Me duele. Carlos Amorín Lamas me duele todos los días. Su muerte, el 29 de noviembre de 2023, fue el suceso que he cubierto en mis 22 años de profesión que más me ha dolido personalmente. Porque el leonés que llevaba media vida afincado en Navarra era un tipazo, un hombre generoso y un justiciero. Y me duele mucho porque murió demasiado pronto, a los 42 años.

Carlos y yo hablábamos frecuentemente del problema de la seguridad ciudadana en Pamplona, en Navarra y en el mundo. Estaba preocupado por la delincuencia, las agresiones, la situación del ocio nocturno... Aunque tenía otro trabajo estable como empleado de Adif y se dedicaba al mantenimiento de las líneas ferroviarias, seguía trabajando en la noche como portero de bares y discotecas para complementar sus ingresos.

Y en esa maldita noche fue un joven de 27 años quien le quitó la vida cuando Carlos mediaba en la agresión que sufría un varón en el exterior de una discoteca de Villava. El malnacido le dio dos puñetazos a traición que le rompieron el pómulo y lo dejaron KO, que hicieron que cayese a plomo contra el suelo y que le abocaron a ingresar en la UCI, de la que nunca volvió a salir con vida.

Fue Óscar Álvarez, un amigo común y a quien agradeceré siempre que me presentase a Carlos hace doce años, quien me avisó con una llamada telefónica de la agresión criminal sufrida por el fornido leonés, horas después de lo sucedido. Hoy siento escalofríos cuando recuerdo aquel momento, que revivo como una mezcla de incredulidad, rabia e impotencia.

¿Qué debía hacer yo?

A lo largo de mi trayectoria profesional he informado sobre multitud de tragedias humanas, desde crímenes, hasta accidentes de montaña, laborales o de tráfico. También he escrito sobre infinidad de víctimas de agresiones sexuales, estafas bancarias y un largo etcétera de delitos. Pero nunca antes me había tocado escribir sobre la muerte de una persona tan cercana a mí en circunstancias como las anteriormente descritas. 

Y antes de que le ocurriese a Carlos, ya había vivido mi propio debate interno: ¿qué debería hacer si un familiar, amigo o ser querido muriese en luctuosas circunstancias? ¿Debería asumir mi responsabilidad como redactor e informar de la forma más profesional posible o sería mejor apartarme del suceso y delegar en otro compañero o compañera?

Desgraciadamente tuvo que ser con Carlos, un exmilitar, padre de un niño de 5 años, un luchador y una persona con miles de proyectos, ilusiones y metas que alcanzar, cuando tuve que poner en práctica mi propia decisión. Y no dudé ni un momento cuando el destino me puso en esa indeseable situación: mi amigo, mi sensei (como le llamaba a menudo por ser mi entrenador de boxeo) se merecía que su historia fuese contada de la mejor forma posible, que se supiese qué le había ocurrido, quién le había golpeado mortalmente y cómo se haría justicia, aunque esto último es otro tema, (el autor de su muerte acaba de ser expulsado España, esa es su ridícula condena). 

Personificar a las víctimas

Pero sobre todo, tenía una responsabilidad aún más importante con Carlos: debía mostrar a la opinión pública, dentro de mis modestas posibilidades, quién era él, hacerlo cercano para el mayor número de personas que no hubiese tenido la fortuna de tratarlo. En realidad, ese es el mismo objetivo que nos guía a los periodistas de Sucesos/Tribunales en nuestro quehacer diario: personalizar a las víctimas, tratarlas como seres individuales y especiales, no como entes anónimos o meras estadísticas.

20

Concentración en Pamplona por el homicidio de Carlos Amorín, portero de una discoteca de Villava Javier Bergasa

En esa labor cotidiana, también somos muy conscientes del dolor que sufren las familias y allegados de las personas que fallecen en circunstancias traumáticas, y siempre intentamos evitarles una aflicción añadida. Sin embargo, creemos firmemente en que el fin que nos guía a la hora de perfilar a víctimas de crímenes o accidentes es honesto y legítimo, como a mí me ocurrió con mi amigo Carlos. 

Y dejo aquí una pequeña satisfacción, que no alivia en absoluto el drama sufrido: cuando Carlos murió, tenía pendiente reunirse con el Gobierno de Navarra para impulsar la habilitación de los porteros de locales de ocio nocturno, que estaba cogiendo polvo en un cajón desde 2012. Él no lo verá, pero todo el mundo debería saber que su empeño fue clave para que por fin se haga una realidad. Te echo de menos, amigo.