PAMPLONA - La palabra compromiso ha sido una constante en su portentosa biografía marcada por el exilio de sus padres, su matrimonio con Pello Irujo, su familia, sus amigos de aquí y del otro lado del charco, y su pasión infinita por la cultura y el pueblo vasco. A sus 72 años, Arantzazu Amezaga (Buenos Aires, 21-01-1943) recibirá uno de los apreciados galardones de la Fundación Sabino Arana en la gala de este domingo en el Teatro Arriaga de Bilbao. Licenciada en Biblioteconomía y Técnica Superior de Archivos en la Universidad Central de Venezuela, a su regreso a tierras vascas en 1972 -se instaló junto a su familia en Alzuza, en Errikotxiki- recibió el encargo de crear una biblioteca de referencia en el Parlamento Vasco. Su entusiasmo por rescatar la verdad de la historia de Euskal Herria ha quedado plasmado, además, en una decena de novelas, numerosas conferencias y cientos de artículos de opinión publicados, entre otros, en las páginas de DIARIO DE NOTICIAS. “Resulto, como ves, enfermizamente vasca, según se define a sí mismo Juan Zelaia”, resume Amezaga.

Lo primero, darle la enhorabuena por el galardón de la Fundación Sabino Arana. Escritora, bibliotecaria, activista? No para. ¿Algún proyecto en marcha?

-Este premio me da alas? En primavera sale mi novela Contraviaje. De New York a Gernika pasando por Berlín, una recreación del diario del Lehendakari Agirre en dos tiempos, 1941 y 2006. En la 2ª Guerra Mundial los vascos estuvimos implicados de muchas maneras.

Cuando echa la vista hacia atrás ¿cree que ha sido consecuente con la herencia familiar?

-Intento no desmerecer de mis mayores.

¿Qué fue más duro? ¿El exilio o el regreso a Euskal Herria?

-Padezco la dualidad de ser vasca y americana. No hay día que no me levante y no piense en Argentina, Uruguay, Venezuela. Tengo amigos en esos países, en Canadá y familia en Estados Unidos. Vascos y no vascos. Pero nire munduko tokia está en Euskadi: en Errikotxiki.

La añoranza de Euskal Herria cuando vivían allá ¿es comparable a la que pueda tener hoy en sentido inverso?

-Había una idealización de Euskadi. Los hombres y mujeres también vivimos de sueños? y aterrizamos de nuestra nube. Fue muy difícil dejar aquella Venezuela de nuestra juventud. Me fui llorando.

Su vida no se entiende sin la palabra exilio. ¿Cómo lo vivió?

-El exilio, por definición, es amargo. El que parte de su país, como Ulises, desea regresar y debe batirse en muchas luchas, la más agobiante, la económica. El exilio es pobre, porque el desterrado no puede llevarse nada. Menos mal que los vascos exiliados de las guerras forales del siglo XIX, estaban ahí? gente respetable y respetada por los países receptores, que pudo acoger a los que llegaban, procurarles trabajo, y recrear en la sede de las Eusko etxea que jalonan América, hoy el mundo, un pedacito de Euskadi. Allí se reunían y trabajan por el país. Lo que somos hoy en Euskadi es el resultado de mucho sacrificio de los vascos exiliados. En Caracas se levantó en 1950 un Centro Vasco no solo en el mejor lugar de la ciudad por entonces, sino comprando todo un cerro al que coronaron con un caserío. Los que hicieron ese esfuerzo económico carecían de vivienda propia todavía. Luego soportaron el Gobierno de Euskadi en París, está la Editorial Ekin, EGI-Caracas? ¡Tantas cosas!

Y sus padres, ¿qué le decían, cómo le explicaban esa situación?

-Crecí en Montevideo junto a las maletas con que íbamos a regresar al país. En casa éramos vascos, pero fuera teníamos que convivir con gente diversa. Nos acoplamos y aprendimos a respetar a todo hombre y mujer que no pensara ni fuera como nosotros. Prevalecía el esfuerzo vasco por sobrevivir y con dignidad.

Su vida no puede ser entendida sin su marido 50 años, Pello Irujo.

-Apenas se puede entender mi vida sin Pello Irujo Elizalde. Lo conocí y nos hicimos novios cuando yo tenía 15 años y él 18. Nadie daba un duro por nosotros? pero seguimos adelante con nuestro propósito de fundar un hogar. Él pertenecía al grupo EGI-Caracas. Estaba, y por apellido además, inmerso en la lucha pacífica por la libertad vasca. La decisión de regresar al hogar paternal, del que no se ha salido sino que nos fue arrebatado por la fuerza, fue dolorosa.

Su entorno familiar ha sido siempre fundamental en su modus vivendi. ¿Hasta qué punto?

-Nunca fui niña, al menos irresponsable, aunque tengo la impresión de que fui afortunada. Desde que recuerdo, comprendía la situación de descolocamiento de mis padres en la sociedad uruguaya o venezolana, aunque tuvieron éxito en ambas. Pero yo sentía que tenía que ayudarles en ese sendero americano. Para cuanto me dieron en educación, poco pude retribuirles. Mi unión de cincuenta años con Pello Irujo y mi vinculación con mis hijos, nueras y nietos es importante para mí. Así como con mis hermanos, cuñadas, sobrinos.

Cuénteme algo de su activa implicación en la resistencia vasca que operaba desde Venezuela y de la que usted formó parte?

-A EGI-Caracas la formó un grupo de gente magnífica: Jokin Intza, J.J. Azurza, Xabier Leizaola, Joseba Elosegi, Pello Irujo, Iñaki Anasagasti. Ellos me enseñaron que Euskadi además de un ideal es un arduo trabajo. Yo fui una espectadora de sus acciones. Lo cuento en mi libro dedicado a Pello Irujo, La Txalupa de Radio Euzkadi, publicado a los pocos meses de su muerte, en 2009, por el Gobierno vasco. Fue mi catarsis por la pérdida.

Un libro que recomendaría a los más jóvenes. En la conmemoración de los 70 años de la 2ª Guerra Mundial, aconsejaría el libro del Lehendakari Agirre De Gernika a New York, pasando por Berlín. Y para un momento de reposo poético, Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez

Ese viaje que siempre ha querido hacer. Ya he hecho los viajes que quería? pero todos ellos tienen un destino final: Euskadi, Errikotxiki.

La fotografía que mira todos los días. La tengo frente a mi cama y cuando abro los ojos veo, junto a mis libros más queridos, la de mis hijos, mi esposo, mis aitas? mis once maravillosos nietos. Eso me hace levantarme con vigor.

Su última locura, personal y/o profesional. Publicar mi última novela histórica, 1512, ‘on line’.

Esa frase que siempre le decía su padre o su madre. Aita era muy refranero. Repetía Lo que Dios no da Salamanca no presta, y en euskara Baso eta ibaia auzo, au eztaben etxea gaiso.

Y está orgullosa de? De mis hijos, de mis nietos. Ahora, si se me permite esta inmodestia, de este Premio Sabino Arana que agradezco de corazón. No creo merecerlo, he hecho lo que me gusta.