Desde la huerta de las casas de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) en Yesa, Juan Carlos Rojano Aguirre y María Ángeles Sánchez Pascual dirigen su mirada al embalse para revivir aquella mañana del 18 de mayo en la que ambos fueron testigos de la colocación de la primera piedra del recrecimiento.

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Rojano, trabajador de la Confederación, era entonces a su vez teniente alcalde en el Ayuntamiento yesano y María Ángeles, concejal, los dos de la mayoritaria Agrupación San Virila. El relato lo completa el testimonio de Javier Samitier García, mientras planta tomates y pimientos con maestría hortelana. Vecino y alcalde de Mianos (Aragón, uno de los pueblos afectados), estaba esa mañana de turno.

Fue Rojano la máxima representación municipal. El alcalde Antonio Aquerreta se ausentó justamente ese día, y años después, lo haría definitivamente una vez vendida su casa. “En el Ayuntamiento no se hablaba nada, pero el tema del recrecimiento siempre estaba ahí. Ya había comenzado la deforestación y el movimiento”, declaran.

Recuerda Juan Carlos que debajo de la piedra pusieron una caja con los periódicos del día, “los de aquí y los de allá”, Navarra y Aragón. También la presencia policial. “Había más policía que gente”, destaca María Ángeles, mientras Rojano sigue sumando recuerdos:la llegada de los vecinos y vecinas de Artieda, las canciones y hasta el detalle de “los lustrosos zapatos negros de punta” de Jaume Matas.

Cuenta que accedió el ministro, con un gesto de su dedo, a que pasara solo uno. Fue el momento en el que un joven Luis Solana, alcalde de Artieda, le entrega la carta de rechazo al recrecimiento.

En su relato, apunta y revive Javier los sentimientos de imposición, impotencia, tristeza y aquella pregunta que se hacía entonces y a la que aún no ha obtenido respuesta: “¿Dónde va a acabar todo esto”?. “Han pasado 20 años y ya ves, todo sigue en marcha”. Con las obras llegaron las máquinas, el ruido y las promesas de prosperidad. “Nos dijeron que vendría mucha gente y darían trabajo a los pueblos vecinos. Al final, vinieron cuatro”.

repentino Los problemas geológicos derivados de las inestables laderas donde se asienta la presa retrasaron las obras del recrecimiento. Se despertó la inquietud en Yesa y el miedo aguas abajo del río Aragón. Una década después del inicio, la CHE aseguraba que los riesgos habían desaparecido con una millonaria y urgente inyección económica, a la vez que se expropiaban 103 viviendas en las urbanizaciones Lasaitasuna y El Mirador evacuadas en 2013.

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Fue el 8 de febrero y la familia de María Ángeles una de las afectadas obligadas a cerrar la puerta de la que fue su casa durante 30 años.

“ Fue de repente, no nos dejaron ni pensar. Nos lo comunicaron en el ayuntamiento. Hasta que nos indemnizaron y compramos nueva casa, nos pagaron tres años de alquiler en Yesa”, evoca.

Inevitable la nostalgia, el lugar de sus recuerdos es ahora la ladera. “Lo tiraron todo”. Pero su mayor pesar es toda la gente que se fue, las tiendas que cerraron los bares y los campings”. Ella tenía muy claro que quería quedarse porque en Yesa era y es feliz. Ha dado al pueblo parte de su tiempo como concejal de Cultura en varias legislaturas con su carácter colaborador y afable.

En el mayor vacío conocido, la vida siguió su curso en Yesa, al menos, sin fractura social. “Este es un pueblo que ya tenía cultura de embalse. Lo habíamos integrado y sabíamos que luchar contra el Estado es luchar contra un gigante. No daban opción. Son cosas imposibles”, resume Juan Carlos. Dice que está “metido” a diario en la presa, desde el 92, es su modo de vida como electricista. Reconoce, sin embargo, el arrojo de Artieda y Mianos. “Esos sí que pelearon. Siendo tan poca gente”, valora.

Javier asiente a su lado. El represamiento del río Aragón hizo que lo perdieran todo. “ Anegaron nuestras tierras, lo que cultivamos toda la vida, y nos dejaron el dolor. La política y las leyes de este paí al que la palabra justicia le queda grande deciden. Te pagan y luego viene Hacienda a llevarse su parte. Pero el dinero se acaba y no vuelves a la tierra”. Asegura que no compensa.

“Nos expropiaron y eso no tiene vuelta”, lamenta al tiempo que opina que a este proyecto le queda mucho recorrido judicial. “Pasarán otros 20 años y seguirán gastando más y más dinero público”. Javier no se fía. “Lo están haciendo y lo llenarán”, sentencia.