La viruela puede sonar a enfermedad antigua. Y lo es. El ser humano lleva conviviendo con ella desde hace miles de años, pero no se consiguió erradicar hasta hace poco más de cuarenta. Eso hace que los que todavía no han soplado ese número de velas no recuerden casi nada de ella. Por este motivo, y de la mano de Enrique López-Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra, desdoblamos los pasos que dio la humanidad para lograr, por primera y única vez, extinguir una enfermedad infecciosa. En realidad, una enfermedad humana infecciosa, ya que la peste bovina también fue erradicada en 2011.

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Desde el Antiguo Egipto

“El ser humano lleva conviviendo con la viruela desde hace siglos. De hecho hay una momia egipcia, la de Ramsés V, en la que se ve que tiene las lesiones en la piel típicas de la viruela”, se remonta en la historia López-Goñi. Pero, ¿qué es la viruela? “Es un virus que produce una infección y pústulas, granos que se hinchan, y se forma una pequeña ampolla -que está llena de virus-. Eso se seca y queda una costra, que suele dejar una marca en la piel”, explica el microbiólogo, que recuerda que este virus “ha provocado grandes pandemias”.

“Se sospecha que la pandemia de los romanos fue un brote de viruela hemorrágica. Incluso la OMS calcula que en el último siglo pudiese causar más de 300 millones de muertos”, advierte. Su letalidad llegó a ser de hasta el 30%, y de hecho hay “reyes, Papas, y gente famosa que murió de viruela”. Especialmente también la sufrieron los niños de las diferentes épocas.

¿Por qué se llaman vacunas?

En el año 1796 el médico inglés Edward Jenner fue el primero en desarrollar la vacuna contra la viruela. “Aunque en esa época ya había una práctica en Oriente, la variolización, en la que cogían pústulas secas de una persona con viruela y se las inyectaban por vía intranasal con una especie de cerbatana”, incide López-Goñi.

A pesar de su peligrosidad -ya que en un porcentaje de gente se producía la enfermedad y llegaba a morir-, Jenner se inspiró en esa técnica para ayudar a desarrollar la inmunidad. Se dio cuenta que había personas que lo que sufrían era la viruela de las vacas, ya que a un número grande de mujeres que ordeñaban estos animales les salían unas pústulas de viruela que resultaba ser benigna y cuyos síntomas solo aparecían en las manos.

Asimismo, y como sucedía en la humana, luego esas personas adquirían inmunidad frente a la enfermedad. “Basado en esta idea Jenner cogió una de estas pústulas, la inoculó a un voluntario -entre comillas, porque era el hijo de su jardinero, ya que necesitaba a una persona joven que no hubiese pasado la viruela- y al cabo de unos días le volvió a pinchar con la viruela humana. Ese niño no se infectó. Ahí es donde se desarrolla la vacuna y por lo que se llama vacuna”, desembrolla el microbiólogo.

Cómo no, el invento tiene un éxito “bestial” y para comienzos de 1800 llegó al Estado y al resto de Europa, donde se crean planes masivos para inocularla. Uno de ellos fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, organizada por el rey Carlos IV a principios de ese año, cuando llegan grandes brotes de viruela a los territorios americanos del imperio como Nueva España o Nueva Castilla.

El monarca quiere enviar allí la protección y a un médico, Francisco Javier Balmis -por lo que también se le conoce como expedición Balmis-, se le ocurre llevarla en recipientes vivos. “Utilizaron 23 niños de un orfanato de A Coruña. Les inoculaban la vacuna y les salía una ampolla durante dos días, y de ahí la pasaban entre el resto, manteniendo la vacuna viva durante todo el viaje”, cuenta López-Goñi. La expedición continuó su recorrido por Perú, Chile, México e incluso Filipinas, resaltando en esta historia la figura de Isabel Zendal, la directora del auspicio de A Coruña que viajó en aquellos barcos para acompañar y cuidar a los niños.

El final, a pesar de los antivacunas

La novedad del método para producir la inmunidad frente a la enfermedad y su procedimiento inicial -aunque luego la tecnología se fue desarrollando hasta crear sueros- hizo que comenzaran a surgir los primeros movimientos antivacunas. “Hay algunos gráficos y dibujos de principios de 1800 en los que se criticaba la vacunación de Jenner. Había viñetas cómicas en las que aparecía que al ponerte la vacuna te salían cuernos o rabo”, afirma sonriendo el microbiólogo.

Sin embargo, el proceso de vacunación prosiguió, y en España incluso llegó a ser obligatoria a partir de 1944. Con una sola dosis se administraba, después de a los adultos, a los niños de 20 meses. Se llegaron a pinchar más de 25 millones de inyecciones entre los años 30 y 70. Saber si la recibiste es fácil: tan solo hay que mirarse al hombro. “Los que hemos nacido antes de 1980 tenemos una marca por la vacuna. Esto es porque se hacía con una aguja con dos puntas, y te inoculaban el virus vivo atenuado. Entonces te producía una pequeña lesión, sobre la que te ponían un esparadrapo unos días, y al final te quedaba esa marca en la piel”, muestra el catedrático.

Fruto de esta protección, tanto mediante la vacuna como por infección natural, en 1961 se produjo el último brote de viruela en el Estado, en Madrid, que fue un caso importado de India. Sin embargo, en el resto del mundo siguió habiendo brotes aislados hasta 1977, cuando un joven somalí fue la última persona en sufrir la enfermedad. Tres años después, y sin constancia de transmisión entre personas, la OMS da por erradicada a la viruela como enfermedad humana.