casi seguro que estás haciendo fuerza de más. Cuando uno aprieta, suele compensar el lavado con menos minutos. Y otro detalle típico es el movimiento horizontal tipo fregado, que es el que más castiga la línea de la encía.

La forma más simple de arreglarlo es recordar dos gestos. Primero, coloca el cepillo con una inclinación suave hacia la encía, alrededor de 45 grados, buscando que las cerdas toquen diente y borde de encía a la vez. Segundo, deja de frotar en línea recta y pasa a movimientos pequeños y circulares, como si “masajearas” la zona.

La clave es que el cepillo haga su trabajo, no tu brazo. Si usas un cepillo de cerdas suaves, notarás que necesitas menos presión para limpiar igual o mejor. Si el cepillo es duro, es más fácil pasarte sin querer y acabar dañando encía y esmalte.

El tiempo también importa

El segundo gran fallo asociado al anterior es no llegar al tiempo recomendado. La referencia más repetida es dos minutos, dos veces al día, especialmente antes de dormir. No es un número al azar, ya que menos tiempo suele dejar placa en zonas complicadas, como la parte interna de los dientes o la línea donde diente y encía se juntan.

Otro hábito muy extendido es terminar y enjuagarse con mucha agua, dejando la boca limpia de espuma. El problema es que así también te llevas rápido el flúor de la pasta, que es quien ayuda a reforzar el esmalte. Lo más recomendable es escupir el exceso y no aclarar con demasiada agua, para que el flúor siga actuando un rato.

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Cuando reduces presión y mejoras técnica, lo normal es notar en pocas semanas menos sangrado, encías menos irritadas y una sensación de limpieza más estable durante el día. A medio plazo, lo que estás evitando es sensibilidad dental y un desgaste que luego cuesta revertir.