Hay veces que los historiadores tienen que convertirse en una especie detectives del pasado. En el sentido de que no basta con recoger documentos, testimonios y fotografías sino tratar de descifrar qué es lo que realmente ha sucedido. Y hay lugares, como la zona cantábrica de Navarra que se suele denominar como “el País del Bidasoa”, en el que eso es imprescindible. Lo fue a la hora de afrontar los complicados años de la Guerra Civil y la represión posterior y, posiblemente lo sería ahora si la investigación la tuviera que llevar un periodista, un policía o un juez sobre sucesos de actualidad. Fernando Mikelarena, reputado historiador de este momento histórico, acaba de presentar su último trabajo (Muertes oscuras. Contrabandistas, redes de evasión y asesinatos políticos en el País del Bidasoa. 1936) en el que se arriesga ser profeta en su tierra. De hecho, Mikelarena nació en Bera en 1962, lo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes de cara al objeto del libro, según reconoció. Su conclusión principal es que durante estos años esta zona también fue sacudida por una represión a elementos izquierdistas y nacionalistas (cuantitativamente reducida por su escasa implantación, pero cualitativamente significativa) que, por el “ecosistema sociopolítico” propio de estos valles fronterizos, en ocasiones se camuflaron como crímenes comunes u “oscuros”. El telón de fondo de las redes de contrabandistas ambivalentes con sus fuertes intereses económicos y personales cruzados explican esta especie de niebla que cubre los hechos recogidos en el libro editado por Pamiela y que completa la veta abierta en su día por el mismo autor con Sin Piedad, una obra ya de referencia en el ámbito de la Memoria Histórica.

“La misma realidad supera por mucho a la ficción. Lo sucedido en estos lugares va mucho más allá de lo que cualquier novelista hubiera podido creer o la imaginación de un guionista pudiera haber dado de sí”, comenta Mikelarena. Ese fue el principal obstáculo -convertido ahora en logro- del libro: darse cuenta de que los protagonistas de estos sucesos (jueces, policías, testigos, contrabandistas, imputados, requetés...) “mentían creando tramas endemoniadas en las que es difícil discernir, con la documentación existente, la verdad de la manipulación”, explicó este historiador en la presentación del trabajo en el que según, dijo, fue “tirando de hilos” en un contexto de gran “complejidad” debido a la “naturaleza poliédrica de las motivaciones de los comportamientos de los protagonistas”. Contrabandistas que en un momento pasaban por la muga armas para el golpe de Estado, luego republicanos que huían del franquismo y más tarde, agentes nazis....; autoridades que defendían lo contrario de lo que decían y al revés; vecinos y vecinas con testimonios contrapuestos... La indagación sobre el controvertido y famoso suceso de la detención de Baroja en julio del 36 le abrió los ojos en torno a este factor de la distorsión de los hechos con el interés generalizado de que nada se acabara de mover en una comarca en la que, pese a tener una gran mayoría sociopolítica del carlismo (70%), sólo aportaron un 5% del contingente de voluntarios para el frente... Pero sí que todos los represores -según afirma- fueron requetés, y todas las víctimas, militantes de izquierda -en su mayor parte- y también del PNV. El crimen de Gaztelu, sobre el que profundiza, se enmarca en este contexto y Mikelarena no duda en calificarlo, como el de otro puñado de izquierdistas y nacionalistas, como un “asesinato político” con un doble componente de castigo y ejemplarizante. “Las características formales de los asesinatos, en muchos casos oscuros y hechos pasar por crímenes comunes, se debieron a que la zona era un ecosistema extraño por la presencia de contrabandistas que jugaban a múltiples bandas y que tenían relaciones con nodos importantes de poder. De hecho, se detectaba la existencia de un pulso entre aquellos y los denunciantes requetés”, comenta.

Sin entrar a juzgar moralmente la actitud de las organizaciones contrabandistas, Mikelarena recopila hechos y nombres de al menos tres que funcionaron de una manera estructurada y que tienen en su haber el mérito también de haber permitido la evasión de centenares de izquierdistas y nacionalistas. La primera precisamente, la red Araba, fue impulsada por el PNV con un objetivo político-ideológico, aunque a pie de monte sus piezas pertenecían a subredes de contrabandistas similares a otras que en su día se dedicaron al ganado (en parte eran los campesinos arrendatarios o maisterrak) y luego, al paso de dinero estampillado, actividad esta que generó múltiples beneficios ya que el papel republicano se revalorizaba con un sello franquista falsificado. La segunda red era la de la familia Erbiti y la tercera la dirigían Guillermo Frías y Juan de Luis. La presencia de los contrabandistas no es nueva ya que en la Primera Guerra Mundial pasaron miles de mulos hacia Francia, pero fue decisiva en estos años revueltos para entender el contexto especial en esta zona de la represión (y también de la evasión) de 1936 y tuvo su continuidad en los años posteriores y hasta la actualidad.