la de Idoia Azparren Celorrio es una vida como la de otras muchas personas que se han encargado de atender a un familiar afectado por una demencia incapacitante, progresiva y triste. Su madre, Felicidad Celorrio, lleva diez años enferma. Una demencia que le ha ido apartando del mundo de los vivos y hoy se pasa prácticamente encamada, sin conocer a nadie, sin hablar, sin síntomas de sentir o padecer las 24 horas del día. “Tengo en casa un bebé de 88 años y mi vida es como la de una anciana de 90. Mi madre necesita cuidados todo el día”, dice Idoia.
A Idoia está situación se le vino encima cuando tenía 38 años y una familia -marido y dos hijas- a las que atender. Decidió llevarse consigo a su hermano que convive con una discapacidad psíquica. Ella es la menor de cuatro hermanos, de los que uno falleció. Al llegar la crisis, su marido, autónomo, vio mermados los ingresos. Para hacer frente a esta situación tan adversa vendió su piso y el de su madre y se hipotecó “hasta arriba” para trasladarse todos junto a un chalet en Cizur Menor, donde viven. “Mi marido, para monumento”, insiste una y otra vez. Él habilitó, con tabiques de pladur, una habitación soleada que da al jardín y está en la planta baja, para Felicidad. El cuarto está siempre abierto, junto al salón.
Felicidad Celorrio, nacida en Cortes, vivía tranquilamente en su casa de Pamplona. Comenzó a demenciarse y un día se cayó y se rompió la cadera. Al salir del hospital, su hija la llevó a una residencia privada “porque no la podía atender”. Cuando las facturas se hicieron imposibles, la trasladó a la residencia de Cortes hasta que pudo traerla a Pamplona a una plaza concertada. Ahí ha estado seis años hasta que la crisis ha vuelto a dar una vuelta de tuerca a la familia. Desde hace casi un año vive en casa. Un hogar en el que Idoia ha reunido a su madre, a su hermano que tiene una discapacidad del 68% y trabaja en Tasubinsa, a su marido y a sus dos hijas. “Ahora lo llevo mejor, pero lo he llevado muy mal. La convivencia es difícil. Mi hermano es muy bueno pero tiene sus momentos, y yo los míos, y mis hijas los suyos..., pese a la buena voluntad, la vida es difícil”. El suyo es un trabajo de 24 horas remunerado con una ayuda de 249 euros y la asistencia del SAD, hora y media de lunes a viernes, para la que también aporto. “Aunque tenga mis momentos, me pueda tomar un café, ir a la compra, etc, tengo mi horario y tengo que estar encima. Es difícil”. Pese a todo considera que su situación no es la peor. “Yo me puedo ocupar de mi madre, creo que ha tenido mucha suerte, pero a veces pienso en otras familias y no entiendo como puede llevar todo esto”. Piensa también en su hermano, para el que ha pedido plaza en un piso tutelado, “ya que es autónomo y puede llevar su vida”, pero este recurso “está muy mal”.
A esta vida complicada, se suma la preocupación de hacer frente a la deuda contraída con el Gobierno de Navarra por la estancia de su madre en la residencia. “La plaza era concertada pero costaba 1.600 euros. Se cobraban los 600 de la pensión de mi madre y nosotros teníamos que poner el resto, hasta que no hemos podido más”. Debe 60.000 euros. “Mi madre tiene parte de esta casa y el día que fallezca yo me tengo que hacer cargo de la deuda, no puedo dejar esta deuda a mis hijas, y ¿que hago? Ni puedo vender la casa ni quedarnos en la calle”. Tengo que agradecer que los pañales y el espesante para la comida lo cubre la Seguridad Social, y que este verano por fin pudo disfrutar 15 días del programa de respiro familiar e irse a la playa. “Me ha dado la vida”. A sus 48 años, dedicada a una familia no exenta de dificultades pide más ayuda y más esfuerzo para investigación. Cuando puede acude a Afan. “Allí nos ayudan, nos desahogamos un poco”.