“La educación de los hijos/as está condicionada, no determinada por nuestra propia infancia; por eso resulta importante revisar qué tipo de autoestima tenemos antes de entrar en la maternidad, porque las heridas emocionales, aunque imborrables, se pueden sanar o al menos podemos aprender a vivir con ellas para educar de forma emocionalmente competente”.

Es el mensaje de la pedagoga Leticia Garcés en su última publicación Infancia bien tratada, adolescencia bien encaminada.

En la vieja escuela se decía: “La letra con sangre entra”. ¿Buena forma de entrar en la adolescencia equilibrada o de fomentar la violencia en el trato?

En cada época se ha hecho lo que consideraban bueno para la adolescencia. En generaciones anteriores creían que un cachete hacía fuerte a la persona y que nos preparaba para la vida. Por eso, asociemos esa convicción al marco social de la época. Hoy, aunque haya quien siga creyendo lo mismo, la ciencia dice que pegar no es bueno, que es violencia. Los niños no aprenden con una cachetada a tiempo, lo que necesitan son límites.

En el entorno familiar era frecuente escuchar “un buen tortazo a tiempo...”. ¿Queda algo de este pensamiento?

Sí. Durante bastante tiempo buscamos una crianza respetuosa positiva, pasando del autoritarismo a la educación permisiva, sobreprotectora y virando en péndulo de un extremo a otro sin saber quedarnos en medio. Lo ideal es una combinación entre enseñar, corregir, amar y no sólo aplaudir al niño cuando hace bien las cosas. Para conseguir el término medio educacional ideal hay que recurrir a la ciencia y preguntarse qué necesita el cerebro del niño para desarrollarse de forma saludable. Necesita una comunicación positiva, asertiva, y experiencias vitales donde se sienta amado y comprendido por adultos emocionalmente competentes, tanto en la escuela como en la familia.

Hablamos de escuela y familia. ¿Son estos los focos más importantes para fomentar una infancia bien tratada?

La familia y la escuela son los dos agentes importantes, pero no acaban de llevarse bien. Ante un problema siempre echamos balones fuera y no decimos que la familia no está educando, sino que es la escuela la que no está enseñando. Es difícil coordinarnos. Además, la escuela cada vez tiene menos autoridad ante los alumnos y menos recursos, por lo que es difícil controlar un aula con alumnado que no recibe educación emocional en su familia. Antes el profesor tenía autoridad con respaldo de la familia; ahora, no.

Su libro habla de educación respetuosa sin recurrir a premios y castigos. ¿Se puede conseguir esa educación sin recurrir a ellos?

Lo ideal es que lo intentemos porque, con frecuencia, el adolescente genera inseguridad en el padre/madre que piensan que no lo están haciendo bien. Al final, los conflictos de intereses muestran una evidente dificultad para manejarse en momentos en los que falla la capacidad de escucha, de poner límites claros; se evidencia la vulnerabilidad de adulto y entonces se recurre a premios y castigos para modificar la conducta del niño, que de este modo nunca modificará su comportamiento posterior cuando sea mayor.

¿Cómo habría que formar, en familia y en la escuela, para adquirir la competencia en educación emocional? 

Se puede aprender en el aula incluyéndola como asignatura de competencias emocionales y actividades de escucha activa, automotivación, residencia, habilidades sociales que llevan hacia la autoestima. Son competencias emocionales que todas las personas podemos desarrollar, para lo que necesitamos invertir tiempo y crear espacios para hablar de ello. Junto al aprendizaje en las aulas está el que crezcamos en el hogar pudiendo expresar nuestros sentimientos.

Los niños vienen sin manual de instrucciones. Usted propone una parentalidad positiva. ¿Cuáles son los ejes básicos?

La parentalidad positiva se nutre de diferentes corrientes científicas en continua revisión y va más allá de que una crianza respetuosa. Tiene que ver con crecer y desarrollarse en entornos seguros, sintiéndose amados y respetados por sus padres y las figuras de autoridad en la escuela, con los apegos seguros y vínculos afectivos durante la infancia para que puedan desarrollar las competencias emocionales que serán los recursos emocionales para la vida. También tiene que ver con que reciban en su desarrollo una disciplina que no dañe ni violente ni tampoco les haga temer al adulto que los cuida.

Los niños, y los mayores, aprenden pronto sus derechos y los reclaman; pero los derechos no existen sin deberes; ¿cómo iniciarles en el equilibrio sin métodos disciplinarios? 

Cuando un niño desarrolla el dominio propio y la capacidad de esfuerzo, aprende a sobreponerse a las emociones y descubre la verdadera libertad de poder elegir lo que le conviene y no solo el mero deseo. Esta libertad nos engancha al sentir el control sobre las situaciones y crea en el niño un apego seguro si se le educa en una relación sin violencia donde vaya asumiendo responsabilidades y adquiriendo hábitos de tolerancia. En esta tesitura no habrá lugar para la frustración, porque ese niño será el primero en querer cumplir sus obligaciones y las disfrutará teniendo el control de su vida.

Son numerosos los casos de acoso en la escuela, sobre todo en la adolescencia. ¿Se debe a una infancia maltratada? Si se pasa la edad básica del aprendizaje, ¿se podría recuperar el camino correcto en la adolescencia?

La adolescencia se inicia en la infancia y por eso conviene llegar a la adolescencia pasando por una infancia sana, que haga de la adolescencia la etapa de las segundas oportunidades. El cerebro es plástico, se moldea con la experiencia y lo que hagamos en favor de ese cerebro infantil mejorará los siguientes periodos del aprendizaje. El niño que recibe educación emocional fuerte se forja para poder hablar de la situación de violencia y sentirá rabia e indignación por ser maltratado, en lugar de sentir miedo bloqueante. Por el contrario, a un niño sin educación emocional, si es después adolescente acosado, le costará más reconocerse como víctima de maltrato, porque no lo contará y no podremos ayudarle; es difícil hablar de situaciones de dolor, de lo que avergüenza; callan y piensan que ya pasará, esperando en silencio que alguien les salve, porque el miedo les bloquea. 

Destaco una frase suya: “Atender las rabietas de los hijos con amor”. ¿Quizá en la infancia haga falta más presencia parental?

La presencia viene ligada a las propias creencias; si pienso que el niño se porta mal para llamar la atención o para manipularme me resultará muy difícil atender. El cerebro del pequeño no tiene la capacidad de regular sus emociones y para no caer en la trampa tengo que entender qué necesita el niño en cada momento, si es algo material o me necesita a mí. Si el niño te ve presente, sensible y accesible comprenderá que no le pasa nada malo, porque como madre/padre así se lo manifiesta tu presencia. 

QUIÉN ES

Leticia Garcés Larrea es pedagoga especializada en parentalidad positiva y educación emocional con postgrado en Educación emocional y bienestar y máster en Inteligencia emocional. En 2010 fundó Padres formados, asociación para impartir formación a familias y profesionales. Tiene su propio centro de orientación familiar en Burlada (Navarra). Desde 2012 organiza eventos de educación y es profesora en el Experto universitario en inteligencia emocional de la UNIR. Además, es coautora de los cuentos y del disco Emociónate, y autora del libro Padres formados, hijos educados, de la guía Educar sin miedo y del cuento Dragombolo, saca el bolo.